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Dios manda que todo cristiano busque la santidad en todas las áreas de su vida (Hebreos 12:14). Debido a que Él utiliza la verdad para santificar (Juan 17:17), para poder estar expuestos al poder santificador de la Biblia debemos creer en la inerrancia completa de la misma. Si cierta palabra de la Escritura se considera falsa, entonces esa palabra se retira del arsenal del Espíritu para transformar vidas. Y no solo eso: cuando se cuestiona una de las palabras de Dios, en ese momento la sabiduría del hombre se pone por encima del consejo divino, así diluyendo su poder salvífico (1 Corintios 1:21). Lo mismo aplica en la predicación. Debido a que el llamado de todo predicador es el de “presentar perfecto en Cristo Jesús a cada hombre” (Colosenses 1:28), esto solo es posible cuando él expone a sus oyentes a la predicación de todo el consejo de Dios.

Definiendo inerrancia

La doctrina de la inerrancia enseña que cada una de las palabras originales de la Escritura, cuando se interpreta correctamente, es absolutamente veraz. Esta simple definición está siendo atacada por varios frentes, y es nuestra responsabilidad defenderla. Si se pierde tan solo una palabra, se pierde la voz de Dios. Tristemente, muchos creen que Dios solamente inspiró a los autores humanos. Esto deja lugar para que la gente piense que los autores, aunque ‘inspirados’, pudieron introducir errores a la hora de escribir.

Sin embargo, es imposible que haya entrado un error durante el proceso de escribir la Biblia, ya que Dios habla de la inspiración no solo a nivel de los autores (2 Pedro 2:20-21), sino también a nivel del texto mismo. El apóstol Pablo escribió: “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Usted puede observar que Pablo no dice que todos los autores fueron inspirados por Dios, sino todo el texto. Puesto que cada palabra fue escrita por Dios, sin interferencia humana (2 Pedro 1:20-21), cualquier error constituiría una mentira en la cual Dios deliberadamente tergiversó la verdad. Si Dios afirma que Él mismo exhaló todo el texto, entonces debemos afirmar que cada palabra es tan inspirada como los mismos Diez Mandamientos que fueron escritos directamente por Dios (Éxodo 31:18).

Podemos decir entonces que la Biblia fue escrita por hombres, en sus propias palabras, pero fueron guiados por el Espíritu Santo de tal forma que las palabras que escribieron eran las palabras de Dios, como si Dios mismo las hubiera escrito con su dedo. El resultado es un texto 100% humano y 100% divino.

La inerrancia y la predicación

En Hechos 20:26 leemos que Pablo declaró delante de los ancianos de Éfeso: “Yo soy inocente de la sangre de todos”. Su conciencia estaba limpia. La pregunta es: ¿cómo podría haber llegado a tal condición tan bendita? El versículo 27 explica: “…por que no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios”. ¡Qué gran desafío! ¿Osaría alguien que niega la inerrancia declarar estas mismas palabras? ¿Podría tal persona tener una conciencia limpia después de haber retenido deliberadamente ciertas palabras de la Biblia?

Si un predicador se da la libertad de no creer en ciertas partes de la Biblia, es obvio que no predicará aquellas secciones con la urgencia y autoridad que el texto demanda. Esto conduce a sermones que contienen solo porciones de la verdad, y no la exposición de todo el consejo de Dios. Por desgracia, si solo se proclama una parte de la verdad, el mundo solo tendrá acceso a parte del poder de Dios para la salvación (Romanos 1:16), y la iglesia solo tendrá parte del poder de Dios para la santificación (Juan 17:17).

Que todo predicador busque predicar fielmente cada palabra de la Biblia con el fin de que sus oyentes sean conformados a la imagen completa de Cristo que se revela en la Escritura. Cada palabra es inspirada, así que cada palabra debe ser estudiada, obedecida y proclamada.

La inerrancia y la santidad

El creyente es el que anhela ser transformado a la imagen de Cristo en cada área de su vida, sabiendo que Dios es glorificado cuando refleja a Cristo. No existe imagen más bella ni deseosa que la de Cristo. Por lo tanto, el creyente odia su pecado y busca erradicar cualquier aspecto de su ser que no refleje la imagen de Cristo. Si pensamos en la ilustración del alfarero, cuando un cristiano mira su propia vida y observa que tiene un pedazo de masa que no se refleja en el patrón de Cristo, con gusto lo corta.

No cabe duda que tenemos mucho pecado que erradicar en nuestras vidas. Ahora bien, aquel que no cree en la inerrancia de la Biblia, ¿qué instrumento utilizará para erradicar el pecado? Si la Palabra es la espada del Espíritu (Efesios 6:17), una Biblia con errores es una espada defectuosa. Entonces, ¿qué van a utilizar? La sabiduría humana es, a lo más, una espada de plástico, sin valor contra los apetitos de la carne (Colosenses 2:23). Aquellos que niegan la inerrancia aman su intelecto tanto que no están dispuestos a pedir a Dios que utilice toda Su espada para cortar su orgullo y crecer en santificación.

La Escritura es un bisturí perfectamente afilado y preciso en el cumplimiento de su propósito. Al alterar o cambiar una sola palabra, se desafila y disminuye su efecto salvífico y santificador. Por esto, aquellos que anhelan la gloria de Cristo luchan sin descanso por predicar la Palabra pura, y por utilizar la Palabra en busca de su propia pureza.

“…has engrandecido tu palabra conforme a todo tu nombre” (Salmo 138:2).

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