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La segunda película de Los Juegos del Hambre, Catching Fire (En Llamas), ha roto récords de taquilla, y, al igual que su predecesor, es un filme impresionante y a la vez áspero. Suzanne Collins escribió una cautivadora serie de novelas para jóvenes adultos, y las adaptaciones fílmicas han sido bien protagonizadas y bien dirigidas, especialmente la elección de Jennifer Lawrence como Katniss Everdeen, la estrella y protagonista del filme. Lawrence logra personificar con aparente facilidad la tenacidad de Katniss, y a la vez su ignorancia juvenil en medio de la riesgosa situación política en la que se encuentra.

Se ha hablado mucho de Katniss entre los cristianos. En el primer filme, ella se ofrece como voluntario para tomar el lugar de su hermana en los Juegos del Hambre, una batalla hasta la muerte entre 24 “tributos” de 12 distritos controlados por el Capitolio, un estado consumista extravagante y totalitario. Los concursantes son seleccionados por sorteo, y cuando la hermana menor de Katniss, Prim, es seleccionada, ella se ofrece como tributo y toma el lugar de su hermana. Una vez en la arena, ella es responsable de matar a tres personas, aunque cada caso fue,d e una forma u otra, en defensa propia. Al final solo quedan ella y Peeta, su compañero de distrito quien está enamorado de ella. En vez de decidir luchar el uno contra el otro, ellos deciden suicidarse, pero los juegos terminan abruptamente y ambos son declarados vencedores.

Todo esto es transmitido por televisión, y la nación completa está clavada frente al televisor. Su rechazo a matarse el uno al otro inicia un furor en los otros distritos, y los que están en el poder la ven como un problema.

Crisis ética

La historia de Katniss presenta una profunda crisis ética. ¿Es ella una heroína? ¿Acaso Katniss, como algunos cristianos han supuesto, es una figura de Cristo, que lo entrega a todo, sustituye a Prim y asciende victoriosa de una muerte segura? ¿O es ella, como sugiere N.D. Wilson, digna de desprecio por participar en estos juegos?

Wilson tiene un punto interesante. Él argumenta que participar en estos juegos es confabularse con el Capitolio. Una oposición verdadera, nos dice, sería el seguir los pasos de Maximus en Gladiador, quien rehusó matar a otro esclavo en el momento que el emperador lo demandó, y se ganó la lealtad de la gente como resultado. Pero no estoy seguro que este ejemplo sea el mejor. ¿Cuántos esclavos inocentes mató Maximus antes de ese momento? (Solo en la conocida escena de “Are you not entertained?-¿¡Están entretenidos!?-, yo puedo contar 6; el doble de Katniss en la primera película completa). Es evidente que Maximus decidió matar para sobrevivir. No es hasta que se acerca al Coliseo en Roma que él empieza a pensar en una causa mayor que la supervivencia. No es hasta ese momento que él rehusa matar. Él mata a muchos en un principio, y solo entonces decide dejar de hacerlo.

Wilson piensa que la autora de The Hunger Games “debió hacer que Katniss se quitara el localizador de su brazo la primera noche en vez de participar y perpetuar el mal”. Él presenta una Katniss que deliberadamente desafía las reglas del juego, protege a los otros tributos, y se rehusa a matar. Esta es una idea interesante, y quizás Wilson debería escribir este libro. Yo lo leería. Pero creo que a Wilson se le escapa la gran diferencia entre un protagonista como Maximus y una protagonista como Katniss, y al hacer esto, pasa por alto de qué trata esta serie. Maximus es un general del ejército Romano, un soldado experimentado, un estratega fuera y dentro del campo de batalla. Él entiende el poder y sabe cómo usarlo. Katniss no es nada de esto. En su mejor momento, ella es una ingeniosa adolescente que creció en la pobreza y bajo la opresión de un estado totalitario. Lo brillante de los libros de Collins (y de la actuación de Jennifer Lawrence) está en la manera en que representa cómo actuaría una adolescente en estas terribles circunstancias.

Este nivel de opresión es difícil de imaginar desde fuera, y aquí yace la fortalece de Collins. Ella nos presenta a esta joven ordinaria que se ve sujeta (y participa) en un terror patrocinado por el estado porque ella no sabe qué otra cosa hacer. Ella no se quita su rastreador porque el estado está observando, y simplemente vendrán a la arena y le pondrán otro. Y puede que le den una golpiza. El todo poderío del estado es la sombra que oscurece toda la vida de Katniss, y el desafiar esa autoridad es el llamar al horror para ella y para todas las personas que ella ama. Ese tipo de paranoia es fundamental para el totalitarianismo, y Collins nos presenta en Katniss una protagonista en la agonía de esta situación.

Desesperación personal

Creo que si Isaac Asimov hubiera escrito esta trilogía, Katniss y Peeta hubieran completado su suicidio. Que nadie saliera victorioso en los juegos hubiera sido una profunda declaración política. Por su parte, Collins nos da un resultado que si bien es menos poderoso en su simbología, es más verosímil; si le das la oportunidad de sobrevivir, los adolescentes la van a tomar. Es más un acto de desesperación personal que un desafío político. Catching Fire continúa con esta temática. Katniss una y otra vez elige sobrevivir en vez de correr. Sus actos voluntarios de rebelión son pequeños: ir al bosque a buscar conejos y evitar los latigazos de un amigo. Y ella vuelve atemorizada a la obediencia rápidamente cuando el estado aprieta su agarre. Los grandes actos de rebelión pasan detrás de escena y sin ella saberlo. Y cuando ella los ve en su “Tour de Victoria”, queda petrificada. Aquí, una vez más, ella es el peón de otros, sujeta a los deseos de que ella sea un símbolo de rebelión abierta en contra del Capitolio.

Así que volvemos a la pregunta original: ¿es Katniss una heroína? Si bien ella no es una figura de Cristo substitutoria, creo que hay otro tipo que considerar al ver su historia (especialmente las dos primeras entregas): el siervo sufriente. Considera la trilogía de El Señor de los Anillos como un paralelo: Los Juegos del Hambre no nos da un Aragorn, un rey-guerrero que une a las fuerzas del bien. Más bien, nos da a alguien más complejo, una muchacha que sin desearlo se convierte en el símbolo nacional de esperanza y rebelión, cuyo andar no está marcado de victoria sino de derrota. Ella no es Aragorn; ella es Frodo, una joven valiente, que lleva una carga mucho mayor que ella. Aragorn no tiene pesadillas acerca de los enemigos que ha matado, pero Frodo (y Katniss) nunca podrán dormir bien. Su viaje hacia la rebelión contra el estado no es una marcha triunfante; es una lucha vacilante y titubeante.

En llamas es el título perfecto para este segundo filme. Las brasas de la rebelión en los otros distritos están empezando a esparcirse, y aunque Katniss no inicia esta historia lista para la guerra (ella no puede ni imaginárselo, como ningún niño criado en un sistema totalitario podría), pero ella empieza a estar en llamas poco a poco. La trilogía de Los Juegos del Hambre nos recuerda que en algunos lugares del mundo, la esperanza es un sueño inimaginable pero inevitable. La opresión deshumanizante es un poder con fecha de vencimiento, como siempre lo ha sido a través de la historia. El espíritu humano (o la imagen de Dios en su creación) es demasiado fuerte como para permanecer aplastado por siempre. No se necesita de mucho- un niño, o un sinsajo- pero una vez ocurre, es imposible ignorarlo.

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