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Hace poco me senté con un pastor de otra ciudad que habló de las profundas heridas que cargaba por la forma en que ciertos miembros de la iglesia respondieron al no estar de acuerdo con él. Apenas unas horas más tarde, me encontré con un esposo dolido por comentarios descuidados hacia su esposa por parte de hermanos en la fe al ella perder su bebé.

Lo que estos dos líderes tenían en común era una extraña sensación de traición. Estaban luchando por conciliar la contradicción entre lo que estos cristianos afirmaron y la forma en que actuaron. Yo podía entender su lucha. Yo he sido herido por cristianos que han profesado su amor y, por desgracia, muchas veces he contradicho lo que digo y creo comportándome en formas que lastiman a otros.

Con los años, he notado un patrón inesperado en la experiencia compartida por muchos pastores. Algo que, de haberme sido susurrado cuando era un joven líder, hubiera gritado en incredulidad desafiante.

Nuestras pruebas más grandes generalmente vienen a manos de otros creyentes.

Deja reposar esto por un minuto. Parece una locura. El considerarlo puede casi sentirse como traicionar a Dios; como si estuviéramos exponiendo los secretos de la familia, o la parte más oscura de nuestra gente. Pero cuanto antes lo veamos, mejor lo entenderemos. Cuanto antes lo veamos, más fácil será interpretarlo.

El código

Los cristianos tenemos un código por el cual vivimos: la Biblia. También tenemos una familia que intenta vivir el código: la Iglesia. La familia quiere mantener a cada uno responsable por lo que creemos. Todo suena tan simple.

Pero cuando pensamos que otros miembros de la familia (en especial los que lideran a la familia) no viven bajo ese código, esto puede provocar graves pecados en la iglesia. Y esto lo harán personas que creen con todo su corazón que están honrando a Dios al tratarte de manera deshonrosa.

Esto es un problema particular para los líderes. J. Oswald Sanders dijo una vez: “Una cruz permanece en el camino del liderazgo espiritual, una cruz sobre la cual el líder debe permitir ser clavado”. Realmente me sorprendió descubrir que la cruz por la que debemos permitir ser clavados, a menudo, son los cristianos que guiamos. Ahí, escondida en las esquinas conflictivas de la iglesia local, empezamos a comprender una gloriosa paradoja. Los cristianos nos darán muchas de nuestras más grandes alegrías… pero también pueden convertirse en la cruz en la que debemos permitir ser clavados.

Pero piensa en ello. ¿Por qué deberíamos ser diferentes? Seguimos a un Salvador crucificado, y su cruz fue experimentada de una manera similar. Su mano derecha lo negó, otro lo traicionó, y sus mejores amigos lo abandonaron en Getsemaní. Piensa en la descripción de Isaías: “Despreciado y desechado entre los hombres; varón de dolores, experimentado en quebranto; y como como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:3-4).

El mundo rechazó a Cristo, pero fueron los religiosos los que gritaron “Crucifícalo” (Marcos 15:13-14).

Es gracioso. No estamos acostumbrados a ver la cruz a través del punto de vista de las relaciones, pero parece ser una de las formas más importantes en las que Cristo la experimentó. Pablo también. ¿Te imaginas despertar un día para darte cuenta que, “… todos los que están en Asia [te] abandonaron” (2 Tim. 1:15)? Pablo parecía sufrir ese tipo de abandono todo el tiempo. Era una cruz sobre la cual permitió ser clavado.

Así que, si alguna vez te encuentras bajo el escrutinio de la religiosidad o el abandono de los que te prometieron fidelidad, anímate y mira a tu Redentor. ¡Estás bien acompañado! Y cuando te encuentres secando otra lágrima de tu ojo, preguntándote de nuevo si tendrás la voluntad de seguir adelante, recuerda siempre que, “En tu lucha contra el pecado aún no has resistido hasta la sangre” (Heb. 12:4).

Ármate de valor. Jesús fue clavado para que puedas seguir adelante.


Publicado originalmente en Am I Called? Traducido por Rodrigo Gómez
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