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La Biblia tiene muchos mandamientos y advertencias sobre la manera en que debemos vivir. Muchos de nosotros hemos leído la Biblia por años como si fuera “La Biblia: Las normas y practicas para vivir una buena vida”. El problema con ver la Biblia de esta manera es que su propósito principal no es enseñarnos lo que debemos hacer, sino lo que Dios ya ha hecho por nosotros. La Biblia no se trata de nosotros, se trata de Jesús. Él es el personaje central en la Biblia.

Esto no significa que los mandamientos no son importantes, sino que solo al entender el verdadero propósito de la Biblia (que no es simplemente cumplir con las reglas o normas), podremos verdaderamente estudiar y examinar cómo es que la Biblia sí nos anima a vivir nuestra vida.

En la gran mayoría del Nuevo Testamento, los imperativos son edificados sobre los indicativos. Un indicativo es un hecho ya cumplido que a menudo sigue teniendo algún impacto o influencia: indica una realidad verdadera. Un imperativo es un mandamiento, es una acción que uno debe tomar. En la Biblia, los imperativos, los mandamientos que tú y yo debemos obedecer, siempre están edificados sobre los indicativos, las realidades verdaderas que ya fueron hechas por alguien más para nosotros.

¿Qué quiere decir esto para nosotros? Cuando nos es dado un mandamiento en la Biblia, debemos primero reconocer que ese mandamiento está edificado sobre lo que ya fue hecho por nosotros en Cristo. El fundamento para toda nuestra obediencia no se encuentra en nuestra habilidad o esfuerzo, sino en lo que fue hecho por Cristo: su vida perfecta, su muerte en la cruz, y su resurrección. El evangelio es el lugar en donde encontramos el poder para crecer en obediencia. Esto significa que no se trata de esforzarnos bien, se trata de enfocarnos bien. La vida cristiana no es una de echarle ganas y portarnos como “buenos cristianos”; se trata de edificar nuestras vidas sobre el evangelio de Cristo. Así es cómo el Espíritu seguirá aplicando su Palabra a tu vida resultando en la obediencia pura y verdadera.

Esposos deben amar a sus esposas “como Cristo amo a su Iglesia” (Efesios 5).

En nuestra relación con otros cristianos debemos ser humildes como Cristo fue humilde, y tener su mente (Filipenses 2).

Jesús le dice a sus discípulos que ellos se deben amar, como Él les ha amado a ellos (Juan 13).

Es más, nosotros amamos porque primero fuimos amados (1 Juan 4).

Pablo le anima a los corintios a ser generosos de la misma forma que Jesús fue generoso con ellos (2 Corintios 8).

Debemos perdonar de la misma forma que fuimos perdonados por Jesús (Efesios 4).

Estos solo son algunos ejemplos de muchos que se encuentran en el Nuevo Testamento. Aun la forma en que Pablo organiza sus epístolas nos muestra este concepto de evangelio primero, obediencia segunda. Casi siempre la primera mitad (¡o más!) de una carta de Pablo empieza a explicar primero lo que Jesús ha hecho por ellos, y luego, en respuesta a ese hecho, cómo pueden obedecerle. Y aun en esta segunda mitad, los indicativos vienen a la luz una y otra vez para recordarnos nuestro lugar en Cristo.

El punto es este: nuestro enfoque como cristianos no debería ser principalmente en lo que nosotros hacemos para Dios, sino en lo que Jesús hizo por nosotros. Toda nuestra vida debe ser vista a través de los lentes del evangelio. Debemos ver nuestro empleo, nuestro matrimonio, nuestro ministerio, nuestras amistades, todo por medio del evangelio. Cada día debe empezar con un entendimiento profundo de la gracia y misericordia de Dios hacia pecadores como nosotros. Al ponernos los lentes del evangelio, cada día cambiará la forma en que vemos y ejercemos nuestra obediencia. Ya no se tratará de ti, sino de Jesús.

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