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Acompáñame dos mil años atrás, a los tiempos cuando se iniciaron las persecuciones contra los cristianos. Se reconocen diez grandes persecuciones del Imperio contra los creyentes, la primera en el año 64 d.C. con Nerón y la última en el año 308 d.C. con Diocleciano. Estas persecuciones fueron crueles, espontáneas y antojadizas, pero después hubo ciertas regulaciones debido a cambios políticos. Luego a los cristianos no se les buscaba activamente; pero si alguien les delataba por negarse a adorar a los dioses romanos, entonces se les enjuiciaba.

Uno de los creyentes delatados fue Policarpo, obispo de Esmirna, condenado y muerto bajo la acusación de ateísmo. Justo L. González en Historia del Cristianismo dice que en “Roma el emperador hizo ejecutar a su pariente Flavio Clemente y a su esposa Flavia Domitila”, acusándoles de “ateísmo”. Desde que los cristianos de los primeros siglos fueron por el mundo proclamando el evangelio, se les acusó de ateos e ignorantes. Eran llevados a los tribunales condenados escuchando a las turbas gritar: “¡Qué mueran los ateos!”.

Dioses indiferentes

La religiosidad romana durante las persecuciones era politeísta y sincretista. Había todo un coctel de creencias y mitos. De Egipto sacaron el mito de Isis y Osiris. También tenían su propia versión de los dioses griegos. La Diana que veneraban era la Artemisa de los griegos, el Neptuno es el mismo Poseidón griego, Mercurio es el dios griego Hermes y la diosa Venus es la Afrodita griega. Todas estas divinidades combinadas con otras creencias populares dieron como resultados dioses que no eran celosos entre sí, en marcada diferencia al Dios de los judíos y de los cristianos.

Las tendencias sincretistas, en las que se entrelazaban los viejos dioses con las religiones de misterio y con el culto al emperador, presentaron un fuerte reto al cristianismo. Puesto que los cristianos se negaban a participar de su idolatría, frecuentemente se les acusó de incrédulos. Y aunque parezca paradójico, los cristianos fueron llamados ateos. Sin embargo, no era la primera vez que a los creyentes se les hacía acusaciones como esta, ni tampoco sería la última.

Bienaventurados seréis

Cristo presagió que estas calumnias y difamaciones serían parte de la vida misma del creyente. Desde la montaña donde pronunció el más memorable sermón de todos los tiempos nos dio estas palabras:

“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí”, Mateo 5:11.

La historia confirma que el privilegio y la bendición de sufrir por Cristo han estado presentes en los momentos más luminosos de la iglesia. Las acusaciones, persecuciones, cárceles, torturas y muertes son los rasgos distintivos de los creyentes que no han querido ceder:

  • Pedro y Juan. Promotores de doctrinas extrañas. Hechos 4:17
  • Esteban. Blasfemo. Hechos 6:11
  • Pablo. Profanador, plaga, loco e insensato. (Hechos 21:28; 24:5; 26:24;
    2 Corintios 11:16).

A los cristianos le llamaban herejes por atentar con las tradiciones, ateos por no creer en dioses, caníbales por practicar la comunión en la cena del Señor y hasta incestuosos por practicar el amor y la fraternidad cristiana.

Perseguidos, mas no desamparados

Aunque las persecuciones por el Imperio desaparecieron con el Edicto de Milán en el 313 d. C., volvieron a aparecer cuando la iglesia se corrompió y comenzó a perseguir a los fieles que le hicieron resistencia, reciclando las mismas acusaciones de siempre: John Wicliffe fue encontrado hereje, John Huss y Girolamo Savonarola murieron en la hoguera acusados de herejía. Bajo las mismas acusaciones fueron perseguidos Lutero, Calvino, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, Antonio del Corro y otros tantos más héroes de la fe. Las acusaciones y persecuciones bajan y suben de intensidad. Se cambian de región, pero nunca cesan.

El surgimiento del humanismo en el siglo XVI trajo nuevas formas de persecución. La presión intelectual del movimiento de la Razón y La Ilustración permearon en diversos sectores de la fe, dando a luz a la Teología Liberal en el siglo XVIII. Esta nueva forma de hacer teología trajo sus consecuencias, y la Biblia fue limitada a un libro que contiene sabiduría, en vez de ser la autoritativa norma de fe y conducta, infalible e inerrante, como lo creían los Reformadores y como millones alrededor del mundo lo seguimos creyendo. Estos liberales de ayer y hoy nos acusan de cerrados, ignorantes, recalcitrantes, fundamentalistas e intolerantes.

Durante el siglo XX y en lo que va de este siglo XXI, la furia hedonista, materialista, naturalista e intelectual han venido materializándose contra los verdaderos creyentes. Bertand Russell, el famoso intelectual inglés del siglo XX, escribió un libro titulado Why I’m not a Christian (Porqué yo no soy un cristiano), donde contradice la adoración a Dios, la ética sexual cristiana, la vida y la muerte desde la perspectiva bíblica, entre otros temas. Madalyn Murray O’Hair y sus colaboradores lograron influenciar los estamentos del poder judicial en la Corte Suprema de los Estados Unidos en el famoso juicio Murray vs Curlett, que condujo al histórico fallo de prohibir la oración diaria al Dios de la Biblia en todas las escuelas públicas en 1963, prohibición que todavía permanece. El inglés Richard Dawkins dice que el mundo ha tenido muchos males como la guerra, el hambre, la mala distribución de las riquezas y los fenómenos naturales, pero que el peor mal del mundo es la religión (cristiana).

En la actualidad, las acusaciones en contra de los creyentes persisten con claros desafectos a Dios y a todo lo que se relaciona con Él. Antes, los cristianos eran ateos por no creer en los dioses de los hombres, y hoy en día es igual. No adoramos ni adoraremos a los dioses de este mundo. Nos dicen radicales, intolerantes, fundamentalistas, porque no rendimos nuestra devoción al naturalismo de Dawkins, al fashionismo de París, al fanatismo ideológico de algunos políticos, al materialismo de Occidente, al derrotero moral de los open minds, ni a los cultos a la personalidad de ciertos celebrity artísticos o religiosos.

Las palabras de aquel que presagió todo esto en aquel memorable sermón frente al mar de Galilea se cumplen milimétricamente. Las persecuciones y las acusaciones seguirán, pero nuestro buen Dios estará con sus hijos siempre para que no doblen sus rodillas ni por seducción ni por intimidación antes los dioses de este siglo, porque junto con las presiones también viene de lo alto la gracia para enfrentarlas. Seremos sin dioses, pero estamos con Dios.

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