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¡Hay tanto por hacer!

El deber de una mujer es particular en cada época, cultura y sociedad, y se traslada al día a día hasta llegar a nuestra lista de pendientes o cosas por hacer. Con tantas expectativas sobre los hombros de la mujer, una vez respondida la pregunta de “¿Quién soy?”, surgen dos preguntas más “¿Qué debo hacer?”, y “¿Cómo voy a lograrlo?”

Yo disfruto las novelas de Jane Austen, quién se caracterizó por representar la sociedad inglesa del siglo XIX. Sus libros están llenos de ilustraciones de lo que debía hacer una mujer en esa época, y creo que podríamos hacer un juego mental y cambiar algunas de sus ilustraciones a nuestro contexto hoy. En lugar de pintar, forrar biombos y hacer bolsitas de malla, las mujeres de hoy debemos estudiar, trabajar, hacer las tareas del hogar, ser voluntarias en nuestra iglesia local, liderar un estudio bíblico de mujeres o participar de alguna actividad ministerial.

Podemos sustituir tener un conocimiento profundo de las bellas artes por un profundo conocimiento del arte y cultura actual. Más importante, buscamos tener un profundo conocimiento de la lectura bíblica. También practicar las disciplinas espirituales,  algún deporte. Las que tienen la bendición de ser esposas y/o madres también cumplen las tareas que vienen con esa bendición. Tampoco podemos descuidar el mantener una imagen decente. Lo sé, solo leerlo puede agotarnos, intimidarnos, o ambas cosas a la misma vez.

Retada por otras

En la Palabra hay una historia de dos mujeres que me ha retado en la determinación de mis prioridades. No solo me ha empujado a un uso más sabio de mi tiempo: me inspiraron a compartir esto:

Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba Su palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos. Y acercándose a El, le dijo: ‘Señor, ¿no Te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude’. El Señor le respondió: ‘Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada’” , Lucas 10:38-42.

Marta, como muchas de nosotras, conoció a Jesús y fue cautivada por Él, por su evangelio, por su gracia, así que un día decidió recibirlo en su casa. Y ¿para qué?, para compartir con Él. Pero eso fue lo que menos hizo. Lo mismo nos pasa a muchas de nosotras: conocemos a Jesús nuestro Señor, y luego nos preocupamos con todos los preparativos para vivir la vida cristiana que terminamos perdiéndonos la mejor parte, la parte buena.

Escuchando Su Palabra

He sido por años más Marta que María, y creo que he aprendido de ambas.

Marta recibió al Señor en su casa. Esto implica recibir a alguien con hospitalidad y amabilidad: hacer sentir al invitado bienvenido. El evangelio nos muestra a Dios recibiéndonos a través de la obra de Jesús como sus hijas, haciéndonos sentir bienvenidas en su familia; entonces recibamos pues su amor y su gracia no solo para salvación sino en nuestra vida diaria, recibamos a Jesús en nuestra rutina, en nuestras 24 horas del día para esas buenas obras que tenemos delante de nosotras (Juan 1:12, Efesios 2:8-10).

¿Cómo lo hacemos? De María se dice que sentada a Sus pies escuchaba Su Palabra. Establezcamos prioridades. ¿Queremos ser verdaderas mujeres de Dios o solo actuar como una? Porque para esto no hay una lista de preparativos, no hay una formula mágica, es el consejo completo de Su Palabra la que nos transforma para ser la mujer que Dios quiere que seamos y para hacer lo que Dios quiere que hagamos. Entonces tomemos un momento del día –sí a pesar de todo lo que tenemos que hacer–, sentémonos a sus pies y escuchémoslo a Él en Su Palabra.

Una vez establecimos prioridades, mantengámonos enfocadas, porque solo una cosa es necesaria para lograr todas las demás. Sé que es fácil dejarnos llevar por la rutina y preocuparnos con los preparativos de la vida, distraernos y dejar de prestar atención, ignorar Su voz por el ruido de lo urgente, hasta que en un momento nos sentimos como Marta sirviendo solas y ya no estamos preocupadas sino también molestas por tantas cosas.

¿Cuál es la parte buena? ¡Jesús es la parte buena! Él es la parte buena en todo lo que hacemos. No es sólo el fin de lo que hacemos, debe ser el principio, el camino y el fin de toda nuestra vida. Mujeres: nuestra lista de cosas por hacer cambia día a día, y seguirá cambiando, Él es nuestra constante. Él nunca nos será quitado.

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