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“Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda Su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en El para vida eterna”, 1 Timoteo ‪1:16.

La historia de Pablo es impactante. Debió haber tenido un trasfondo familiar muy interesante y lleno de experiencias muy únicas al ser hijo de padres mixtos, uno judío y el otro romano. Esto, sin duda, le permitió tener todos los accesos y derechos de un ciudadano romano al mismo tiempo ser criado en la cultura y tradición judía.

Su educación además era envidiable pues probablemente había venido a Jerusalén cuando joven para ser educado por el más famoso rabino de su época: Gamaliel.

Y en un momento clave de su ascendiente trayectoria e influencia, es cuando Dios interviene, “tumbándolo” no solo del caballo, pero de toda cosa que para él pudiera haber servido como fundamento de su vida. Sus experiencias, su educación, su entendimiento de quién era Dios y lo que creía esperaba Dios de una persona como él, se habían hecho trizas.

Y es que Dios mismo en Su gran bondad, estaba destruyendo cualquier vestigio de auto-suficiencia en la vida de Pablo de manera que no cupiera la menor duda de quién estaba detrás de esta experiencia.

Como evidencia de la gracia de Dios obrando en su vida, Pablo entonces puede ver ahora su trasfondo como pérdida, como basura inclusive “en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús” Filipenses 3:8.

Por esto, es cierto que podemos (y debemos) ser ejemplo a otras personas (como Pablo también dice a Timoteo), pero recordando que quizá lo que es de más provecho espiritual y ánimo en la vida de otros es el reconocer que “nuestro testimonio es nuestro ministerio”. Es decir, que nuestra vida misma es un ejemplo vivo de Su paciencia, Su bondad y Su gracia obrando en todo momento en nosotros.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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