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Cuando vas a disfrutar de una obra teatral te das cuenta de que todas las luces y toda la atención del público van hacia los actores. Los aplausos de introducción son para ellos, los aplausos de cierre son para ellos. Lo interesante es que ellos no piden los aplausos: es la reacción de los demás ante su buen actuar.

En ocasiones quisiéramos que eso pasara con nosotras. Muchas veces queremos que los demás se enfoquen en nuestras vidas y nos aplaudan. Pero a diferencia de los actores, nosotras podemos llegar a buscar actívamente que otros reconozcan nuestros logros como madres, como esposas, como hijas, como estudiantes. Queremos las luces sobre nosotras. Y esto no es algo que “simplemente nos gusta”: es autopromoción, y es pecado delante de Dios.

“No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo,”, Filipenses 2:3.

“Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”, Colosenses 3:23.

“Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo”, Gálatas 1:10.

Tal vez no sea algo evidente. (¡Ninguna amiga me ha dicho que anda buscando los aplausos de los demás!). Pero, ¿cómo te sientes cuando no eres reconocida? ¿Será que estás buscando que las luces estén sobre ti? ¿Que otros reconozcan lo que haces o dejas de hacer? ¿Te encuentras en búsqueda del aplauso de los demás? Tal vez no lo pensamos, pero es lo que nuestras acciones reflejan. Ahora, ¿cómo luce la autopromoción? ¿Cómo podemos verla en la práctica? Aquí algunas maneras:

La autopromoción y las redes sociales

No estoy para nada en contra de las redes sociales. Creo que estas pueden ser usadas de una manera que agrade a Dios y nos sean útiles. Pero a la vez estas herramientas se convierten en una plataforma tentadora de exponernos y promovernos a nosotras mismas. ¿De qué manera hacemos esto? Quizás estés pecando cuando constantemente estás publicando:

  • Lo habilidosa que eres en la cocina;
  • Las increíbles amistades que tienes;
  • Lo maravillosos que son tus hijos;
  • Las hermosas vacaciones en que te vas;
  • Tus distintos logros académicos.

No estoy queriendo decir que todo el que en algún momento haya hecho esto necesariamente está en pecado, pero sí que necesitamos examinar nuestros corazones delante de Dios y, en honestidad, reconocer si estamos haciendo esto buscando el aplauso de los demás y exaltarnos a nosotras mismas. No es suficiente decir “gracias a Dios”, o “a Dios la gloria”: es en tu corazón (¡y el mío!) y en tu motivación (¡y en la mía) donde Dios tiene que ser rey, nadie más.

Otra medida es el ver si estamos buscando constantemente la aprobación de las demas en vez de la de Dios. Por ejemplo, puede que estemos todo el tiempo pendiente de los “me gusta” de nuestras publicaciones. Que alguien le dé “me gusta” a alguna de tus publicaciones en Facebook o Instagram en sí mismo no tiene nada de malo. El problema está en si nuestro corazón desea que aquello que publicamos sea reconocido y aplaudido por los demás y estamos muy pendientes de esto. Si ese es el caso, estamos teniendo la motivación equivocada.

Algo que necesitamos entender es que nuestras Redes Sociales no deben ser usadas para promovernos a nosotras mismas. Como creyentes, todo lo que hagamos debe tener el propósito de que Dios sea el que brille no nosotras, esto incluye todo lo que publicamos.

Como creyentes, nuestras redes sociales deben tener el propósito de que Dios sea el que brille, no nosotras.

La autopromoción y nuestro hablar

En la Palabra de Dios encontramos lo siguiente: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca”, Lucas 6:45. Nuestras palabras reflejan aquello de lo que nuestro corazón está lleno, y en muchas ocasiones nuestros corazones están muy llenos de nosotras mismas. Esto lo vemos cuando constantemente estamos hablando de nosotras o de todo lo que se nos relacione. Cuando nuestras conversaciones están llenas de “yo”, hablando siempre de lo buena que somos o de lo bien que hacemos esto o aquello.

¿Qué estás buscando cuando hablas de ti? ¿Estás buscando tener relaciones honestas con los demás? ¿O estás buscando su atención y su admiración? Nuestra meta en nuestro hablar debe ser apuntar a Cristo. Nuestro corazón debe estar lleno de Él y su Palabra para que de esa abundancia sea que hable nuestra boca.

Nuestro corazón debe estar lleno de Él y su Palabra para que de esa abundancia sea que hable nuestra boca.

Las luces sobre Jesús

Una vez en una conferencia escuché a una de las charlistas contar que su hija había participado en una competencia deportiva. Cuando la competencia finalizó, su hija se acercó a ella y le preguntó:

–¿Mami cómo estuve?

Ella le respondió: –¡Todo el mundo cree que estuviste genial!

A lo que su hija respondió: – Sí, pero ¿cómo piensas tú que yo estuve?

Esta es la actitud que debemos tener frente a nuestro Padre celestial. Lo único que a ella le importaba era la opinión de su mamá. Lo único que a nosotras debe importarnos es la opinión de nuestro Dios.

Procuremos en todo tiempo que cuando el telón de nuestras vidas se levante, todas las luces estén sobre el único que es digno de recibir toda la atención y toda la gloria: Cristo Jesús.

“Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Y a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos”, Apocalipsis 5:13-14.

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