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Los requisitos para el oficio del pastor están claramente bosquejados por el apóstol Pablo en las cartas que escribió a sus queridos discípulos Timoteo y Tito. En ellas se presentan una lista casi idéntica de las características que debía exhibir el candidato para ser un obispo. Es importante aclarar que el término obispo es usado en el Nuevo Testamento de manera indistinta con el de anciano o pastor. Es decir, las palabras obispo, anciano o pastor hacen referencia a la misma persona.

Ahora bien, dado lo prominente de este ministerio, no debe llamarnos la atención que la primera de las cualidades del candidato para ser pastor se repite en ambas listas:

“Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible” (1 Timoteo 3:1-2).

“… y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible…” (Tito 1:5-6).

En el original, la palabra irreprensible transmite la idea de “Sin culpa, sin falta, sin tacha, impecable, inocente e irreprochable”.

Al considerar a un creyente para el oficio de pastor, este debía ser irreprensible e irreprochable. Es decir, alguien que exhiba una conducta intachable en todos sus asuntos. Un creyente que no es culpable de conductas impías y actitudes pecaminosas que manchen su testimonio.

Se entiende que no se trata de una persona libre de pecado, porque en ese caso nadie podría calificar. Más bien, es una persona que viva de una forma digna del evangelio, y en líneas generales conduce su vida de una manera integra y piadosa.

Sin embargo, podemos cometer el error de pensar que estas cualidades son solo exclusivas de los que serán pastores y ancianos. Fallamos en pensar que ser irreprochable es requisito solo de aquellos que han sido llamados al ministerio. Que los candidatos para ser pastor deban ser irreprensibles no exime a los demás creyentes de esta responsabilidad.

Un pastor es un hombre que es tomado de entre el pueblo porque ha dado evidencias de integridad y ha cumplido con su deber como creyente. Ha sido hallado irreprensible. Pero esta cualidad que se enfatiza en el Nuevo Testamento para todos los creyentes. Pablo le exhorta a los cristianos de Tesalónica diciendo: “…absteneos de toda forma de mal. Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:22-23). También le dice a los cristianos de Filipos: “Haced todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:14-15)

Todo creyente está llamado a vivir una vida justa y piadosa delante de Dios y de los hombres. Por eso Jesús les dijo a sus discípulos “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Todos los creyentes estamos supuestos a ser irreprensibles e irreprochables y a dar buen testimonio delante de los hombres. Somos luz del mundo y sal de la tierra, y el evangelio no solo perdona nuestros pecados, sino que nos transforma.

Hemos recibido un nuevo corazón y una nueva naturaleza, capaz de vivir las exigencias de la vida cristiana. Somos nuevas criaturas (2 Corintios 5:17) y “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10)

Por eso, todo pastor debe ser irreprensible. Y todo creyente también.

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