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2 Reyes 4 – 5   y   3 Juan  – Judas

Naamán, capitán del ejército del rey de Aram, era un gran hombre delante de su señor y tenido en alta estima, porque por medio de él el Señor había dado la victoria a Aram. También el hombre era un guerrero valiente, pero leproso.

(2 Reyes 5:1)

Todo era perfecto… salvo un pequeñísimo y casi imperceptible detalle”, solemos decir, al referirnos a las pequeñas cosas que destruyen nuestras grandes empresas. Estas son como la mancha en la corbata durante ese almuerzo de negocios tan importante, el airecito frío que entraba por la ventana del auto durante el paseo a la montaña, la mosca que daba vueltas por la mesa justo cuando teníamos a los jefes invitados a casa. Solo son detallitos, pero se quedan grabados en la mente hasta echar a perder lo verdaderamente importante.

Bueno, para ser honestos, también hay detalles que son lo suficientemente grandes como para que no pasen desapercibidos. Por ejemplo, una vez preparamos una fiesta sorpresa para un amigo con tanta reserva y cuidado que invitamos a todos los conocidos, separamos una gran sala en un restaurante, todos llegamos a tiempo, pero nos olvidamos de un detalle mínimo… nos olvidamos de ver quién iba a ser el encargado de traer al festejado. Error que tuvimos que pagar con varias semanas de silencio y enojo por parte de nuestro amigo.

Naamán era un general exitoso y reconocido por todos. El mismo rey de Siria lo alababa y lo tenía muy bien considerado. No era un general de escritorio, no, era un genio estratega militar que había salvado en más de una oportunidad a su nación de la derrota. Era esforzado y valiente. Solo un detalle ennegrecía su fama: sufría del mal de Hansen, más conocido como lepra. Ésta era una enfermedad devastadora en la antigüedad, causaba espanto, y las personas que la sufrían eran alejadas de la comunidad. En la Biblia, el rey Uzías fue confinado a lugares solitarios producto de su enfermedad. Roberto I Bruce, rey de Escocia en el siglo XIV, también la padeció. Un par de siglos antes, Balduino IV, rey latino de Jerusalén, también sucumbió ante este mal.

Para algunos puede sonarles medio burlón el que yo mencione esta enfermedad como un detalle. Lo que pasa es que Naamán, aparentemente, no se rindió ante la enfermedad y siguió siendo el hombre enérgico que siempre había sido. La Escritura no nos dice cuándo apareció la enfermedad, por lo que podemos suponer que en muchas de sus victorias, la lepra ya lo acompañaba. Lamentablemente, hay muchas personas a las que los detalles (mucho menores que el de Naamán) las hacen sucumbir.

Este general sirio se enteró por una sierva hebrea que podría haber alguien que lo sanara de su dolencia en Israel. El Generalazo no tuvo en poco a la joven doméstica y esclava de su casa, y estuvo dispuesto a pedirle permiso al rey para visitar Israel. Él nos enseña acerca de siete detallitos que no debemos olvidar para poder sobrellevar los detalles de la vida:

El primero es que no debemos dejarnos morir por los detalles adversos, pero tampoco debemos dejar de considerar los detalles para la solución, por más mínimos que estos parezcan. La muchacha hebrea no era nada en comparación con el noble Naamán. Pero ella tenía el detalle que podía cambiar su vida y no lo iba a desestimar.

El segundo es que no podemos dejar de ser positivos. Naamán “Y él fue y llevó consigo 340 kilos de plata y 6,000 siclos de oro y diez mudas de ropa” (2 Re. 5:5b). No salió derrotado, sino como pensando en los detalles con los que iba a recompensar a otros por su sanidad.

El tercero es ser previsor, no debemos olvidarnos detalle alguno que sirva para el logro de nuestros objetivos: “También llevó al rey de Israel la carta que decía: Y cuando llegue a ti esta carta, comprenderás que te he enviado a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra” (2 Re. 5:6). Las cartas de presentación son un detalle que Naamán no podía olvidar, por si acaso algún detalle entorpeciera su gestión.

El cuarto tiene que ver con no dejarnos sucumbir cuando los detalles futuros no son como los que esperábamos. Naamán suponía todo un rito religioso de sanidad lleno de pompa y boato digno de su jerarquía. Sin embargo, llegó con toda su pompa militar a la casa de Eliseo… y el profeta ni siquiera lo recibió en persona. En una aparente actitud despectiva le mandó decir: “Ve y lávate en el Jordán siete veces, y tu carne se te restaurará y quedarás limpio” (2 Re. 5:10). Naamán no podía soportar un detalle como éste, y vociferó: “Yo pensé: Seguramente él vendrá a mí, y se detendrá e invocará el nombre del Señor su Dios, moverá su mano sobre la parte enferma y curará la lepra. ¿No son el Abaná y el Farfar, ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No pudiera yo lavarme en ellos y ser limpio? Y dio la vuelta, y se fue enfurecido” (2 Re. 5:11b-12). Esta vez los detalles con los que tanto había luchado se estaban convirtiendo en un verdadero tropiezo.

El quinto es no dejar de escuchar a nadie, y en especial a aquellos que nos hacen recordar que los pequeños detalles son a veces los más importantes: “Pero sus siervos se le acercaron y le dijeron: Padre mío, si el profeta le hubiera dicho que hiciera alguna gran cosa, ¿no la hubiera hecho? ¡Cuánto más cuando le dice a usted: Lávese, y quedará limpio!” (2 Re. 5:13).

El sexto es que la obediencia fundamental parte por los pequeños detalles, porque si soy fiel en lo poco, lo podré ser después en lo mucho. “Entonces él bajó y se sumergió siete veces en el Jordán conforme a la palabra del hombre de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (2 Re. 5:14). Fue obediente hasta en el más mínimo detalle y fue bendecido por el Señor.

El séptimo es no dejar de olvidar la gratitud con pequeños y grandes detalles tanto para Dios como para los hombres. “Cuando regresó al hombre de Dios con toda su compañía, fue y se puso delante de él, y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Le ruego, pues, que reciba ahora un presente de su siervoporque su siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificará a otros dioses, sino al Señor” (2 Re. 5:15,17b). Naamán recibió de Dios un pequeño detalle desde la perspectiva divina, pero uno grandísimo para Naamán. Por eso el general no le ofreció al Señor un “detalle”, sino su propia vida porque nada menos que nuestra propia vida podemos entregarle al Señor cuando recibimos de su gracia y su amor.

Este general sirio pasó a la historia por sus grandes conquistas y por su esmerado esfuerzo para no olvidar detalle cuando estaba buscando algo que para él realmente valía la pena.  Y tú, ¿sucumbes ante los pequeños grandes detalles?


Imagen tomada de Lightstock
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