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De mañana suena el despertador. Delante de ella hay una lista de cosas por hacer. En su mente, en papel, en su teléfono. El formato no importa: está ahí, esperándola, y ella sabe que solo tiene 24 horas para lograrlo. 24 horas para hacer la mayor cantidad de cosas posibles. Parece que si no lo hace mañana habrá más cosas en esa lista. No importa su edad, o dónde vive, si está casada o no, si no tiene hijos o cuántos tiene, si trabaja o es ama de casa, si estudia o es voluntaria en su iglesia local. Su profesión o su vocación, cuánto dinero tiene en su cuenta bancaria, su forma de vestir o sentido de la moda. Puedes ser tú o puedo ser yo.

Marta y María

A lo largo de la historia de la humanidad se ha desarrollado no solamente una noción de persona humana, sino una noción de hombre y mujer, que luego se manifiesta en la cultura y se traslada a nuestro día a día. Sin importar la época o la sociedad en la que vivimos, hay un elemento con el que todas las mujeres nos podemos identificar: la idea del deber, la idea de lo que cada una de nosotras, mujeres, deberíamos de hacer. Sin embargo, hay una idea aún más importante.

Hay tantas expectativas de lo que una mujer debería de “hacer” que perdemos de vista nuestro “ser”, así que es fácil para nosotras hacer mucho pero ser poco la mujer que Dios quiere que seamos. Una de las grandes preguntas que vale que nos hagamos es “¿Quién soy?”. Y en el mundo postmoderno, la respuesta está llegando a ser un simple “no sé”. Esto es sumamente peligroso, ya que la pérdida de nuestra identidad provoca la pérdida de sentido en todo lo demás; perdemos las respuestas a las preguntas importantes de la vida.

La respuesta a la pregunta de “¿Quién soy?” no varía según la época o cultura. No depende de la sociedad; no depende ni siquiera de nosotras: depende únicamente de Dios, nuestro Creador. Es en base a Su palabra que puedo entonces decir, que soy una mujer creada a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26). Mi ser tiene dignidad y valor desde el día de mi concepción hasta el día de mi muerte. Singular, en mi naturaleza racional y emocional, tengo capacidad de conocer la Verdad (Juan 14:6). Pecadora por naturaleza y elección propia (Romanos 3:23). En Cristo Jesús, redimida, adoptada y justificada: no por obras sino por fe en Su gracia (Efesios 2:8-10).

A través de la Biblia conocí a dos mujeres que han cambiando mi vida y me han ayudado a comprender lo que llamo nuestro “deber ser”.

“Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba Su palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos. Y acercándose a El, le dijo: ‘Señor, ¿no Te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude’. El Señor le respondió: ‘Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada’”, Lucas 10:38-42.

Sentada a sus pies

Cuántas veces he sido Marta, cuántas veces mi deber se ha convertido en mi prioridad, o peor aún en mi identidad. Mi agenda está siempre llena, preocupándome por hacer la mayor cantidad de cosas posible y hacerlas bien. Y muchas veces mi lista de tareas está llena de cosas que pueden considerarse “buenas” o “nobles”, ocupada como Marta sirviendo al Señor, sirviendo a otros a mi alrededor.

Sin embargo, ocuparse es fácil. Ahora entiendo que el reto no es llenar nuestra agenda de “cosas por hacer”; ni siquiera es lograr hacer todo lo que nos propusimos en 24 horas y hacerlo bien, el verdadero reto es ser una mujer de Dios y no solo actuar como una. Si no entendemos que nuestra identidad y nuestro valor están en Él y no en las cosas que hacemos, no le conocemos, no comprendemos quién es nuestro Dios y por ende tampoco comprendemos quiénes somos nosotras. Es solo a través de su evangelio que conocemos la única cosa necesaria; cuán maravilloso es Dios que nos amó, nos ama y nos amará, no por nuestro desempeño, sino por el contrario aun sabiendo que nunca podríamos hacer lo suficiente, que sin importar nuestro esfuerzo, o nuestra disciplina, nunca podríamos lograrlo, nunca podríamos salvarnos a nosotras mismas.

Su amor debe ser nuestra ancla, debe ser el peso que nos mantiene unidas a Él, el peso que no nos permite alejarnos y correr a nuestro deber para buscar las respuestas de nuestro ser.

Amada: es fácil, como Marta, preocuparnos en los preparativos y mantenernos ocupadas, corriendo de un lugar a otro, creyendo que tenemos que hacer para ser aceptadas, que seremos amadas de acuerdo a nuestros logros. Cuánto quisiera poder decir que soy como María, pero confieso que hay momentos en que los que he corrido a mi trabajo, a mis actividades diarias, a mis logros buscando la aceptación de Dios, como si mis obras pudieran impresionarlo. En Su misericordia Él me ha dejado fallar y ha sido su gracia y su amor lo que me ha traído de regreso en arrepentimiento. Porque nada de lo que hago puede remplazarlo a Él, ninguna tarea puede remplazar su presencia, no hay nada que pueda remplazar a Cristo en mi vida.

Esta es mi oración hoy: despertar y no ver una lista de tareas por hacer sino en cambio, despertar y ver a mi Señor, delante de mí, ver lo hermoso que es, maravillarme con Él, disfrutar de su presencia sentada a sus pies. Oh la gracia de disfrutar la única cosa necesaria: ¡Ser suya!

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