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1 Samuel 24 – 26  y  2 Timoteo 1 – 2

Y los hombres de David le dijeron: “Mira, este es el día del que el Señor te habló: ‘Voy a entregar a tu enemigo en tu mano, y harás con él como bien te parezca.’” Entonces David se levantó y cortó a escondidas la orilla del manto de Saúl. – 1 Samuel 24:4

Son muchas las personas que sucumben equivocadamente ante la tentación de un negocio redondo con poca inversión y con multimillonaria utilidad. Los cantos de sirena de las circunstancias “oportunas” siempre serán peligrosos. No en vano Ulises se tuvo que atar al mástil de su barco para evitar ser seducido. Conozco también a mucha gente que endiosa las circunstancias al hacer de ellas un cierto visor mágico que les permite entender la voluntad de Dios o el destino. “Si pasa esto o aquello… entonces es que…”, parece ser la condición. Para otros, las circunstancias tienen cierto corte fatídico o idílico irremediable y con el cual no se puede luchar.

Sin embargo, para nosotros los cristianos los acontecimientos pueden ser favorables o desfavorables pero nuestra regla de medición siempre trascenderá a los eventos que operan a nuestro alrededor. La Biblia nos demuestra hasta la saciedad que Dios no necesita de un escenario específico para poder concretar alguna obra. Él rompe todos los esquemas cuando se manifiesta, pudiendo hacer uso de los incidentes o descartándolos por completo. Entonces, ¿Cómo poder entender su voluntad? Oyendo su voz y siguiéndole a Él antes que endiosando las ocurrencias.

El problema es que tenemos cierto apego por las aparentes oportunidades para verlas como divinas, y en el lado opuesto, cierta animadversión a todo lo que tenga un dejo de sufrimiento o dificultad como ajeno a la voluntad de Dios. Una persona me dijo hace pocos días que para que “algo” sea de Dios, debe “pasar como por un tubo”, o sea rápido, sin dificultades, raudo, eficiente. De otro modo, sería una señal evidente de que Dios no anda por ese “algo”. Lamentablemente, entonces, Pablo, Moisés, Daniel y los demás paladines escriturales estaban lejos de la voluntad de Dios porque sus vidas, en muchas ‘ocasiones’, fueron francamente difíciles.

David seguía siendo perseguido por Saúl y con el tiempo había aprendido a escapar del rey, manteniéndose oculto en desiertos, cuevas y montes.  Su capacidad estratégica militar y su rápida movilidad le permitía salvarse de las manos de Saúl huyendo a nuevos escondrijos hasta que era descubierto o delatado nuevamente. Pero no todo fue huir y huir, hubo también oportunidades en que el rey estuvo en las manos de David como para terminar con él con un certero golpe. Saúl estaba completamente indefenso, todo se daba para que el problema terminara de una vez por todas… pero David no lo tocó… ¿Por qué el futuro rey de Israel no aprovechó las circunstancias y se deshizo de su más tenaz enemigo? Porque nunca cegaron las circunstancias a David como para perder la perspectiva de sus principios y valores: “Y dijo a sus hombres: “El Señor me guarde de hacer tal cosa contra mi rey, el ungido del Señor, de extender contra él mi mano, porque es el ungido del Señor” (1 Sam. 24:6).

Cuántos hombres y mujeres caen producto de que las ‘oportunidades’ aprisionan sus principios y estrangulan sus valores. Por ejemplo, es una vergüenza ver como en toda América Latina cientos de personas han caído envilecidas por el dinero fácil de la corrupción. No eran unos cualquiera en sus países, eran las máximas autoridades  las que fueron cegadas por una ‘ocasión’ acompañada de débiles valores y principios.¿Tienes principios y valores lo suficientemente ejercitados como para que no sucumban ante el peso de las ‘oportunidades’? David los tenía, pero no solo eran principios sustentados por la fuerza de su corazón, sino por el mismísimo Señor al que él sabía que tenía que rendir cuentas: “Sea el Señor juez y decida entre usted y yo; que El vea y defienda mi causa y me libre de su mano.” (1 Sam. 24:15).

