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Cada mañana escucho la voz de Dios. Escucho Sus palabras y entran a mi vida, mi mente, y mi corazón. Muchas personas desean escuchar a Dios de la forma en que yo le escucho. Pasan horas a solas y en silencio, esperando que Dios les hable personalmente. Yo no tengo que esperar; él me habla cada día y sobre muchas cosas. Él me habla sobre mis decisiones, sobre cómo puedo crecer en él, sobre mi matrimonio y mi familia. Me habla de todo y me trae tanto gozo escucharle.

El otro día, después de amanecer, Dios me empezó a hablar y me dijo:

Confía en mí, el Señor, y haz el bien; habita en la tierra, y cultiva la fidelidad.
Pon tu delicia en Mí, Y Yo te daré las peticiones de tu corazón.
Haré resplandecer tu justicia como la luz, Y tu derecho como el mediodía.
Encomiéndame a mí, el Señor, tu camino, Confía en mí, que yo actuará;
Confía callado en el Señor y espera en Mí con paciencia;

Yo estaba en medio de una situación muy difícil. No sabía hacia dónde ir y qué hacer. Y en ese momento, Dios me habló. Me dijo que debo encontrar mi deleite en Él, que debo encomendar mi camino a Él, y que Él me guiará. Me di cuenta de que cuando Él es lo principal, no tengo que preocuparme de lo que viene mañana, porque Él ya lo conoce. No me tengo que preocupar de las peticiones de mi corazón, solo me tengo que preocupar de mi deleite en Él. No necesariamente significa que los próximos días o años serán fácil, pero cuando Dios es mi deleite, sé que Él me dará la fuerza para enfrentarlos.

¿Te gustaría escuchar a Dios de esta misma manera? ¿Te gustaría escucharle de una forma poderosa y personal? Si eso es lo que quieres, te puedo contar mi secreto. Solo tienes que seguir tres pasos muy sencillos:

  1. Abre la Biblia.
  2. Lee la Biblia.
  3. Medita en la Biblia.

Ese es el gran secreto.

Cuando Dios me hablo la otra mañana, me hablo a través de Salmo 37:3-7. Yo he estado leyendo los Salmos en las mañanas. Este Salmo siempre me ha llamado la atención. Pero no fue hasta que estaba viviendo esta situación que esos versículos saltaron de la pagina. Aquí no estoy argumentando si Dios nos habla fuera de las Escrituras o no. Lo que quiero es evaluar nuestras prioridades en cuanto a cómo entendemos la revelación de Dios y que lo que más anhelemos siempre sea para la Palabra de Dios redactada en la Biblia para nuestro beneficio.

¿Cuál es el problema con querer escuchar la voz de Dios?

Nuestro caso es muy triste.

Muchos queremos escuchar una palabra de Dios, pero no tomamos el tiempo para leer la Palabra que ya nos ha revelado. Queremos escuchar su voz directamente y, como resultado, dejamos la Biblia por un lado y buscamos una palabra fuera de ella.

Nuestra respuesta a Dios no debería de ser así. En vez de pedir escuchar su voz, nos debería de asombrar que el Dios que creó el mundo con su Palabra, que habló directamente a tantas personas en la Biblia, y que vino en carne a este mundo, es el mismo Dios que nos deja su Palabra viva y eficaz para poder escucharle cuando sea que queramos. Sin embargo, seguimos buscando a Dios de otras maneras. Formas que humanamente hablando, parecen ser más personalizadas. Queremos respuestas precisas a nuestras situaciones actuales.

Querer escuchar la voz de Dios no es algo malo. Al contrario, necesitamos escucharle para realmente vivir vidas centradas en el evangelio y poder ser santos. Aun así, es posible que hagamos de ese deseo un ídolo cuando deseamos escuchar a Dios de nuestra manera en vez de la manera que Él ha establecido. Entonces, quisiera proponer dos aspectos generales de este deseo que nos puede llevar al pecado.

Querer escuchar la voz de Dios muchas veces es un esfuerzo enfocado en nosotros, no Dios.

A fin de cuentas, la Palabra de Dios se trata de Él. Es una historia de cómo Dios rescata al pueblo de Dios para la gloria de Dios. La Biblia no es una enciclopedia para la vida. Sin embargo, muchos de nosotros leemos la Biblia como si el enfoque estuviera en nosotros, y como resultado, esperamos que Dios se preocupe más con nuestras preferencias y los planes que hacemos para nuestras propias vidas.

También vale la pena decir que muchos simplemente queremos escuchar la voz de Dios porque somos impacientes con Él. No queremos caminar en fe ni sentir la presión de nuestras decisiones.

Una vida centrada y enfocada en Dios se enfrentará con las dificultades de la vida cristiana. La Biblia nos enseña cómo podemos quedarnos con los ojos puesto en Cristo en medio de las dificultades. El propósito de la revelación de Dios no es para darnos formas de escapar de nuestros problemas o responsabilidades, sino que Dios la usa para dirigirnos hacia Él en medio de todos nuestros problemas y responsabilidades. Recordemos que la voz de Dios le pertenece a Él y no a nosotros.

Querer escuchar la voz de Dios muchas veces nace de un sentimiento que la Biblia no es suficiente.

El otro problema con buscar de la voz de Dios aparte de la Biblia es que desafía la suficiencia de las Escrituras.

Al leer la Biblia, no encontraremos todas las respuestas de la forma en que queremos recibirlas (¡no se trata de ti!), por lo que no debemos sorprendernos de que hay muchos que se dan cuenta de esto (¡Es que la Biblia es tan difícil de leer!) y abandonan la Biblia, y en su lugar, esperan que Dios les hable a través de otro medio.

Esto es rechazar la suficiencia de las Escrituras. Habiendo dicho eso, cualquier comunicación fuera de la Biblia es gracia sobre gracia, pero todo lo que un creyente necesita para vivir su vida esta redactado en la Biblia. John Piper resume esto cuando dice “Algo está muy mal cuando las palabras que oímos fuera de las Escrituras son más potentes y nos afectan más que la Palabra inspirada de Dios”.

Dios nos ha hablado, directamente, sobre nuestras vidas, y sobre tu situación actual. Esa Palabra está escrita para que la puedas escuchar cuando quieras. Lo único que tienes que hacer es abrir la Biblia,  leerla, y meditar en ella.

          “Yo soy tu siervo, dame entendimiento 
          para que conozca tus testimonios. 
          Es tiempo de que actúe el SEÑOR, 
          porque han quebrantado tu ley. 
          Por tanto, amo tus mandamientos 
          más que el oro, sí, más que el oro fino”, Salmo 119:125-127. 

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