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Levítico 4 – 6   y   Juan 4 – 5

“El fuego del altar se mantendrá encendido sobre él; no se apagará, sino que el sacerdote quemará leña en él todas las mañanas, y pondrá sobre él el holocausto, y quemará sobre él el sebo de las ofrendas de paz”, Levíticos 6:12.

A diferencia de los tiempos de nuestros abuelos, en los que las cosas duraban para toda la vida, hoy en día vivimos sumidos en la fútil y leve duración de todo lo que nos rodea. Y no me refiero solo las cosas y los artefactos, sino también toda la gama de relaciones humanas como el matrimonio, la amistad y los valores.

Sin embargo, no podemos dejarnos llevar por la “desechamanía” que nos hace creer que todo lo que no huela a nuevo debe ser cambiado. Como cualquier electrodoméstico que dejamos olvidado en algún rincón de la cocina por mucho tiempo, así hay muchos asuntos de nuestra vida que se descomponen por falta de uso, por abandono, por negligencia, por egoísmo o por un trato injusto y muchas veces despiadado.

Moisés sigue estructurando bajo el consejo de Dios las formas cúlticas del naciente pueblo de Israel. El texto del encabezado nos habla de la necesidad de mantener el fuego del altar del sacrificio permanentemente encendido. Cada mañana, sin falta, el sacerdote debía reabastecer de leña y fuego el lugar que servía para que el pueblo manifieste su respeto al Señor a través de sus sacrificios. Cada mañana todo debía estar listo y en óptimas condiciones de funcionamiento, por ningún motivo el fuego del altar debía dejar de tener su llama. Así también, todo lo que vale la pena debe ser alimentado continuamente, todo lo que tiene significado para nosotros debe contar con un tiempo de mantenimiento y cuidado.

Si los hebreos hubieran estado en el siglo XXI, quizás su lógica hubiera sido levantar un altar cada vez que se acaba el fuego… ¿Se imaginan el trabajo? Conozco mucha gente que vive rodeado de altares desechados por falta de fuego: altares matrimoniales, laborales, sentimentales, valóricos y de toda índole son descartados sin darles la posibilidad de supervivencia y de simple mantenimiento. El problema es que ellos creen que el fuego del altar está en íntima relación con la confección de uno nuevo… lo que es la gran mentira de los vendedores profesionales de altares. La altura y el calor de la llama es directa responsabilidad del sacerdote a cargo y no de que sea un altar cero kilómetros. Este enfermizo afán por la renovación nos está haciendo buscar lo mismo pero siempre en un envase distinto, dislocando nuestra posibilidad de echar raíces por la vulnerable posición de aquel que siempre está comenzando.

Nuestro Señor Jesucristo supo poner cada cosa en su lugar y fue un tenaz perseguidor de la “desechamanía”, dándole un profundo valor aun a las cosas más insignificantes.  Por ejemplo, cada mañana debe ser cuidado nuestro cuerpo y satisfechas nuestras necesidades de alimento y bebida. Si las descuidamos, nosotros seremos los primeros convocados por la “desechamanía” de ese oscuro personaje que siempre anda con una guadaña en la mano.

Pero creo que todo hombre tiene una sed que es superior a la de un buen y refrescante vaso de agua, y más hambre que el que un buen pedazo de carne puede satisfacer. El hombre tiene sed de trascendencia y hambre de significado. Estos elementos son como el fuego del altar del alma humana. El hombre intuye que es más que la suma de componentes físicos y químicos, y que su vida debe revestir más que solo hechos casuales y aislados. La leña para ese tipo de fuego no se encuentra en los bosques de este mundo, sino que se deben tomar en las espesuras del corazón de Dios. Es Jesucristo el proveedor e instructor oficial del manejo de estos dos elementos: En su encuentro con la mujer samaritana, Él ofreció el agua que calma la sed más allá de nuestros apetitos físicos: “… Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”, Juan 4:13b-14. Él es nuestro puente hacia la eternidad y el que eleva nuestros pies para alejarlos de los vaivenes de esta vida desechable.

En el otro lado, la búsqueda de significado tiene que ver con el deseo íntimo de encontrar un derrotero, un norte, una señal en el camino que nos demuestre que estamos andando hacia alguna parte. Hambre de sentido, de dirección; como seres creados, sabemos muy en lo profundo de nuestro corazón que nuestra tan mentada independencia requiere del toque de dirección de Dios. Jesús nos enseña a satisfacer esta hambre: ” Jesús les dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra”, Juan 4:34.  ¿Has buscado alguna vez la dirección de Dios? ¿Te has detenido a preguntarle por el sentido de tu vida?

Muchos de nosotros nos quedamos con la mera satisfacción material de nuestra hambre: techo, sustento, abrigo y uno que otro “gustito” adicional. Sin embargo, el Señor quiere añadir a esto significado para nuestra vida espiritual, razón de ser como criaturas de Dios y sus testigos en medio de nuestra generación (Ojo: dije añadir… algunos tienen la peregrina idea que el que busque la voluntad de Dios va a ser enviado inmediatamente como monje al Tíbet).

Jesús nunca desechó a nadie. Oyó el dolor del padre que clamó por su hijo que agonizaba irremediablemente. El señor le dijo: “…Ve, tu hijo vive”, Juan 4:50a. Él supo atender al hombre solitario que estaba postrado treinta y ocho años esperando una ayuda para salir adelante: “Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda”, Juan 5:8. Y fue la actitud afirmativa de estos hombres lo que permitió la concreción del obrar de Dios en sus vidas: El padre del hijo moribundo: “…creyó a la palabra que Jesús le dijo…”, Juan 4:50b, y el paralítico: “Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”, Juan 5:9.

Ni los muertos son materiales de desecho para Jesucristo: “En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán”, Juan 5:25. Y allí está el secreto para evitar desechar nuestro altar por falta de fuego: Solo la Palabra de Dios con su poder y consejo pueden hacer que la llama del altar de nuestro corazón esté siempre viva. Jesús dijo: ” Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí…”, Juan 5:39. Como los sacerdotes de la antigüedad, cada mañana alimentemos sin descuido nuestras vidas con la Palabra de Dios y nos volveremos restauradores y no desechadores.

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