¿Por qué sucumbimos ante la fuerza de las circunstancias? Porque hemos perdido la capacidad de reflexión y análisis en aquello en que creemos. Somos irreflexivos y por eso nos guiamos sólo por lo que vemos en la superficie. Quizás para nosotros el recogimiento y la concentración espiritual tienen más que ver con religiones orientales o con prácticas monásticas ajenas a los cristianos seglares. Sin embargo, la meditación ayuda al hombre a ejercer una calidad mejor de voluntad porque la reflexión es la exhortación de la mente a la voluntad. La reflexión no es solo personal, sino también grupal. Es tanto íntima como discursiva y también coloquial. Por eso, para poder reflexionar debemos tener una actitud de oídos abiertos para escuchar la voz de Dios, nuestra mente y el consejo de los demás.

David en su huida había ayudado y protegido a los pastores de un hombre poderoso llamado Nabal. En una ‘oportunidad’ y conforme a las costumbres orientales, mandó a unos emisarios a pedirle al potentado un donativo para él y su ejército. Nabal no prestó atención al pedido y trató con desprecio a los emisarios de David. Éste, preso de ira, dijo para sus adentros: “…Ciertamente, en vano he guardado todo lo que este hombre tiene en el desierto, de modo que nada se perdió de todo lo suyo; y él me ha devuelto mal por bien. Así haga Dios a los enemigos de David, y aun más, si al llegar la mañana he dejado tan sólo un varón de los suyos” (1 Sam. 25:21,22). ¡La suerte estaba echada! David había perdido los estribos ante una circunstancia que se había tornado negativa e iba directo a aniquilar con sus propias manos al ofensor.

Abigail, la esposa de Nabal, recibe la dramática información y se le pide lo siguiente: “Ahora pues, reflexione y mire lo que ha de hacer, porque el mal ya está determinado contra nuestro señor y contra toda su casa, y él es un hombre tan indigno que nadie puede hablarle” (1 Sam. 25:17). Aquí tenemos el orden correcto. Las circunstancias no son las rectoras, sino la reflexión que da paso a la acción que califica los acontecimientos. Abigail oía y por eso reflexionaba, lo que era justamente lo que Nabal no podía hacer porque no escuchaba a nadie. Y como Abigail sabía escuchar, entonces también sabía hablar con cordura. Y como David sabía recapacitar, entonces también sabía escuchar, y a pesar de su ira (a diferencia de Saúl) pudo escuchar las oportunas razones de la mujer. Ella habló con David y lo llamó a la reflexión y a no dejarse llevar por las circunstancias: “Entonces David dijo a Abigail: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te envió hoy a encontrarme, bendito sea tu razonamiento, y bendita seas tú, que me has impedido derramar sangre hoy y vengarme por mi propia mano.” (1 Sam. 25:32-33).

Cuando sientes que las circunstancias te aprisionan aprende a escuchar, descubre que no hay acontecimiento perfecto y que todo evento merece ser reflexionado. William Barclay decía: “La resistencia no sólo es la capacidad para soportar algo difícil, sino también la capacidad para convertirlo en algo glorioso”. Y para lograrlo, los cristianos tenemos recursos de sobra: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (de disciplina)” (2 Tim. 1:7). Nuestras convicciones no están sustentadas en la imaginación religiosa, sino en un Dios personal que nos habla con claridad y que es superior a cualquier circunstancia favorable o desfavorable. El apóstol Pablo lo afirmó así desde la cárcel: “Por lo cual también sufro estas cosas, pero no me avergüenzo. Porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que El es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día” (2 Tim. 1:12).

Nuestros principios y valores trascienden a esta vida y este orden de cosas. No solo dependemos de la oportunidad, sino también de la aprobación de nuestro Dios, quién tiene asegurada nuestra vida por más tormentosas o placenteras que sean nuestras circunstancias. Te invito a que por un momento te detengas y reflexiones. No dejes que nada ni nadie te quite la bendición del pensar y la corona del que logra cambiar, con sabiduría y esfuerzo, sus propias circunstancias.

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