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Una pregunta que constantemente recibo de amigos y hermanos en la fe es acerca de cual es el método que sigo en la preparación de sermones. Dentro de tanta crisis en el mundo evangélico es alentador ver jóvenes dispuestos a levantar el nivel de la enseñanza y predicación bíblica en nuestros púlpitos. Así que, ¿cuáles son los pasos? ¿Por dónde comenzamos?

El primer paso es tirarnos de rodillas, frente a la Palabra, y esto no para pedir dirección por el sermón o buscar los textos claves para el bosquejo. Esto ocurre mucho antes de comenzar siquiera a pensar en el sermón. Estoy hablando de nuestra relación personal con el Señor Jesucristo. No podemos dar lo que no tenemos, no podemos enseñar aquello en lo cual no hemos sido enseñados, no podemos guiar a otros si estamos ciegos. Nuestras palabras no tendrán unción ni cortarán el corazón de los oyentes si primero no nos cortaron a nosotros mismos. Pablo le dijo a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello…” (1 Timoteo 4:16). Por lo tanto, antes de preocuparnos por tener nuestros textos bien escogidos, nuestra interpretación cuidadosamente ortodoxa y nuestro bosquejo homiléticamente perfecto, la Palabra de Dios nos manda a cuidar nuestro corazón. Nuestra vida y la de aquellos que han puesto sus almas a nuestro cuidado, dependen de ello.

Aunque es esencial, una vida de intimidad con Dios no basta para ser un buen predicador. Es necesario tener una disciplina de estudio incesante, un amor insaciable por los libros, pero sobre todo, “hambre y sed” de la Palabra de Dios. Nuevamente Pablo exhorta a su amado discípulo Timoteo: “Entre tanto que voy ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza… permanece en ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:13, 15b). No me parece casualidad que el apóstol haya mencionado la lectura en primer lugar de su listado de disciplinas del pastor/maestro. No hay manera de ser un predicador efectivo si no hemos desempolvado nuestro cerebro y lo hemos sometido a la búsqueda de soluciones bíblicas para las preguntas trascendentales del ser humano: ¿Quién soy? ¿De donde vengo? ¿Cuál es mi propósito? ¿Hacia donde voy? Mi plan personal de lecturas incluye:

  1. Lectura bíblica devocional diaria. De 1-3 capítulos diarios en secuencia, de algún libro de la Biblia, hasta cubrirlo de principio a fin. Usualmente leo 1-2 versiones diferentes e intento entender el pasaje con el mínimo de ayudas adicionales, de tal manera que el Espíritu de Dios me impresione con su Palabra primero. Luego comparo mis impresiones con notas al calce de mis Biblias de Estudio (ej. MacArthur, ESV de Crossway, Reformation Bible de Ligonier) para reforzar la Palabra de Dios en mi corazón. Esta lectura no tiene que ser extensa ni forzada porque la idea es sumergirme en un pasaje y seguir meditando en él por el resto del día y la noche, para que el Espíritu Santo selle el temor de Dios en mi corazón.
  2. Lectura bíblica secuencial para preparación de sermones. Ya que prefiero el método expositivo de predicación (sermones según la secuencia del texto bíblico, mas de eso adelante), voy leyendo y meditando la porción del texto del cual me toca predicar el domingo, esta vez bien acompañado por varios comentarios bíblicos. En mi caso particular, mis estudios teológicos son autodidácticos, por lo cual dependo grandemente de maestros fieles de la Palabra que han estudiado a profundidad los lenguajes originales y la historia de la época bíblica, y que han interactuado con otros pensadores cristianos. Me nutro de sólidos comentarios bíblicos, usualmente combinando algún exegeta contemporáneo, un comentario expositivo (predicación escrita), y un comentario clásico (de grandes teólogos de la Reforma, puritanos, o algún titán de la fe del último siglo).
  3. Lecturas cristianas para desarrollo profesional. Siempre trato de progresar concurrentemente en la lectura de varios libros que me ayuden a ampliar mi conocimiento en (1) teología, (2) temas bíblicos particulares, (3) biografías de grandes hombres de Dios, (4) administración y práctica eclesiástica, e (5) historia de la iglesia.
  4. Otras lecturas de importancia para el predicador. Finalmente, es necesario que el predicador conozca el estado de situación del mundo y la cultura en donde opera. Los medios noticiosos, revistas, programas de análisis, ya sea esto en asuntos religiosos, sociales, o geopolíticos, son en extremo necesarios para que podamos aplicar el evangelio a la vida práctica de nuestra feligresía. No vivimos en una burbuja ni estamos en el siglo 16 viviendo la Reforma, sino que sufrimos y gozamos juntamente con nuestros hermanos que salen cada día del siglo 21 a vivir en este mundo caído, construyendo el Reino para la gloria de Dios. Y ellos esperan de nosotros que seamos los traductores de la situación del mundo y de su comunidad, para que ellos puedan entrar a las tinieblas y brillar con la luz de Cristo efectivamente.

Todo este andamiaje de estudio disciplinado puede ser sobrecogedor para mucho que sienten el llamado a la predicación y la enseñanza. Es posible que piensen en las calificaciones que obtuvieron en la escuela primaria o secundaria, en sus limitaciones de estudios avanzados, en su capacidad económica, y desanimados “tiren la toalla” antes de comenzar. ¡Cuidado! El mismo Dios que nos llama, es quien nos capacita, y “el que invita es el que paga”. Creamos con fe que Dios multiplicará nuestra sabiduría e inteligencia espiritual para la tarea que nos ha asignado, pues no somos mejores ni peores que Moisés el viejo tartamudo, Jeremías el joven asustado, Isaías el de labios impuros, Gedeón el cobarde, Sansón el carnal, o Jonás el profeta rabioso. ¡Dios se place en usar vasijas de barro para que la gloria solo sea para él!

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