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Estamos viviendo una revolución moral sin precedentes. México, al igual que otros países Latinoamericanos, está siguiendo el patrón que vemos en los EUA y Europa. De acuerdo al periódico Excélsior, “El presidente Enrique Peña Nieto firmó este martes una iniciativa para reconocer en la Constitución el matrimonio entre personas del mismo sexo”.

Por otra parte, el diario New York Times recientemente reportó que el presidente Norteamericano Barack Obama está empujando a que toda escuela pública debe dar acceso sin restricción a niños transgénero al baño del género con que se identifican, sin importar cuál sea su sexo biológico.

Por como lucen las cosas, en poco tiempo los cristianos tendremos que lidiar con una moralidad completamente antibíblica en nuestra sociedad. ¿De qué manera podemos enfrentar esta situación?  ¿Cómo nos preparamos, nosotros y la próxima generación de creyentes, en estos temas? Aquí hay algunos principios bíblicos que nos guían a afrontar esta situación.

1. El pecado es pecado.

La Biblia claramente enseña que el cometer actos homosexuales es pecado (ver por ejemplo: Gé. 19:5; Lev. 18:22; 20:13; Ro. 1:26-28; 1 Co. 6:9-10; 1 Tim. 1:8-11; Judas 7). Dios habla con claridad al respecto en ambos Testamentos. A pesar de la gravedad de este pecado, debemos entender que la Biblia enseña que, aparte de Cristo, cualquier pecado nos lleva a la condenación eterna, incluyendo algunos que la sociedad (¡o hasta algunos cristianos!) consideran pequeños, como la mentira (Apoc. 21:8).

2. Juzgar es peligroso.

Cristo dijo, “No juzguen por la apariencia, sino juzguen con juicio justo” (Jn. 7:24). Cristo nos exhorta de manera categórica a no juzgar con parcialidad, ya que el hacerlo tiene graves consecuencias (Lc. 6:37). Es más, debemos examinar bien nuestros motivos y asegurarnos que no tengamos una inmensa viga en el ojo mientras intentamos sacar una paja (Lc. 6:41-42; ver también Ro. 2:1, 3).

Algunos cristianos toman la actitud de apuntar el pecado de todos, y nunca se examinan a sí mismos. ¡No debemos ser así! Ante esta revolución moral (o mejor dicho, revolución inmoral), los cristianos debemos ser firmes en nuestra oposición al pecado, e igual de firmes en nuestro amor por las almas perdidas. Cuando nuestro Señor nos mandó a amar al prójimo, no dijo: “Excepto a los homosexuales”. Más bien, Él mismo demostró un amor profundo por los pecadores, incluyéndonos a ti y a mí. El que no ama a los demás, no ha entendido el amor de Dios.

3. Cristo nos dejó ejemplo.

En los Evangelios encontramos ejemplos de cómo el Señor Jesucristo trataba con los pecadores. En una ocasión, estando Jesucristo comiendo con publicanos, fue acusado por los fariseos. ¿Cómo respondió Jesús? “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos” (Lc. 5:31). El ejemplo de Jesús es el de un médico ministrando a enfermos. ¿Puedes imaginar a un doctor que no quiera entrar a un cuarto porque en él hay enfermos? ¡Qué mal doctor sería! Pero Jesucristo es el perfecto doctor, y nosotros los enfermos necesitados. Si Jesucristo actuó así hacia nosotros, mucho más debemos actuar de la misma manera hacia los demás.

No olvidemos la compasión que se muestra en el relato de una mujer adúltera (Jn. 8:3-11), y la declaración formidable de Jesús hacia los sacerdotes y ancianos de Israel: “Los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que ustedes” (Mt. 21:31). En otras palabras, Jesucristo siempre demostró amor y compasión hacia aquellos en pecado, y perdonó a todo aquel que se arrepintió y creyó en Él.

4. La gracia es suficiente.

La gracia transformadora de Jesucristo es impresionante. Dios incondicionalmente nos salvó no por nuestras obras, sino por su misericordia (Tito 3:5). El evangelio puede transformar hasta el corazón más duro. Todos nosotros hemos escuchado historias de cómo Jesucristo cambió radicalmente a hombres y mujeres que estaban atrapados en el calabozo más oscuro del pecado.

Pablo daba testimonio de que en la iglesia de Corinto Dios había salvado a injustos, inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, difamadores, y estafadores. Por eso escribió, “Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:11, énfasis agregado). ¡Qué hermosa es la gracia!

5. La oración es poderosa.

¿Qué podemos hacer? Ponernos de rodillas y rogar por nuestros países, por nuestras autoridades, por nuestra sociedad (1Tim. 2:1-3). Que Dios tenga misericordia. Que Dios mande avivamiento. Que Dios nos mantenga firmes. La oración es poderosa. No hay por qué temer.

Hermanos, quizá se acerca el tiempo cuando el creer la Biblia sea sinónimo de ir a la cárcel. Pero hasta que así sea, y aún si eso sucede, debemos mantenernos firmes en lo que la Biblia enseña. No aceptar el pecado, y demostrar amor por las almas perdidas dándoles el evangelio.

¿Por qué no te tomas un tiempo para elevar una oración a Dios? Que Dios le dé a su Iglesia valor y discernimiento. Cuando pienso en estas cosas, no puedo evitar decir: “¡Ven, Señor Jesús!”.

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