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Vivimos en una época donde a cada hora somos asaltados por algún tipo de mala noticia: robos, hurtos, atentados, crímenes, fornicaciones, opresión en casi todos los tipos y colores. Vivimos inseguros, en medio de gran confusión y miedo, no solo de carácter moral, sino también religioso. Sentimos cansancio, quisiéramos salir pronto del mundo. La corrupción es alarmante, temblamos de miedo al ver lo que le tocará vivir a los que vienen tras nosotros

La humanidad exhibe destreza encomiable para distinguir los signos de la ecología, la economía, meteorología, sociología, y otras tantas logías, pero no los signos morales de nuestro tiempo. No están viendo lo contaminado que está la época actual  para clamar por el Salvador, pero sí saben con asombrosa precisión cuándo ha de llover, la extinción de las especies, las tendencias de los mercados… asunto que ni les va ni les viene a la salud del alma. Aquí caben las Palabras del Señor Jesús: “Sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡más las señales de los tiempos no podéis!” (Mt.16:3).

Las personas corren con desespero tras la paz y seguridad. Lo cual no estaría lejos si supieran que solo se alcanza agradando a Dios. Este agrado no es por curiosidad, sino discerniendo el mal de la época, evitándolo, creyendo en Su Hijo, y haciendo el bien. No necesitan ver un milagro para agradarlo. Si tan solo conocieran medianamente las Escrituras sabrían que el deber presente es confiar en Dios, no demandarle. Lo único que puede hacer el pecador, en este sentido, es rogar. Pues, como dicen en mi pueblo: “Si tú debes solo hay dos opciones: Paga o ruega”. A Dios no pueden pagarle, sólo resta el ruego.

Camino Iluminado

La luz es el ornamento de la Creación. Por eso se le compara con las verdades espirituales. Es tanta su hermosura que si atravesamos por tiempos de calamidad, pero de pronto somos iluminados con el conocimiento adecuado, la carga de los problemas se aligera y lo que teníamos como amargura es endulzado por la luz.

El propósito con el cual estudiamos la Palabra de Dios día tras día y semana tras semana es para aligerar nuestras cargas, salvarnos de nuestros enemigos, resolver los problemas, enderezar nuestros pasos, y reformar nuestra conducta. Hay una sombra que constantemente nos persigue, por lo que debemos ser diestros en usar la luz del Espíritu, para cuando esa sombra se pose frente a uno, tengamos consigo la linterna de la Palabra de Dios y caminemos sin tropezar: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” 2 Pedro 1:19.

Nos referimos a la sombra del fracaso. Pero si somos poseedores de la luz, no en la cabeza, sino en el alma, ni la mancha de la muerte podrá contaminarnos, y eso que el polvo de la muerte lo cubre todo. Nada en esta tierra escapa de las garras de la muerte; hasta las piedras se destruyen. Solo la luz está a salvo, ella ni envejece ni se corroe: “Luz está sembrada para el justo, Y alegría para los rectos de corazón” Salmos 97:11.

Mire la dirección que Pablo dio a Timoteo para enfrentar el peligro:

“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos…Más los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados… Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”, 2 Timoteo 3:1, 13-15.

Hay dos asuntos aquí: por un lado, peligro de fracasar, y por el otro la solución: seguir la Biblia. No será el mejoramiento de la situación económica, ni un cambio de gobierno, ni siquiera el establecimiento de un orden justo y democrático lo que salvará a los hombres de sus problemas y fracasos, sino el seguir fielmente los consejos bíblicos.

Cualquier otro remedio para resolver estos males, le hará olvidar su condición, que es pecador. Y si olvida eso, tampoco podrá ver la señal del cielo, que hay Gracia de salvación. Note que Pablo no se dirige a un incrédulo, el cual necesita salvarse, sino a un gran santo, Timoteo. ¿Por qué a Timoteo? Porque es bueno para el Creyente. Las tinieblas de estos tiempos son muy densas, y necesitamos luz fuerte, resplandeciente para poder combatirla. Los fariseos y saduceos estuvieron tan ocupados en los asuntos terrenales que olvidaron su condición de naturaleza pecadora, y cuando les llegó el remedio en Cristo, lo desecharon. Hoy en día los hombres están tan interesados en las noticias y lo que acontece en el mundo que se han olvidado de su propia condición, y como consecuencia son ignorantes de la mente y voluntad de Dios. Hay multitud de gente que pasan días enteros atentos a las noticias, e ignorando el efecto olvidadizo de su condición que les produce.

Deber de la oración

Estamos extrañados de que el látigo divino no ha caído con más fuerza y frecuencia por la maldad imperante que se ve. En otras palabras, la conducta general de los hombres está demandando de la justicia divina que haya un castigo, y uno pregunta qué hacer frente a eso. Un caso:

“El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová… Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros. Y dijo Moisés a Aarón: Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado. Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, e hizo expiación por el pueblo, y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad”, Números 16:41, 45-48.

La oración libró del castigo. Tiempos de peligro son tiempos de oración. Amén.

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