¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

El término evangelio que encontramos en el Nuevo Testamento proviene de una palabra compuesta que se escribe: eu (buen) aggelos (mensaje). Es decir, un buen mensaje o una buena nueva. Cuando Pablo usaba esta palabra, hacia referencia a las buenas noticias acerca de Jesucristo (Rom. 1:3). Por eso, la palabra ‘evangelio’ se refiere a las buenas noticias de la obra de Dios en Cristo para salvar a los hombres de sus pecados. Es el anuncio de la encarnación, muerte, sepultura y resurrección de Jesús (1 Corintios 15:3-4) y de los beneficios que este sacrifico otorga por la sola fe en Jesucristo (Rom 3:22-25). No obstante, la claridad que tengamos de las buenas noticias es proporcional al entendimiento que tengamos acerca del pecado y sus consecuencias. Las buenas noticias brillan más cuando estamos conscientes de las malas.

Para eso debemos hacer una consideración bíblica acerca de la condición en la que nos encontramos a causa del pecado. Vamos a mirar hasta donde nos afectó la caída de Adán para desde allí tener una comprensión más clara de Cristo, de la cruz y del Evangelio. Para el efecto vamos a dividir en cuatro las realidades que representan nuestra naturaleza caída: Las malas noticias

1. El hombre es pecador desde que nace

El apóstol Pablo nos recuerda que por la desobediencia de Adán, todos los hombres “fueron constituidos pecadores” (Rom. 5:19). Nadie puede objetar a este decreto divino. El hombre es un pecador desde que nace. Juan Calvino se refirió al pecado de Adán como a una “infección” que se transmitió a todo el género humano. Ninguna persona queda excluida: todos quedamos incluidos en esta ordenación divina. Todo hombre es un pecador desde que nace. Por eso es muy pertinente la famosa expresión “no somos pecadores porqu pecamos, más bien pecamos porque somos pecadores”. Esta es nuestra condición, y es una mala noticia.

2. El hombre está separado y enemistado con Dios

A causa del pecado, el hombre está separado de Dios. Moises nos dice que por su desobediencia Adán fue expulsado del huerto (Gn. 3:24). El profeta Isaías le anunció a Israel “…vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios…” (Is. 59:2). El apóstol Pablo también le dijo a los romanos, hablando de nuestra separación con el Señor, que “todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios (Rom. 3:23). El hombre fue separado, alejado y destituido de la gloria divina. Sin embargo, esta separación no es pasiva ni amistosa. Al contrario, nuestra relación con Dios es de una abierta enemistad y total hostilidad. El hombre es un enemigo de Dios (Rom. 5:10; Col. 1:21) y lo aborrece (Rom. 3:21). A esto debemos añadir esa resistencia que Dios mismo tiene hacia el pecador por su pecado. Por eso el salmista oraba al Señor y le decía “…aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Sal. 5:5). La mala noticia no solo es que somos pecadores, sino que estamos alejados de Dios y enemistados con él.

3. El pecado merece muerte y condenación

Pablo ha dicho “…la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). La consecuencia necesaria del pecado es muerte. El pecado debe ser castigado con la muerte. Todos los hombres vamos a ser juzgados y rendiremos cuentas por nuestros pecados (1 Ped. 4:5; Heb. 9:27). Ahora bien, no debemos olvidar que desde el nacimiento, estamos en un estado de culpa y condenación ante Dios (Rom. 5:18). El hombre nace culpable, y se incrementa su culpabilidad con los pecados cometidos. La ira de Dios permanece contra los pecadores (Jn. 3:36) por haber desafiado Su santidad y por haber amado las tinieblas (Jn. 3:19). Hemos provocado Su ira y hemos ofendido Su santidad. Somos pecadores desde que nacemos; estamos alejados de Dios y enemistados con él, y con la terrible expectación de la muerte y condenación eterna. Hasta aquí las malas noticias solo han empeorado.

4. El hombre no puede hacer nada para salvarse

Quizá entre las realidades mencionadas hasta ahora, esta última  presenta una dificultad insuperable: el hombre no puede hacer nada para salvarse. Y es que la consecuencia inmediata del pecado es la muerte espiritual. De acuerdo a la biblia, los hombres estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1). Jesús dijo que nadie puede acercarse a él a menos que el Padre los atraiga (Jn/ 6:44). Y esto no es una condición, sino mas bien una declaración de la incapacidad humana. El mismo Pablo en otro lugar dijo que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:8). Estos son solo algunos textos que demuestran que el hombre está muerto espiritualmente, incapaz e impotente de hacer algo. El hombre no puede acercarse a Dios por sí mismo. ¿Por qué? Porque está muerto. En él no hay habilidad, capacidad ni fortaleza para salvarse. Por eso Pablo decía que “éramos débiles” (Rom. 5:6) en el sentido que somos frágiles e incapaces de obtener el favor divino.

En resumen, el hombre es un pecador desde que nace, está separado y enemistado con Dios, su pecado merece muerte y condenación eterna porque ha provocado la ira divina y no puede hacer nada para salvarse porque está muerto espiritualmente. Este es el terrible panorama. Este es el diagnóstico. Así se encuentra toda la humanidad sin Cristo. Estas son las malas noticias.

Solo entonces, al entender esto, el anuncio de la obra de Dios en la persona de Cristo es considerada una buena y gloriosa noticia para los pecadores. Desde aquí la oscuridad de nuestra pecado se encuentra con luz del evangelio. La profundidad de nuestra corrupción es cambiada por las alturas de la redención, y el quebranto de nuestra iniquidad encuentra un bálsamo con las buenas nuevas de salvación.

Desde aquí, la gloria del evangelio resplandece con su brillo para darnos la esperanza del perdón y de la vida eterna, porque cuando comprendemos las malas noticias, los hombres corremos a la cruz.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando