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Hace unos 6 años, específicamente el día de nuestro segundo aniversario de bodas, mi esposo y yo nos enteramos de que, humanamente hablando, las posibilidades de que pudiéramos tener hijos eran muy mínimas. Teníamos un año queriendo tener hijos, y al ver que nada sucedía comenzamos a investigar qué estaba sucediendo. Fue en medio de ese proceso donde nos enteramos de esa noticia.

Todas nosotras tenemos o hemos tenido anhelos que no han sido satisfechos: el anhelo por un esposo, salud, maternidad. Deseos profundos de nuestros corazones que Dios ha decidido en su gran bondad y soberanía no conceder.

Los tiempos de espera

La espera es una temporada de prueba para nuestros corazones, y es una espera que produce un carácter probado, como bien nos enseña el libro de Santiago. Es un tiempo que Dios no desperdicia sino que lo usa para conformarnos a la imagen de su Hijo.

En la Palabra de Dios tenemos distintos relatos de tiempos de espera. Moisés esperaba por la liberación del pueblo de Dios. José esperaba desde una prisión. Ana esperaba por un hijo. Pero así como tenemos estas historias, también tenemos otros pasajes que nos muestran la condición de nuestros corazones en medio de la espera, y nos enseñan a pasar por ella de una manera que honre a Dios. Uno de estos pasajes es el Salmo 13, y quisiera que me acompañes a ver 5 cosas que podemos aprender de él.

1) En medio de la espera hay dolor

Este Salmo comienza con una pregunta, “¿Hasta cuándo oh Señor?”. El salmista no está haciendo esta pregunta esperando una respuesta. Más bien, la pregunta está expresando el sentimiento de, “ya no puedo más”, “ya no aguanto este dolor”… ¿Alguna vez has estado ahí? Yo lo he estado…

En medio de la espera nuestros corazones se duelen porque hay algo legítimo que anhelamos que no nos ha sido concedido. ¿Y sabes qué? No está mal que sintamos dolor. Esperar bien no significa esperar sin dolor.

Ahora, muchas veces, mientras esperamos y estamos en medio del dolor, podemos pensar que Dios se ha olvidado de nosotras, que Dios está ajeno a nuestro dolor. En este Salmo vemos como el Salmista le decía al Señor, “¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?” (v.1).

Hay momentos en los que nos sentimos de esa manera. Sentimos como si Dios se hubiera olvidado de nosotras, y en esos momentos debemos hablarnos a nosotras mismas y recordarnos que nuestro Sumo Sacerdote, Jesús, es uno que puede compadecerse de nosotras. Es uno que entiende nuestro dolor.

En la espera, debemos aprender a hablarnos a nosotras mismas en vez de escucharnos. En medio de los tiempos de espera y de dolor llegan muchos pensamientos a nuestra mente. Hace muchos años escuché una frase que dice: “No puedo evitar que un pájaro vuele sobre mi cabeza, pero sí que haga un nido sobre ella”. Yo no puedo evitar que los pensamientos lleguen a mi mente, pero sí puedo evitar que ellos hagan nido en mí. Cada pensamiento debe ser confrontado con la verdad de Dios, independientemente de que lo que sienta sea todo lo contrario.

Cuando llegue a ti la idea de que Dios te ha olvidado, de que nadie entiende tu dolor, recuerda que Jesús fue afligido hasta la muerte. Si hay alguien que puede entender nuestro dolor, es Él.

2) Lleva tu deseo delante del Señor

El lugar más seguro para depositar nuestras cargas es delante de Su trono. Delante de Aquel que tiene absoluto control de nuestras vidas. 1 Pedro 5:7 nos dice que llevemos todas nuestras cargas delante de Él porque Él tiene cuidado de nosotros.

Este Salmo de manera completa es una oración al Señor, una oración donde el salmista primero expresa su dolor y confusión al Señor, y luego clama a Él por su respuesta. Él le dice al Señor: “Considera y respóndeme, oh SEÑOR, Dios mío” (v.3).

El salmista sabía a quién acudir en medio de su dolor, y nos enseña a hacer lo mismo. Cuando vayas delante de Él en oración, recuerda que estás yendo delante de tu Padre, ese que todo lo puede y que es digno de que rindas tu voluntad completamente a Él.

Debemos aprender a llevar nuestros deseos a Dios con las manos abiertas, dispuestas a recibir los no del Señor. Recuerda que Dios no es un Dios de caprichos: en Él no hay despropósito alguno.

3) Haz del Señor el objeto de tu confianza

El salmista le dice al Señor:  “Pero yo en Tu misericordia he confiado” (v.5). Nota que esta frase comienza con un “pero”, el salmista está diciendo, a pesar de mi dolor, a pesar de que yo siento como si no me escucharas, yo en tu misericordia he confiado. En tu carácter yo he confiado. Él no espera a que su situación sea arreglada para confiar en el Señor, él lo hace a pesar de su situación.

Los tiempos de espera nos llevan a ese lugar que no podemos controlar y nos obligan a aferrarnos a Dios. La confianza en Dios es un acto de obediencia. No depende en lo absoluto de mis circunstancias, no se basa en que Dios conceda o no lo que yo deseo: mi confianza debe estar basada en lo que Dios es.

Sin lugar a dudas tendremos muchas preguntas sin responder, pero todas esas preguntas deben ser resueltas en la confianza en su carácter. Spurgeon lo dijo de la siguiente manera: “Cuando no puedas rastrear su mano, siempre puedes confiar en su corazón”.

4) Encuentra gozo en medio de la espera

¿Sabes algo? Lo peor que nos pudo haber pasado ya nos sucedió. Fuimos apartadas de Dios, enemigas de Dios por nuestros pecados. Pero, ¿sabes algo más? ¡Lo mejor que nos pudo haber pasado ya nos pasó! En Jesucristo fuimos reconciliadas con Dios. Por Él y su obra en la cruz tú y yo podemos regocijarnos en nuestra salvación.

Aun en medio del dolor, en medio de la espera, podemos encontrar gran gozo en la obra de Cristo. Podemos encontrar gran gozo en que fuimos salvadas de nuestro pecado y que nuestra salvación está segura en Él.

Bien nos lo dice Romanos 8: ”¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

5) Recuerda lo que has recibido de Él

El salmo 13 termina de la siguiente manera: “Cantaré al Señor porque me ha colmado de bienes” (v.6).

Cuando en nuestros corazones hay anhelos que Dios no ha concedido, tenemos la tendencia de poner nuestros ojos en aquello que nos falta en vez de apreciar todas las formas en las que Dios nos ha bendecido.

Dice la Palabra que toda buena dádiva proviene de Él. Todo aquello con lo que has sido bendecida proviene de Él. Aprende a contar tus bendiciones. Aprende a vivir en gratitud aún por aquello que Él no te ha concedido.

Dios ha bendecido nuestras vidas en gran manera, y la mayor muestra de esto es la Cruz del calvario, el lugar donde el inocente murió por el culpable, el lugar donde somos salvadas, donde somos sanadas, donde todo nuestro dolor fue llevado. El lugar donde el varón de dolores fue quebrantado.

El mayor regalo que Él puede darme no es más salud, no es un esposo, no es un hijo. El mayor regalo es más de Él.

Nuestro mayor anhelo

Que sea Cristo el supremo tesoro de nuestros corazones. Nuestro mayor anhelo debe ser más de Él, ser conformadas a su imagen, encontrar la satisfacción de nuestras necesidades solo en Jesús, y anhelar profundamente la gloria de su Nombre.


Foto tomada de Lightstock
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