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En el mundo evangélico, tenemos de todo. En la esfera digital hay páginas web, blogs, cuentas de Twitter y de Facebook, canales de Youtube, imágenes, películas, música, hasta dibujos animados.

En el mundo real, hay libros, CDs, sermones, organizaciones, arte, eventos, proyectos empresariales, métodos de evangelismo, estrategias de ‘conquista’, y superestrellas.

En las conferencias evangélicas, se habla sobre un sinfín de temas: la historia evangélica, el presente y futuro de la iglesia, cómo desarrollar tus dones, cómo ser un buen padre, cómo convertirte en un gran líder, pastor o cantante evangélico, la sexualidad, la ética evangélica, y el igle-crecimiento.

En fin, hay de todo en el mundo evangélico, y en medio de esta gigantesca cultura en la cual nos vemos completamente inmersos, la pregunta más importante que nos podemos hacer es: ¿y dónde está el Dios de los evangélicos?

Un avivamiento falso

“Ah, Dios” —piensan algunos—, “Este asunto está más que claro. Él solo quiere que estemos felices. Al fin y al cabo, Dios es amor. ¿No? Hablemos de algo más relevante, por favor”.

Tristemente, estoy llegando a la conclusión de que esta subcultura que hemos creado podría seguir adelante sin el apoyo de la presencia del Señor. Es poco común toparte con hermanos que lloran, claman y gimen a Dios para que Su nombre sea santificado, Su reino establecido y Su voluntad hecha en la tierra. Aquí predomina un espíritu frívolo, ligero, altivo, y light que confía más bien en métodos humanos que en el poder del Espíritu.

Muchos están tan emocionados por el próximo gran evento evangélico que se han olvidado completamente del Dios a quien son llamados a amar y a buscar. Hoy en día con tal de que haya luces brillantes, música fuerte, un predicador conocido en la plataforma que se dedica a soltar unos chistes y un par de ilustraciones emotivas y luego un llamado al altar al acabar la reunión, decimos: “¡Oh, sí, el Señor se ha movido hoy!”.

Pero esto no es el avivamiento genuino sobre el cual leemos en la Biblia.

Conocer a Dios es lo más importante

Creo en el avivamiento genuino. Ese avivamiento se ve cuando Dios desciende y el ego humano se queda aplastado en el suelo rogando al Omnipotente por misericordia. Creo en la oración de Isaías 64:1, 2:

“¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras! Si los montes se estremecieran ante tu presencia (como el fuego enciende el matorral, como el fuego hace hervir el agua), para dar a conocer tu nombre a tus adversarios, para que ante tu presencia tiemblen las naciones!”.

Como la historia del avivamiento nos enseña una y otra vez, cuando Dios se mueve con poder, es para mostrarnos quién es, y no hacen falta luces ni altavoces ni guitarras ni proyectores ni llamados al altar ni manipulación psicológica desde el púlpito. Lo único que hace falta es la brisa del Señor. ¡Necesitamos conocer a Dios desesperadamente! J.I. Packer dice que la ignorancia sobre Dios, “está en la raíz de buena parte de la debilidad de la iglesia en la actualidad”.[1] No dice que la debilidad de la iglesia se debe a la falta de micrófonos ni altavoces ni ordenadores sino a la falta de conocimiento de Dios.

No importa la cantidad de sermones que hayas descargado en el último mes ni por el número de mensajes que tal vez hayas predicado. Lo más importante no son los eventos a los que hayas asistido ni tu cantante evangélico favorito. La pregunta más importante a la que debes responder es: ¿de verdad conoces a Dios? ¿Es Dios tu perla de gran precio, tu joya, tu tesoro, tu riqueza, tu gozo, tu amor de amores?

Aun siendo joven, ya me he cansado de todo aquello que no me lleva a contemplar la gloria de Dios en Cristo. Las opiniones, ideas, estrategias y teorías de los “grandes” predicadores y evangelistas no nos deben importar. Debemos poner nuestra mirada sobre la exposición de la Palabra de Dios. La cantidad de asistentes en nuestras conferencias evangélicas no es lo más importante. Más importa tener la presencia de Dios. El éxito y la fama de nuestros superestrellas evangélicas son insignificantes comparados a la gloria del Hijo de Dios. El número de “decisiones tomadas por Cristo” no importa más que el auténtico mover del Espíritu Santo para que Dios se lleve toda la gloria.

No obstante, perder a Dios en medio de una subcultura evangélica sí importa porque importa Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu.

No pierdas a Dios en medio de nuestra subcultura evangélica. No permitas que nada ni nadie quite tu mirada del hermoso Creador  y Redentor. Dios es infinitamente más importante que nuestra subcultura.

“Pues les digo que algo mayor que el templo está aquí” (Mt. 12:6).


[1] PACKER, J.I., El conocimiento del Dios santo (Vida: Miami, 2006), p. 10.

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