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Mientras contemplaba una serie de fotografías de diversos paisajes en todo el mundo, la joven de aproximadamente treinta años sentada a mi lado, dejó de prestar atención a su teléfono celular y dirigió su atención a una de las fotografías que aparecían en la pantalla de mi tableta, exclamando:

– ¡Qué gran obra de la madre naturaleza!

Giré mi cabeza y dirigí la mirada hacia ella, como quien acaba de escuchar que Eduardo Manostijeras, y no Beethoven, era el autor de la Sinfonía No. 9 “Coral.

Es cada vez más común el darle “personalidad” a la naturaleza, motivando un respeto y asombro por ella. Esto es parte de la tendencia que busca desligar a Dios de las mentes de las personas. Por tanto, los creyentes debemos estar alerta ante toda corriente que nos empuje a ver la vida ignorando la verdadera explicación de la realidad. Te presento cinco razones por las que no debemos usar la nomenclatura “Madre Naturaleza” para explicar los fenómenos que acaecen en la creación:

1. Engrandecer la creación y no al Creador es anti-cristiano.

La historia está llena de diversos estudios antropológicos que denotan el hecho de que diversos grupos de indígenas atribuían personalidad a la naturaleza, o en su defecto creían que algún tipo de espíritu o fantasma moraba detrás de lo creado (el sol, la luna, etc.). Sin embargo, fueron los griegos en la época pre-cristiana los primeros en acuñar la expresión “madre naturaleza” para referirse al mundo.

El auge de las filosofías de la Nueva Era, la búsqueda de una espiritualidad sin Dios, la antropología biologista y los movimientos ambientalistas radicales han sido el caldo de cultivo para traer de regreso todo un dogma anticristiano y antibíblico, donde las plantas y los animales son colocados al mismo nivel que el ser humano como parte de una gran conciencia universal que rige todo.

Ante todas estas corrientes es pertinente recordar el provechoso mandato bíblico a los hermanos de Colosas cuando el pensamiento gnóstico anticristiano del primer siglo permeó su entorno:

No permitan que nadie los atrape con filosofías huecas y disparates elocuentes, que nacen del pensamiento humano y de los poderes espirituales de este mundo y no de Cristo”, Colosenses 2:8

Pero reconocer lo anterior no es la única razón para apartarse de una expresión tan desdichada. Existe una de carácter más positivo.

2. Dios es el creador.

Hay una afirmación contundente y clara en toda la Biblia y la doctrina cristiana: En el principio, Dios creó los cielos y la tierra (Gn. 1:1).

La naturaleza no se hizo a sí misma; la lluvia no se auto provoca; los lirios del campo no son vestidos por la “diosa Tierra”. Es el Dios trino quien hizo toda la naturaleza (Gn.1; Ro. 1:18-20; Jn. 1:1-4, Col. 1:15-17). Pero también es Dios quien manda la lluvia (Mat. 5:45), quien contiene el mar dentro de sus límites (Job 38:8), suelta el viento y envía los relámpagos (Jer. 10:13) y es Él quien le da su belleza a los lirios de los campos (Mat. 6:28).

Así oraron los apóstoles al experimentar las primeras persecuciones por causa de Cristo: “«Oh Soberano Señor, Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo lo que hay en ellos…”(Hch. 4:24).

Las palabras del teólogo y experto en neo-paganismo Peter Jones son ilustrativas en este punto:

“Las religiones que adoran la creación reemplazan al Creador del Gran Cañón con el Cañón mismo. Miran dentro de sí y observan su propio anhelo de vida y experiencia espirituales; … se sienten abrumados por algo mucho más grande que ellos mismos y experimentan poderes no físicos. […] La magnificencia y dinamismo de la creación toma el lugar de una relación con el Hacedor real, trascendente y personal; el Creador del cielo y de la tierra.”[1]

Ante toda una componenda para desligar ideológicamente al Creador de su creación, los cristianos debemos seguir proclamando que Dios es el creador.

Pero no solo proclamamos que hay un Creador, sino también que la creación tiene propósito.

