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Al alcohol se le ha llamado el gran suero de la verdad. La gente dice que si quieres llegar al fondo de ti mismo y conocerte verdaderamente, agarra una botella.

La gente bebe por muchas razones. Muchos beben para experimentar libertad, un yo desenfrenado, sin control, y sin inhibiciones. Lo que sale a la luz cuando estás borracho, en persona, por teléfono, en las redes sociales, o en mensajes de texto, se supone que es el verdadero tú, lo que realmente piensas y sientes debajo de todas las máscaras. La promesa del barril es que el exceso de alcohol te desinhibirá para ti mismo y para todos tus amigos. Es la liberación por libación.

Pero la Biblia presenta una imagen diferente de la libertad. Para libertad fue que Cristo nos hizo libres… solo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros” (Gal. 5:1,13). La libertad, entonces, no es el empuñar egoísta e imprudente los antojos y opiniones. Mejor, la libertad es la entrega en sacrificial, sobria y calculada de nuestra vida por el bien de los demás.

Si eso no suena como libertad para nosotros (y no va a sonar así para la mayoría de nosotros) entonces hemos tomado demasiadas copas de lo que el mundo nos está dando de beber.

Sobriedad acerca de la embriaguez

¿Que el tú borracho es el tú verdadero? Es cierto, el alcohol no saca nada de una persona que ya no estuviera allí. El corazón es siempre un barril a punto de explotar, lleno de ira, lujuria, o blasfemia (Mt. 12:34). Por lo tanto, quien eres cuando estás borracho es realmente tú.

Esa persona eres tú, pero es un tú pequeño, miserable, roto, e incompleto; un tú estropeado por el pecado, consumido en ti mismo, ciego a la verdad, y por tanto insensible a la realidad. Él o ella no es el tú que Dios te creó para ser; no es el tú que está en mayor sintonía con la vida real, y no es el tú más lleno y más feliz. La embriaguez puede exponer y desatar cosas profundas dentro de ti, pero no tiene ninguna buena noticia para la oscuridad que emerge. Te mostrará todo de ti mismo, y luego prometerá con dulzura que riéndote de lo que ves, todo será mejor.

El evangelio también expone ese lado secreto de ti, pero luego lo libera de ti mismo. En lugar de ahogarte en algo que adormece el dolor y desdibuja la realidad, ¿por qué no ahogarte en la gracia que perdonará y sanará lo que está roto y escondido dentro de ti?

Pérdida y llenura

Una vez más, la Biblia dice:

“Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu. Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor. Den siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre. Sométanse unos a otros en el temor de Cristo”, Efesios 5:18-21.

Yo solía pensar que cuando la Biblia me decía que no debía hacer algo, como no emborracharme, era decirme no a mí mismo solo con el objetivo de decirme no. Abandonar los placeres “mundanos” era solo una forma de declarar que era un cristiano, con el fin de apartarme de toda la gente mala. En la forma como Pablo lo presenta, sin embargo, este tipo de autonegación no es una pérdida, sino un intercambio. No es principalmente dejar algo, sino lograr algo. Abandonar la embriaguez no es solo una forma en la que se identifican los cristianos justificados: es el camino para convertirse en una persona más entera y feliz.

Vivir en el Espíritu, presentar las buenas nuevas, ejercitar el autocontrol, y servir los unos a los otros dentro de una comunidad de creyentes no son formas en las que nos volvemos menos nosotros, sino formas en las que podemos librarnos del pecado, de nuestros viejos yo, con el fin de llegar a ser más como fuimos diseñados. En la embriaguez, huimos y nos rendimos al pecado dentro de nosotros, aceptando que el yo roto es el verdadero yo y siempre lo será. En el Espíritu, nos limpiamos y avanzamos con real verdad, gracia, esperanza y alegría, no con falsificaciones artificiales que con fecha de expiración.

Todo el que tenga sed

Nos negamos un deseo real, pero no estamos sacrificando nuestro yo. El intercambio es ganancia, en satisfacción y en autorrealización. Fuimos hechos para ser y sentirnos libres; no para dar rienda suelta a nuestros impulsos pecaminosos sino para ser libres de ellos. Fuimos hechos para ser conocidos, cada parte de nosotros, incluso los más oscuros secretos, pero no de una manera que se olvide en la mañana siguiente. Fuimos hechos para ser felices, no de alguna manera incoherente, semiconsciente, sino plenamente conscientes de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Y un día, los que han dicho que no a este mundo, y en su lugar han sido llenos de Cristo, se encontrarán aún más conscientes de sí mismos, de los demás, y de Dios, en Su Presencia (1 Co. 13:12).

No nos descubrimos a nosotros mismos perdiendo nuestro autocontrol y desinhibiéndonos. No. Descubrimos quiénes somos en realidad, quienes somos destinados a ser, negando nuestros miopes, egoístas y pecadores impulsos, abrazando a Jesucristo y todas sus promesas por fe, y con su Espíritu dentro de nosotros, ejerciendo Su sabiduría, Su poder y Su amor por el bien de los demás.

Todo el que beba de esa fuente nunca tendrá sed jamás (Jn. 6:35).


Publicado originalmente para Desiring God. Traducido por Carlos A. Franco.
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