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2 Samuel 11 – 12   y    Hebreos 3 – 4

¿Por qué has despreciado la palabra del Señor haciendo lo malo ante Sus ojos? Has matado a espada a Urías el Hitita, has tomado su mujer para que sea mujer tuya, y a él lo has matado con la espada de los Amonitas.

(2 Samuel 12:9)

¿Qué deseos están ocupando tu mente en estos momentos? ¿Sabías que tus deseos ocupan la mayor parte de tu voluntad y de tu tiempo? La relación con ellos imprime la dirección de nuestra conducta, modela nuestros actos, define nuestros valores y saca a la luz la verdadera intención en cuanto nuestra relación con Dios. Nuestro Señor Jesucristo mostró el poder de los deseos cuando dijo: “porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6:21). No hay duda que hay una directa proporción entre deseos y ubicación personal.

Por esa razón, no es contradictorio que Dios exija que el primero de nuestros afectos y deseos sea Él, y que ninguno de nuestros deseos secundarios se le oponga o le cause rivalidad. Los deseos y los afectos son tan fuertes en su dominio sobre nosotros mismos que el Señor tuvo que inscribir un mandamiento que defina esta situación: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. (Mt. 22:37). Deseo y voluntad van de la mano para hacer de nosotros personas dignas o convertirnos en humanoides sin valores, arrastrados por los deseos que alguna vez dejamos fuera de control.

El rey David estaba completamente firme en su reino. Cansado de las batallas, ya no participaba activamente en los combates, prefiriendo quedarse en palacio mientras recibía los informes de las victorias de su poderoso ejército. Una tarde, David se levantó de una reconfortante siesta y decidió dar un vistazo a la ciudad desde los balcones reales. Lo que vio aumentó su respiración y acrecentó su pulso como el trote de un caballo. De golpe fue sacado del estado de relajación en que se encontraba.

¿Qué le produjo tal desenfreno? A la distancia vio a una bella mujer que se estaba bañando y no pudo más que desearla con todas sus fuerzas. Quizás quiso sacarse la idea de la cabeza, por un momento intentó retroceder y ocupar su mente en otra cosa, pero no pudo. El deseo era más fuerte que su razón y sucumbió a él. Hoy en día le llamamos a este deseo erotismo, que, lingüísticamente hablando, es una palabra que indica la excesiva carga de pulsaciones sexuales, capaz de invadir todo el campo de la conciencia.

David preguntó agitado por el nombre de la mujer. “Betsabé, la mujer de uno de tus mejores soldados que están hoy en el frente, Urías el Hitita”, le dijeron. ¿Enfriaron estos datos la pasión de David? ¡No! ¿Por qué? Porque los deseos ocupan la mayor parte de nuestra vida emocional y cuando se desbocan, crean sentimientos tan diversos y los estimulan de tantas formas que sólo generan un ambiente de confusión que propicia el desorden que garantiza la satisfacción a cualquier precio.

El rey aprovechó su autoridad para hacer venir a Betsabé y se acostó con ella. El deseo fue satisfecho y es posible que David, ya más calmado, buscara justificaciones para su temeridad y su desapego a los mandamientos de Dios con el fin de disculpar sus malos deseos. Lo terrible es que cuando uno se deja corromper por un mal deseo cae en una escalada de malas decisiones que lo hacen perder el control sobre su propia vida.

Las cosas para el rey no terminaron con esta ‘canita al aire’. Poco tiempo después, mientras los soldados seguían en batalla, Betsabé le anunció a David que estaba embarazada. Y empezaron los problemas. David había satisfecho su deseo y estaba en proceso de olvidarlo, pero las consecuencias de su desvarío recién estaban saliendo a la luz.

¿Qué hago?, se debe haber preguntado David con desesperación. El mal deseo satisfecho se cubrió de otro deseo, pero ahora de uno más poderoso y maléfico que pueda ocultar las consecuencias de su desatino sin importar quién caiga y menos que se dañe a gente inocente. Haciendo uso nuevamente de su autoridad hizo volver a Urías del campo de batalla para que pueda estar con su mujer, pero el noble guerrero no lo consideró una opción porque, en sus propias palabras: “El arca, Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab y los siervos de mi señor acampan a campo abierto. ¿He de ir yo a mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer? Por su vida y la vida de su alma, que no haré tal cosa” (2 Sam. 11:11).

David debió haber recibido el golpe en el mismo centro de su conciencia al ver como uno de sus siervos muestra una nobleza que él había perdido. Pero su culpa y su pérdida de control no lo dejan reflexionar y trama un plan verdaderamente macabro: “A la mañana siguiente David escribió una carta a Joab, y la envió por mano de Urías. En la carta había escrito: Pongan a Urías al frente de la batalla más reñida y retírense de él, para que sea herido y muera” (2 Sam. 11:14-15). Allí sucumbió totalmente la conciencia de David ante un golpe de estado violento del deseo descubierto que buscó tomar el control de la voluntad del rey.

Urías murió en batalla y David pudo casarse con Betsabé. El noble y prudente David, el hombre que respetó hasta el fin a Saúl, el que danzó sin vergüenza ante la presencia de Dios, el hombre que era conforme al corazón de Dios, se había convertido en un esclavo de sus deseos y en un fugitivo de la justicia y la rectitud. Aparentemente, todo estaba bien, pero no para Dios. El Señor reprendió a David a través del profeta Natán confrontando su situación y haciéndole ver que era culpable delante de Él.

El hecho de que David haya podido tapar las consecuencias y que, como un delincuente, no haya dejado huellas de su crimen, no significa que Dios pueda quedar conforme y ‘a otra cosa mariposa ’. David tenía que cambiar de actitud, debía extirpar este cáncer que hacía que él se volviera esclavo de si mismo y de ese sentimiento de impunidad que le permitía destruir y hacer daño a gente inocente con el fin de cubrirse a sí mismo. Lo que Dios sabía era que, todo esto, tarde o temprano, terminaría aniquilándolo también al mismo David.

David se arrepintió y pudo entender la magnitud de su pecado. La conciencia volvió a tomar el control de la voluntad y el deseo pecaminoso fue condenado a muerte y extirpado. El Salmo 51 es el delicado testimonio de la conciencia renovada y fortalecida de David. Él dice con mucha sinceridad: “Tú deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría” (Sal. 51:6). El deseo secreto e íntimo fue confrontado con la presencia de Dios, allí en lo profundo del corazón. David entendió y pidió ser renovado y sanado del daño que el mal deseo le había dejado en el alma: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10).

¿Quién está libre de sucumbir a la locura de un mal deseo? Nadie. David tuvo a Natán… ¿A quién tienes tú para que te ayude a volver a la cordura? Si no lo tienes busca a alguien que pueda ser un ‘ pepe grillo ’ a tu conciencia cuando sientes que flaqueas; y lo más importante, nunca dejemos que el deseo supere nuestra genuina obediencia y respeto al Señor: “Tengan cuidado, hermanos, no sea que en alguno de ustedes haya un corazón malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo. Antes, exhórtense los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: “Hoy;” no sea que alguno de ustedes sea endurecido por el engaño del pecado” (Heb. 3:12-13).

Lutero decía: “Yo no puedo evitar que las aves revoloteen alrededor de mi cabeza,  pero lo que no puedo permitir es que hagan nido en ella”. A buen entendedor…

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