3. La creación revela a Dios.

De niño me sentaba a esperar ese momento en que el programa de televisión de fin de semana sorteaba un carro para un ganador. El concurso que más me llamaba la atención era aquel en el que al concursante se le pedía elegir entre mantener lo ganado en efectivo o cambiarlo por lo que había detrás de una cortina. ¡Oh cuántas decepciones experimentadas cuando se descorría el velo y el participante se enteraba que había cambiado todo su dinero por una bolsa vacía!

¿Qué hacía que fallaran así? El no poder ver detrás de la cortina. Nosotros podemos fallar en grande si ignoramos lo que hay revelado tras la cortina de la creación.

¿Para qué existe la creación? ¿Cuál es el motivo detrás de tanta belleza? ¿Qué revela o muestra todo lo que vemos?

“Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios”, Romanos 1:20.

Todo lo que vemos en la creación es para mostrarnos a nuestro Creador.

4. La naturaleza expresa la gloria de Dios, no su propia gloria.

La naturaleza no solo manifiesta que hay un Dios, sino que despliega la gloria de ese único Dios.

Los cielos proclaman la gloria de Dios

y el firmamento despliega la destreza de sus manos.

Día tras día no cesan de hablar;

noche tras noche lo dan a conocer”, Salmos 19:1-2.

El claro hecho de que la belleza y majestad de la naturaleza no son un atractivo hacia sí misma, sino un espejo de la gloria de Dios nos lleva a apartarnos de corrientes místicas y engañosas que tratan de mezclar lo santo con lo profano.

Todos los días deberíamos ver a Dios en su creación, y no la creación como un “dios”.

5. Dios nos ordena glorificar al Creador, no a la creación.

La revelación de Dios no es inerte. Dios no se revela para que simplemente lo sepamos, sino que tal revelación exige una respuesta. Pablo es movido por el Espíritu Santo a decir que en su pecado la humanidad falla precisamente en esa respuesta a Dios: “no le glorificaron ni le dieron gracias” (Ro. 1:21).

Un ejemplo desdichado de esto lo encontramos en el libro “De regreso a la Tierra: de los dioses al Dios y a la Gaia”. Su autor, Lloyd Geering, antes conocido como cristiano, concluye que el camino a ser transitado por todos los habitantes del planeta será “regresar a la adoración de la naturaleza.”[2]

La Biblia muy por el contrario afirma que la naturaleza no expresa su propia gloria,  sino la de Dios, por consiguiente, es Dios quien debe ser adorado y no ella. Y cuando la Biblia habla es Dios quien habla.

Un Dios de esperanza

La Biblia es un libro de esperanza. Las buenas noticias que ella proclama son que Dios no se quedó de brazos cruzados ante nuestra desobediencia y  falsa adoración. Por amor, Dios envió a su propio hijo, quien sufrió las consecuencias de nuestro pecado, padeciendo la muerte por nosotros, de modo que todo aquel que se arrepienta de sus pecados y le abrace por la fe como Salvador sea salvo. (Jn. 3:16; Ro. 5:17; 2 Co. 5:21).

La gran esperanza es aún mayor, pues la obra de Cristo no sólo redime a los individuos que creen en Él, sino que también ha de traer redención completa a este planeta (Ro. 8:21).

Por tanto, la esperanza no se encuentra en hacer de la naturaleza un ídolo que se auto-salva, sino en proclamar la obra maravillosa de aquel que siendo Dios se humilló hasta lo más bajo, resucitando al tercer día y ascendiendo a los cielos para ser nuestra esperanza de gloria mientras aguardamos su venida. (Col.1:19-20, 27; Tit. 2:13-14)

Tal como escribe Randy Alcorn: “Un día ambos, nosotros y el universo estaremos curados para siempre del pecado. En aquel día veremos a Dios.”[3]


[1] Jones, P. (2012). Uno o Dos: Viendo un mundo de diferencia. (D. H. Terán, Trad.) (p. 116). Guadalupe, Costa Rica: CLIR.

[2] Jones, pp. 122–123.

[3] Alcorn, R. (2006). El Cielo. Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers Inc.

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