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¿Es realmente difícil ser un pastor?

Como pastor, a menudo escucho a otros ministros enseñar y predicar, y me perturba la cantidad de veces que pastores aluden a que sus trabajos son particularmente difíciles. Sí, es verdad que nos enfrentamos a muchos desafíos —el ministerio puede implicar momentos de alta demanda emocional y espiritual—, pero no creo que estas dificultades merecen un reconocimiento especial en comparación con otras vocaciones. Después de todo, el pastorado no implica prácticamente ningún trabajo manual, lo que lo hace que sea físicamente más fácil que la mayoría de las otras ocupaciones en la historia. No requiere de una semana laboral de 60 a 80 horas, a menos que de pienses que más horas de trabajo es igual a más presencia del Espíritu Santo. Y a pesar de que los desafíos emocionales y espirituales que se enfrentan son difíciles, los maestros y trabajadores sociales —para tomar solo dos ejemplos— se enfrentan a obstáculos similares o mayores.

En muchos sentidos, este tema refleja una tendencia mayor en cómo los estadounidenses ven las vocaciones. Por lo general, derivamos nuestro valor de lo que hacemos en lugar de lo que somos, por lo que aquellos que hacen más son más importantes que los que lo hacen menos. Para demostrar tu valor en la sociedad, debes presumir continuamente acerca de la dificultad de tu vocación. Para los pastores en los Estados Unidos esta tendencia es particularmente irónica dada la relativa facilidad del trabajo comparado con otras partes del mundo. Recientemente cené con uno de nuestros obispos del norte de Nigeria, que comentaba que el trabajo de un pastor es difícil, y nos contó e instruyó en cómo ministrar a miembros cuyas iglesias habían sido quemadas, y en cómo orar cuando estás a punto de ser ejecutado.

No tengo la intención de denigrar la labor de los ministros, ni de minimizar las dificultades reales que enfrentan. El ministerio a menudo requiere que uno se involucre en el desorden y la vulnerabilidad de la vida, que trabajemos en este tipo de situaciones difíciles. Sin embargo, quiero advertir contra un exceso de “sufrimiento” laboral en el ministerio, ya que puede crear problemas específicos para las congregaciones locales.

En primer lugar, puede contribuir a construir una mística alrededor de la oficina pastoral, levantando una barrera entre el clero y los laicos. Los laicos crecen aprendiendo acerca de las dificultades del pastoreado y empiezan a creer que los deberes pastorales solo pueden ser efectuados por estos artesanos altamente capacitados y calificados. Esto puede crear un espiral descendente que se refuerza mutuamente. Los laicos no creen poder enseñar, predicar, discipular ni aconsejar a otros, por lo que colocan toda esta carga sobre el pastor, quien se queja de la difícil tarea de llevar a cabo con maestría cada una de estas funciones. Uno de los principales deberes de un pastor es entrenar los dones en los laicos para la edificación de todo el cuerpo de Cristo. Para ello un pastor debe modelar diversas funciones con sencillez.

En segundo lugar, al quejarse de sus trabajos, los pastores deben ser conscientes de lo que están implicando acerca de los hombres y las mujeres a las que sirven. Nadie aprecia sentirse como una carga para los demás. Así que los pastores que se ven siempre agotados por su trabajo pueden encontrar una congregación cada vez menos dispuesta a compartir sus cargas y preocupaciones.

Tercero, los pastores que continuamente se quejan de la dificultad de su trabajo dan un mal ejemplo de cómo los cristianos deben ver el trabajo. Las crisis vocacionales suelen ser consecuencia de una teología defectuosa de trabajo. Elevamos la búsqueda de una carrera perfectamente satisfactoria por encima de todos los demás propósitos del trabajo, tales como el cumplimiento de la obligación de la familia o la provisión de recursos para ayudar a expandir el Reino de Cristo. Los pastores que muestran solo las penurias de sus puestos de trabajo tienden a reflejar o aumentar la ansiedad profesional en sus feligreses.

El apóstol Pablo explica a Timoteo que los que aspiran a convertirse en ministros desean una tarea noble (1 Tim. 3:1). Ojalá nosotros, como pastores, manejemos esta vocación con la mayor nobleza, trabajando duro en nuestras tareas diarias, mientras modelamos con una obediencia íntegra y gozosa al Señor, la simplicidad de la vida pastoral.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Gittel Estevez-Michelen.
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