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Cuántas veces ha venido alguien a nosotras –o nosotras mismas hemos ido donde alguien– y hemos dicho: “Lo que te voy a decir es muy confidencial”, “Esto no es asunto mío, pero…”, “Se dice que…”, “He escuchado que…”, “Te cuento esto y luego tú saca tus propias conclusiones”, o, “¿Te has enterado de lo que ha hecho María?”.

Casi siempre de estas maneras inicia una conversación de chisme. Hasta el tono de voz cambia; se vuelve más liviano y con intriga. Entra como bocados muy suaves (Proverbios 26:22), y con toda disposición ponemos el oído para escuchar. Nos deleitamos en saber y tener información sobre los demás que no todos tienen.

¿Qué es el chisme?

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el chisme es: “La noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas contra otras o se murmura (conversar en perjuicio de un ausente, censurando sus acciones) de alguna”. Es decir: el propósito del chismoso es hablar mal de alguien, o traer enemistad entre personas.

Tristemente, tenemos que confesar que la práctica del chisme es muy común entre los creyentes.

Practicar el chisme alimenta nuestro ego pecaminoso, porque comparados con la persona de la que estamos hablando, nos sentimos muy justos y muy espirituales. Al rebajar al otro pensamos que nos ensalzamos a nosotros. También lo hacemos para vengarnos de alguien que nos ha hecho daño. Pero tenemos que afirmar con toda contundencia que detrás de todo chisme hay un corazón de pecado, y la lengua es tan solo el instrumento que revela lo que hay en él, “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”, Mateo 12:34.

Muchos se escudan en que lo que van a decir es cierto, que no están mintiendo. Pero tenemos que preguntarnos si es necesario decirlo, y cuál es el propósito detrás.

¿Qué dice la Palabra de Dios sobre el chisme y el chismoso?

En el Antiguo Testamento, la palabra “chismoso” es traducida como el que descubre los secretos de los demás y los va contando a otros. Esta práctica ocasiona un terrible perjuicio para la persona de la que se está hablando. El daño es casi irreparable. Cuando alguien roba algo, es fácil restituirlo, pero cuando alguien cuenta un chisme sobre otras personas es imposible restaurar todo el daño cometido, porque ¿cómo restauras el buen testimonio y la honra de una persona?

Alguien lo puso de esta manera: Una mujer en su iglesia empezó a chismear sobre el pastor. Luego ella al cabo de un tiempo se dio cuenta de su pecado y se arrepintió, y pidió perdón al pastor. El pastor le dijo que la perdonaba, pero le pidió que hiciera algo. Rompió una almohada de plumas y las esparció por el aire, luego le pidió a la mujer que recogiera todas las plumas. Ella le dijo que eso era imposible, que muchas plumas ya se las había llevado el viento. El pastor le hizo ver que así es el daño que había hecho, un daño irreparable que se le hace a la persona, a su reputación, son como plumas envenenadas llevadas por el viento.

La Palabra de Dios es muy clara en cuanto a este asunto. Algunos ejemplos:

  • Levítico 19:16: “No andarás de calumniador entre tu pueblo; no harás nada contra la vida de tu prójimo. Yo soy el SEÑOR”.
  • Salmo 15:1-3: “SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte? El que anda en integridad y obra justicia, Y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, No hace mal a su prójimo, Ni toma reproche contra su amigo”.
  • Proverbios 11:12-13: “El que desprecia a su prójimo carece de entendimiento, Pero el hombre prudente guarda silencio. El que anda en chismes revela secretos, Pero el de espíritu leal oculta las cosas”.
  • Proverbios 16:28: “El hombre perverso provoca pleitos, Y el chismoso separa a los mejores amigos”.
  • Proverbios 26:20-22: “Por falta de leña se apaga el fuego, Y donde no hay chismoso, se calma la discusión. Como carbón para las brasas y leña para el fuego, Así es el hombre rencilloso para encender pleitos. Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, Y penetran hasta el fondo de las entrañas”.
  • 2 Corintios 12:20: “…Porque temo que quizá cuando yo vaya, halle que no son lo que deseo, y yo sea hallado por ustedes que no soy lo que desean. Que quizá haya pleitos, celos, enojos, rivalidades, difamaciones, chismes, arrogancia, desórdenes”.
  • 1 Timoteo 5:13: “Y además, aprenden a estar ociosas, yendo de casa en casa. Y no sólo son ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no son dignas”.
  • Encontramos también la gran porcíon de Santiago 3:1-12, enseñándonos sobre los peligros y dolores de la lengua.

Dios nos deja ver en su misma Palabra cuánto Él aborrece el chisme por el daño que causa y las consecuencias que trae sobre todas las personas que están envueltas.

Tenemos que tomar muy en serio el pecado del chisme porque los que practican este pecado caracterizan a los que están bajo la ira de Dios (Romanos 1:29-32). Muchas veces le damos más importancia a algunos pecados e ignoramos otros, como el chisme. No hay tal diferencia delante de Dios.

¿Cómo nos cuidamos?

Según Santiago 3:8, “Ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. Por lo tanto, ¿cómo podemos cuidarnos del chisme?

Requiere la ayuda del Espíritu Santo en nosotras. Si somos creyentes genuinos, si hemos creído el evangelio de nuestro Señor Jesús, Dios en su misericordia no solo nos ha salvado, sino que quiere y puede cambiarnos.No solo nos justifica, sino que también nos santifica. Él nos ha hecho nuevas criaturas, donde el pecado y Satanás ya no reinan en nosotros. Por la gracia de Dios, y con los medios de gracia que Dios ha puesto a nuestro alcance, podemos cuidarnos del chisme en nuestros corazones y nuestra lengua.

Aquí algunos consejos prácticos que pueden sernos de ayuda:

  • Reconocer el chisme como pecado y no excusarnos.
  • Pedir perdón a Dios por este pecado concreto en nuestras vidas.
  • Poner guardas a nuestra boca: pedir en oración a Dios de manera constante, como lo hizo David, “Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 141:3).
  • Preguntarnos si lo que vamos a decir es realmente necesario que se diga. Si no lo es, callar.
  • Lo que voy a contar de alguien, ¿estaría dispuesto a escribirlo y firmarlo con mi nombre?
  • Seamos sabios y llenos de gracia a la hora de hablar: Colosenses 4:6, “Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona”.
  • Hablemos para edificar: Efesios 4:29, “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala (corrompida), sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan”. ¿Serán beneficiados los que me escuchen con lo que voy a decir?
  • Cuando alguien venga a ti con un chisme pregúntale si está dispuesto a decirlo ante esa persona. No solo peca aquel que cuenta el chisme, sino quien lo escucha. Corta de raíz el chisme, no pongas oído a él.
  • Apartarnos del chismoso. “Por tanto no te asocies con el chismoso”, nos dice Proverbios 20:19. Apartarse de esas personas, no intimar con ellas.
  • Recordar el evangelio. He sido comprado por precio de sangre, y ya no me pertenezco: ¿por qué quisiera deshonrar a aquel que me amó hasta la muerte?

Que Dios nos ayude con su gracia cada día a ser de edificación en lo que hablamos e incluso pensamos. Tenemos a nuestro ejemplo supremo, al Señor Jesucristo, que nunca tuvo que retractarse de nada de lo que dijo. Por el poder del Espíritu que habita en nosotros, esa es nuestra meta.

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