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A los pastores nos gusta hablar. Expresarnos con palabras es parte esencial de nuestro llamado ministerial y de las actividades que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. Si hay algo que caracteriza a nuestra agenda pastoral son los compromisos en donde tenemos que hablar: devocionales, clases, prédicas en diferentes lugares y bajo diferentes formatos y auditorios, pero siempre hablando.

No podemos negar que también a nuestros miembros les encanta escucharnos. Un buen “¡amén!” de la congregación durante nuestras prédicas nos emociona y nos hace sentir como que vamos por buen camino en la exposición de la Palabra. Durante mis años de ministerio, muchas veces he sido invitado a las casas de los miembros de la iglesia para una cena que era en realidad una ocasión para que le “hable” a parientes y amigos que necesitaban escuchar el evangelio. Tengo innumerables recuerdos de comidas enfriándose mientras respondía al pedido del invitador a que repita “esa” prédica o clase en donde hablé de ese “tema” tan importante que “todos” deberían oír.

Escuchar antes de hablar

A los pastores nos encanta hablar y es importante lo que decimos, pero no debemos olvidar que una de nuestras tareas fundamentales es también escuchar. Cuando era jovencito escuché una frase dura que me marcó para siempre: “Los evangélicos creen saber todas las respuestas sin haber escuchado nunca las preguntas”. Es triste reconocer que esa frase tiene mucho de cierto entre mis colegas, y yo he caído en esa trampa muchas veces. Escuchar poco y decir mucho, suele ser la norma. Pero los pastores debemos reconocer la advertencia del proverbista: “En las muchas palabras la transgresión es inevitable, mas el que refrena sus labios es prudente” (Prov. 10:19). Hablar demasiado nunca ha sido considerada como una virtud bíblica. Por el contrario, “El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios proclama su necedad” (Prov. 12:23).

El “ocultar el conocimiento” podría sonarnos a abandonar nuestra responsabilidad de proclamar la verdad. Sin embargo, el proverbio lo marca como una virtud sabia porque el saber debe ir acompañado acompañado de la búsqueda de oportunidad y momento oportuno para divulgarla. De allí que no se trata de “derramar sabiduría”, por decirlo de alguna manera, sino de encaminarla por el sendero y la medida correcta para que sea de bendición y utilidad. Por eso el consejo de Santiago nos incluye también a nosotros los pastores, “… Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira…” (Stgo. 1:19b). La palabra original que se traduce como “pronto” resalta la idea de hacerlo con prontitud, sin demora y sin excusas, mientras que la palabra que se traduce como “tardo” destaca la idea de hacerlo despacio, tomándonos el tiempo de manera deliberada.

El porqué escuchar

¿Por qué debemos aprender a desarrollar el arte de “escuchar”?

En primer lugar, porque somos humanos, y solo escuchando podremos conocer realmente la realidad y las necesidades de las personas. Nosotros no somos omniscientes como lo era nuestro Señor Jesucristo, quien conoce completamente la realidad de todos los seres humanos (Jn. 2:24-25). Pero aun Jesús mismo se deleitaba escuchando con atención a la mujer samaritana o haciendo preguntas que le permitían escuchar lo que Bartimeo o el paralítico de Betesda deseaban en lo profundo de sus corazones. No solamente eso, sino que aun el Señor se deleita en escucharnos en oración, aunque Él sabe de antemano todo lo que deseamos o necesitamos.

Es posible que los años de experiencia en el ministerio nos permitan conocer un poco mejor la naturaleza humana, hasta el punto de que necesitemos escuchar poco para conocer mucho de las necesidades de nuestros discípulos. Pero por el mandato de la Escritura, y por el ejemplo de mi Señor, yo entiendo que debo aprender a escuchar mucho sin excusas y con prontitud, y ser intencional en hablar menos y escuchar más. No es pragmatismo o eficiencia, es modelar el carácter de Cristo en nosotros.

En segundo lugar, debemos aprender a escuchar bien y mucho porque sabemos que los corazones de nuestras ovejas son tan engañosos como los nuestros. ¡Con qué rapidez solemos sacar conclusiones equivocadas que pueden producir comentarios y consejos equivocados y resultados dolorosos! Por eso es que debemos aprender a oír mucho y buscar que se nos presenten las circunstancias desde diferentes ángulos, situaciones y personas. Por ejemplo, una de las instrucciones básicas para la consejería matrimonial es nunca sacar conclusiones sin haber escuchado a ambas partes. Así también tenemos que aprender a escuchar en “estéreo”, esto es buscar escuchar desde diferentes ambientes y circunstancias. Una cosa es escuchar a una persona en la sala de consejería, y otra es escucharla en su casa, con su familia al lado, tomando un café o caminando por la calle. Los pastores debemos ser intencionales en escuchar invirtiendo tiempo en contexto, no solo por lo que nuestros oídos captan, sino también por lo que podemos ver y percibir mientras escuchamos a las personas en el ambiente en donde se desenvuelven.

¿Qué quiero decir con  el punto anterior? Pastores, necesitamos pasar tiempo con las ovejas. No basta con verlas de lejos en las actividades de la iglesia, donde mayormente vienen a escucharnos. No basta con tenerlas media hora en la sala de consejería cuando ya las cosas están “color de hormiga”. Tenemos que pasar tiempo escuchándolas y observándolas, siendo familiares con los ambientes y circunstancias que a ellas le son familiares.

En tercer lugar, debemos aprender a desarrollar el “arte de escuchar”, porque es una manera de demostrar verdadero amor y respeto a nuestros discípulos. Todos los seres humanos tienen la necesidad intrínseca de darse a conocer, sentir que son escuchados y estimados en sus pensamientos e ideas, en sus sueños, en sus alegrías y tristezas. Hoy existe un gran vacío de comunicación a pesar de todas las redes sociales. Compartimos información, hacemos publicidad de nuestras vidas, pero es poco lo que realmente escuchamos unos de otros. El “like” se ha convertido en nuestro mayor acto de compromiso ante la alegría o tristeza de un conocido, y una frase corta cliché nos deja tranquilos en nuestra conciencia pensando que ya cumplimos con los demás.

Pero el escuchar bíblico involucra ponernos a disposición del otro, dándole a entender que es importante y que cuenta con nosotros sin limitar el tiempo o espacio. ¿No es esto parte de nuestro compromiso como siervos del Señor y de su iglesia? Pastores, los miembros de nuestra iglesia necesitan ser escuchados con atención, como lo demanda la Palabra, y como nos lo enseñó con su ejemplo nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Dios es un Dios que escucha atentamente, como escuchó el clamor de Israel en Egipto, y escucha nuestros suspiros y conoce nuestros pensamientos aun antes de que nosotros mismos los conozcamos (Ex. 4:7; Sal. 38:9; 139:4).

Sigamos hablando del Señor, predicando y enseñando con pasión a tiempo y fuera de tiempo, pero no olvidemos que para poder presentar buenas respuestas, primero debemos escuchar con atención las preguntas.

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