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Números 23 – 25   y   Hechos 23 – 24

“Y Balac dijo a Balaam: Ven, te ruego, te llevaré a otro lugar; quizá le plazca a Dios que me los maldigas desde allí”, Números 23:27.

Todo depende del cristal con que se mire”, dice la gente cuando se refiere a los diferentes puntos de vista que pueden surgir ante una misma situación. Es notable cómo nuestros intereses, aprehensiones y prejuicios nos pueden hacer entender un asunto de una forma diametralmente opuesta a como lo observa otra persona con diferentes intereses, aprehensiones y prejuicios. Es como la famosa historia hindú de los investigadores ciegos de un elefante: cada uno de ellos se acercó al paquidermo desde diferentes ángulos y por eso sus conclusiones fueron definitivamente desiguales unas de otras. Uno solo le tocó la trompa y lo comparó con una serpiente; otro le tocó las grandes orejas y lo comparó con grandes hojas; otro, se encontró con su gran lomo y lo comparó con una gran pared viviente. Lo lamentable es que cada ciego se quedó con una porción de verdad que en soledad es una arbitraria mentira. Solo la suma de los ángulos (o puntos de vista) nos dará como resultado un verdadero elefante; ninguna de las apreciaciones particulares, por más sinceras que sean, podrán darnos una visión efectiva del paquidermo.

¿Cuál es nuestro mejor ángulo para definir una verdad? Todos somos “angulosos” en nuestras apreciaciones de la vida. Somos como el rey Balac que creía que bastaba con cambiarle el ángulo de visión de Israel a Balaam para sacarle una maldición de parte de Dios contra el pueblo. Sin embargo, hay ciertos temas que son totalmente inmodificables y que no basta con sesgarlos o enfocarlos de una manera particular para que se vean distintos. Solo una visión total podrá dar una apreciación total de lo que se nos invita a descubrir.

Cuantos de nosotros hemos sufrido después de haber comprado algo por catálogo… “Pero si parecía más grande”, “Si hubiera visto este lado nunca lo hubiera comprado”, etc. etc. Los publicistas son expertos en mostrarnos el lado bueno y deseable de los productos para invitarnos a consumirlos. Pero no todo en la vida puede ser observado como un spot publicitario. Hay cosas que nos demandan un mayor cuidado y más aún, una preferente atención y estudio. Una de esas cosas son las palabras del Señor: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. ¿Lo ha dicho El, y no lo hará?, ¿ha hablado, y no lo cumplirá”, Números 23:19.

La garantía de confiabilidad de la Palabra de Dios radica en su sello de inmutabilidad e invariabilidad por encima de cualquier circunstancia. Lamentablemente, muchos andan por allí pensando que las palabras de Dios siempre serán volátiles y que siempre se podrá hacer un conjuro especial para hacerle a Dios cambiar de opinión… “Señor, míralo de esta manera” o “Tú sabes que en el fondo hubo buena intención” y tantas excusas “angulares” más. Un maestro de teología siempre repetía: “cualquier texto de la Biblia fuera de su contexto… solo es un pretexto”. Por eso, no podemos opinar sin antes observar con detenimiento lo que Dios nos está diciendo. Y como ya dijimos anteriormente, la precisión de Dios en sus argumentos es una de sus mayores virtudes.

En el mismo sentido, otra de las cosas que no pueden ser vistas, ni por el ángulo ni por la óptica, es la dignidad de las personas. Esta dignidad surge del hecho de ser humanos y de la forma en que con verdad transitamos por la vida. Una persona intachable es aquella que puede ser observada desde diferentes ángulos, con telescopios y con microscopios y siempre será la misma. Por ejemplo, el apóstol Pablo estaba siendo juzgado por sus enemigos en Jerusalén y se estaban juntando muchas pruebas falsas en su contra, pero él decía sin ninguna sombra de duda: “Si soy, pues, un malhechor y he hecho algo digno de muerte, no rehúso morir; pero si ninguna de esas cosas de que éstos me acusan es verdad, nadie puede entregarme a ellos…”, Hechos 25:11a. Esto es lo que  él testificaba de sí mismo: “Así que habiendo recibido ayuda de Dios, continúo hasta este día testificando tanto a pequeños como a grandes, no declarando más que lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería: que el Cristo había de padecer, y que por motivo de su resurrección de entre los muertos, El debía ser el primero en proclamar luz tanto al pueblo judío como a los gentiles”, Hechos 26:22-23. No tenía nada que ocultar, nada de que avergonzarse, no temía las consecuencias de su verdad, estaba dispuesto a ser sometido a escrutinio de quien sea, pero siempre con verdad. No le interesó nunca el marketing, solo la transparencia, cuya luz permite todo verdadero análisis. ¿Prefieres ser un spot de 30 segundos o una persona de toda la vida? Tú decides.

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