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“La verdad del evangelio es el principal artículo de toda doctrina cristiana… Más necesario aún es que conozcamos bien esta doctrina, que se la enseñemos a los otros y que la metamos en su cabeza continuamente”,  Martín Lutero

Muchas veces, he escuchado a la gente decir, “Yo no quiero una religión, quiero solo estar con Jesús.” o también, “La religión no salva, ¡solo Cristo salva!”. No creo que hay muchos cristianos que al escuchar esto estarían en desacuerdo. Pero sí hay muchos que afirman querer a Cristo sobre una religión y siguen siendo religiosos.

Ahora, es importante clarificar que cuando nos referimos a “religión” en este contexto, no estamos hablando de la Iglesia ni de lo que enseña la Biblia como necesaria para una vida cristiana. De hecho, fue Jesús quien estableció la Iglesia y él es en sí mismo la Palabra encarnada. A lo que nos referimos entonces es a las tradiciones, actitudes, y expectativas que le hemos añadido a las Escrituras como necesarias para vivir de una forma cristiana.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre vivir una vida a la luz del evangelio y una vida motivada por la religión?

En su libro, Iglesia Centrada, Tim Keller usa esta tabla para explicar esta diferencia:

RELIGIÓN

EVANGELIO

1. «Obedezco; luego soy aceptado.»

2. La motivación se basa en el miedo y la inseguridad.

3. Obedezco a Dios para conseguir cosas de él.

4. Cuando las circunstancias de mi vida no van bien, me enojo con Dios o conmigo mismo porque creo, como los amigos de Job, que todo el que es bueno merece vida placentera.

5. Cuando me critican, me siento enojado o devastado porque para mí es esencial pensar que soy una «persona buena». Las amenazas a esa imagen de mí mismo deben ser destruidas a toda costa.

6. Mi vida de oración consiste principalmente en peticiones y solo soy ferviente cuando estoy en necesidad. El objectivo principal de mi oración es controlar las condiciones que me rodean.

7. La visión de mí mismo oscila entre dos polos. Si -y cuando- vivo a la altura de mis estándares me siento seguro, pero entonces tiendo a ser orgulloso y antipático con la gente que fracasa. Si -y cuando- no vivo a la altura de los estándares, me siento humilde aunque inseguro me siento fracasado.

8. Mi identidad y valía propias se basan principalmente en lo arduo que trabajo o cuán íntegro soy, por eso debo menospreciar a quiénes percibo como perezosos o inmorales. Los desdeño y me siento superior a los demás.

9. Como miro a mi propia calidad o actuación para mi aceptabilidad espiritual, mi corazón fabrica ídolos. Pueden ser mis talentos, mi registro moral, mi disciplina personal, condición social, etcétera. Definitivamente necesito tenerlos para que sean mi mayor esperanza, significado, felicidad, seguridad, y fundamento, diga lo que diga que creo acerca de Dios.

1. «Soy aceptado; luego obedezco.»

2. La motivación se basa en un gozo agradecido.

3. Obedezco a Dios para conseguir a Dios, deleitarme en él y parecerme a él.

4. Cuando las circunstancias de mi vida no van bien, lucho, pero sé que si bien Dios puede permitir que eso me suceda para capacitarme, me hará sentir su amor paternal durante mi sufrimiento.

5. Cuando me critican, aunque lucho, no es esencial que piense que soy una «persona buena». Mi identidad no se fundamenta en mi actuación sino en el amor que Dios me tiene en Cristo.

6. Mi vida de oración consiste en momentos abundantes de alabanza y adoración. El objetivo principal de mi oración es tener comunión con él.

7. La visión de mí mismo no se basa en una visión propia como alguien que alcanza logros morales. En Cristo soy pecador y perdido a la vez, pero aceptado. Soy tan malo que él tuvo que morir por mí, y soy tan amado que él gustosamente murió por mí. Esto me hace ser más humilde y sentirme más seguro, sin ser llorón ni jactancioso.

8. Mi identidad y autoestima se centran Él que murió por sus enemigos, incluido yo. Solo por pura gracia soy lo que soy, por eso no puedo menospreciar a quienes creen o practican otra cosa. No tengo ninguna necesidad interior de ganar argumentos.

9. Tengo muchas cosas buenas en la vida: familia, trabajo, etcétera, pero ninguna de ellas son fundamentales para mí. No son cosas que definitivamente tengo que tener, por eso hay un límite en cuanto a la cantidad de ansiedad, amargura o depresión que pueden producirme cuando se ven amenazadas o las pierdo.

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