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El reconocido diario Prensa Libre publicó hace unos meses un artículo titulado “Los evangélicos ganan terreno en el país”, que argumentaba sobre el crecimiento del cristianismo evangélico en América Latina y la pugna existente entre protestantes y católicos por los feligreses. Este es un fenómeno que se repite en la mayoría de países de Latinoamérica, y en el cual se presentan argumentos de ambas partes sobre las razones del crecimiento o decrecimiento que reflejan los números.

Algo que siempre me ha asombrado es la importancia que muchos le dan a esta clase de estudios, sobre todo cuando los números no reflejan en la mayoría de nuestras sociedades una influencia real de parte de aquellos que somos miembros de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Por lo tanto, es necesario que examinemos si estamos cumpliendo el papel que tenemos aquellos que somos parte ella.

Sal y luz

La Iglesia establecida por Dios siempre tuvo, tiene y tendrá influencia en todos los tiempos y ámbitos de la humanidad. Eso es lo que nos dice nuestro Señor:

 “Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos”, Mateo 5:13-16

La influencia de la Iglesia ha traspasado los tiempos, las culturas, las ideologías, las filosofías, la política y la economía, al ser una institución donde la semilla del evangelio sale hacia el mundo y llega a la familia, donde se asienta la sociedad; al gobierno, para que las naciones sepan manejar el código moral dado por Dios; y al individuo, para que este sepa el camino que debe seguir.

De una Iglesia saludable y alineada con las Escrituras emanan las verdades dadas por Dios en su revelación e inspiración.  La Iglesia debe ser el puente de restauración de la humanidad, llevándola a encontrar el camino correcto al Padre, por medio de Jesucristo.

Produciendo fruto

En Mateo 13 encontramos a Jesús contando a las multitudes la parábola del sembrador, para luego explicar a sus discípulos su significado. Vemos en el verso 23 “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”. Podemos ver que aquellos en quienes ha sido sembrada la semilla tenemos la responsabilidad de “oírla” con un corazón humilde, escudriñarla para “entenderla” y ponerla en práctica para dar “fruto”.

Uno de los problemas actuales es nuestra definición de “fruto”, definición que muchas veces no va de acuerdo con la Palabra de Dios. Templos grandes, ministerios grandes, denominaciones grandes y porcentajes grandes no son fruto verdadero si no producen cambios reales en las sociedades que vivimos y en las personas que la componen. El bienestar de una sociedad no depende del gobierno: depende de lo que la Iglesia hace o deja de hacer.

Lamentablemente, la falta de entendimiento de un cristianismo integral ha llevado a muchos ha diluir el poder del evangelio y el sacrificio redentor de Jesucristo, creando un evangelio antropocéntrico, lleno de positivismo y psicología cristiana, dejando por un lado el verdadero evangelio Cristocéntrico, lleno de retos, responsabilidades y que nos empuja a ser parte de un cambio real en la sociedad donde vivimos.

La Gran Comisión que nos da Jesucristo en Mateo 28:19-20 debe ser más que un adorno que decore las paredes de nuestras iglesias. El “id y haced discípulos, enseñándoles” nos tiene que llevar a escudriñar las Escrituras para aprender y ser testigos fieles de las mismas, y no testigos de nuestros pensamientos e ideas. La gracia inmerecida que recibimos nos debe hacer ir y buscar a los que nadie está buscando. Nos empuja a poner “todos” nuestros recursos para el beneficio del Reino, y nos lleva a hacer iglesia afuera de las cuatro paredes.

Así que sin duda tenemos que hacernos la pregunta, ¿qué influencia tiene la iglesia en Latinoamérica? ¿Qué influencia tenemos aquellos que profesamos la fe cristiana? ¿Qué tipo de cristianismo representamos? Estas preguntas van más allá de números, emociones o deseos. Nos ayudan a enfocarnos en nuestras responsabilidades y sobre todo nos ayudan en enfocarnos procurar entender la voluntad de Dios de acuerdo a las Escrituras. Quizás debamos hacerlo personal: ¿qué influencia tienes tú, como cristiano, en el mundo que te rodea? ¿Cómo está tu iglesia impactando tu ciudad?

Todos aquellos que por gracia formamos el cuerpo de Cristo tenemos la responsabilidad que la Iglesia engendre esperanza. Lo que parece ser una crisis mundial de valores debe ser una gran oportunidad para la Iglesia, que sin cambiar su esencia puede seguir siendo efectiva y que su influencia, que viene del Creador, pueda seguir sembrándose en este mundo.

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