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 “¡¿Cómo no se daba cuenta que su padre era un asesino en serie?!”

Durante un almuerzo reciente, esta fue la pregunta que dirigió la conversación entre mis compañeros del trabajo y yo. Una amiga de una compañera había conocido a la hija de un asesino en serie famoso aquí en Estados Unidos. Esta misma hija confesó que no tenía idea que su padre estaba regularmente matando a gente durante su niñez.

¡¿Cómo no lo podía ver?! ¿Cómo sucede algo así?

Este asesino era astuto en esconder sus pecados; y no es el único. Al ver entrevistas en la televisión, muchas veces los amigos o vecinos de los asesinos dicen algo parecido a, “¡Parecía un hombre bueno y amable! No tenía idea que sería capaz de algo así!”

Escondiendo nuestros pecados

La terrible verdad es que todos escondemos pecado. Gracias a Dios, la mayoría de nosotros no escondemos pecado de asesinato, pero hay otros pecados que luchamos para esconder.

Algunos se ponen la máscara de buenas obras, éxito, la religión, o la falta de religión para esconder su pecado. Otros se burlan de la necesidad de poner este tipo de mascara. Algunos llaman al pecado un “error”, o dicen que solo si la gente tuviera más educación o una mejor crianza, todo estaría bien.

Aunque el pecado debe ser evidente, muchas personas no creen en la pecaminosidad de la humanidad. No es muy común ver a alguien entrar a una tienda y decir, “¡Aquel fulano es un pecador que merece el infierno!”. Pero sigue siendo verdad. Fuera de Cristo, todos somos pecadores camino al infierno. Si no fuera por el testimonio del Espíritu Santo y nuestra conciencia, todo nuestro tiempo sería básicamente uno de pecar y esconder el pecado. Estoy de acuerdo con G.K. Chesterton quien dijo que el pecado original es, “la única parte de teología cristiana que realmente puede ser probada”.

Esconder nuestro pecado puede funcionar por un rato en este mundo, pero habrá un día cuando todo lo que hemos hecho ha será revelado delante del Dios Altísimo. Vamos a rendir cuentas a Dios por todos nuestros pecados: sea una mentirita o un homicidio doble. Las máscaras serán rasgadas de nuestras caras y se revelarán los corazones sucios de la humanidad.

¿Qué puede ser más terrible que estar de pie delante un Dios santo en el día de juicio?

Nuestra esperanza gloriosa

Las buenas noticias para los cristianos es que Cristo nos ha liberado de este temor. Él murió en la cruz y pagó la deuda que nunca podríamos pagar. Colosenses 2:13-15 nos dice:

Y cuando ustedes estaban muertos en sus delitos y en la incircuncisión de su carne, Dios les dio vida juntamente con Cristo, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de El.

Las buenas noticias del evangelio es para todos los que creen: no importa si son un miembro pecaminoso de los jóvenes de la iglesia (como era yo), un fulano en la tiendita, un miembro de las maras salvatruchas, o un asesino serial como David Berkowitz.

Esperanza gloriosa para un asesino serial

David Berkowitz mató a seis mujeres en la ciudad de Nueva York en los 1970s. Desde su niñez, su vida era difícil; tenía ataques epilépticos, pensamientos suicidas, y sufrió la muerte de su madre cuando tenía catorce años.

Su vida, que ya estaba bien oscura y aislada, se oscureció más cuando empezó a experimentar con el satanismo después de conocer algunos satanistas en una fiesta. Rápidamente se sumergió en la oscuridad y, durante un año entre el verano de 1976 y 1977, siguió las instrucciones de demonios para matar a seis mujeres brutalmente.

Berkowitz cubrió sus hechos y escapó la ley… por un tiempo. Su pecado eventualmente lo alcanzó. Él recibió el castigo de 365 años consecutivos en la cárcel (una sentencia de vida por cada mujer que mató). Él describió su sentencia como el ser “enterrado vivo tras los muros de la cárcel.”

Aunque la situación de Berkowitz parecía sin esperanza, la esperanza no estaba lejos.

Diez años había pasado en la cárcel cuando otro prisionero empezó una amistad con él y compartió el evangelio con David. Al principio, Berkowitz rechazó a tal prisionero. Poco tiempo después, se dio cuenta que anhelaba relaciones y amistades, y decidió hablar más con él. Su amigo nuevo pronto le regaló una Biblia y le instruyó a empezar a leer los Salmos. Aquí una descripción de lo que sucedió en las propias palabras de Berkowitz:

Una noche, leí Salmo 34. Leí el sexto verso, que dice, “Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias”. En este momento exacto, en 1987, empecé a derramar mi corazón a Dios. Todo me golpeó a la vez. La culpabilidad de lo que hacía…la repugnancia de la persona que era…tarde esa noche en mi celda fría, me arrodillé y clamé a Jesucristo. Le dije que yo estaba enfermo y cansado de mi maldad. Pedí a Jesús a perdonar todos mis pecados. Pasé mucho tiempo en mis rodillas en oración al Señor. Cuando me puse de pie, sentí como una cadena pesada y invisible que había estado alrededor de mí había sido rota. Una paz inundó mi corazón. No entendía lo que estaba sucediendo, pero en mi corazón, yo sabía que mi vida, en alguna manera, iba a ser muy diferente.

Hoy, Berkowitz ministra a otros prisioneros; y aunque está encarcelado, tiene un ministerio escribiendo cartas para compartir su testimonio y advertir acerca de los peligros del satanismo. Dios aun ha abierto la puerta para compartir su testimonio en televisión nacional de los Estados Unidos varias veces.

La historia de David Berkowitz es evidencia de que Jesús nos da libertad verdadera. Podemos ser honestos con Dios y nosotros mismos y recibir perdón.

Esperanza gloriosa para ti y para mí

Tu pecado probablemente no es tan horrible como el de David Berkowitz, pero si eres humano, tienes pecado suficiente para condenarte para la eternidad.

Ahora, si estás en Cristo, puedes estar seguro que tu pecado ha sido borrado. No tienes que esconder tu pecado porque estamos libres porque podemos confiar en la sangre de Jesucristo para limpiarnos de todo pecado. Y aunque luchamos contra el pecado diariamente, tu corazón nuevo y tu identidad nueva en Cristo te ayudan a decir “no” a la impiedad y hacer lo bueno (Tito 2:11-12). No te enfocas en cubrir tus pecados porque estás enfocándote en hacer buenas obras para el Señor (Tito 2:14). Tus ojos están puestos en Jesús, quien oyó tu clamor y te salvó de todas tus angustias.

Mientras algunas odian la verdad de que asesinos en serie pueden ser perdonados, debemos regocijarnos en gran manera. Pudiéramos ser nosotros con una sentencia larguísima: no una sentencia de vida tras las rejas, sino una eternidad de tormento y el juicio de Dios por rechazar el perdón que Cristo nos ofrece.

En Cristo hay perdón.

No conozco mejores noticias para un asesino en serie, para la hija de un asesino en serie, o para cualquier otra persona.


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