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“Cuando lo quitó, les levantó por rey a David, del cual Dios también testificó y dijo: ‘HE HALLADO A DAVID, hijo de Isaí, UN HOMBRE CONFORME A MI CORAZON, que hará toda Mi voluntad”, Hechos 13: 22.

A veces nos enfocamos demasiado en el qué, cómo, cuándo y dónde de nuestro ministerio y servicio a Dios. Creemos que nuestra contribución a Su obra, misión y ministerios, van en función, principalmente, de nuestras habilidades y dones.

Pensamos que estos son los que de alguna manera definen el “éxito” de cumplir con los propósitos y planes de Dios para nosotros y a través de nosotros. Es por eso que cuando nos encontramos con “barreras” que parecen impedir esos grandiosos planes que creemos que Dios tiene y con los que nosotros también soñamos, que nuestras vidas a veces parecen derrumbarse por completo. Les hemos dado una importancia suprema en nuestra vida de manera que funcionan como las cosas que nos dan significado y valor.

Pero, qué tal si lo más importante en el ministerio no es el lugar, cómo y dónde servimos en Su obra. Lo más importante en el ministerio es nuestro corazón. Es la intención y orientación de nuestro corazón ante la realidad de las luchas de vivir y servir a Dios y a otros en este mundo.

Y es que inevitablemente habrá decepciones, desilusiones, frustraciones, éxitos y derrotas, pero eso no significa que los propósitos de Dios no se estén cumpliendo en nosotros y a través de nosotros.

Cuidemos entonces por sobre todas las cosas nuestro corazón, dejando en Sus manos nuestra vida y la manera como seremos útiles a Su obra.

“Porque David, después de haber servido el propósito de Dios en su propia generación, durmió (murió), y fue sepultado con sus padres, y vio corrupción” (v. 36).

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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