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“¿A qué te dedicas?”, solía ser una pregunta que me encantaba responder. En gran parte, desde que empecé a trabajar hace casi 17 años, he disfrutado de mi trabajo.

Pero la semana pasada, mientras estaba sentada a la mesa con una nueva amiga tratando de conocerme mejor, ella me hizo esta pregunta y solté lo único honesto que podría decir: “No me gusta mi trabajo en este momento, así que se siente extraño contarte sobre lo que hago. No creo que te da una buena idea de quién soy”.

En la ciudad de Nueva York, donde vivo, eso es herejía. Tú eres lo que haces. La gente no viene aquí a casarse, tener hijos, o establecerse. Ellos vienen aquí en busca de éxito. Vienen aquí a trabajar.

Por lo tanto, apenas susurré mi respuesta. Me avergonzaba sentir tal desconexión entre mi trabajo y mi identidad.

Cinco problemas con la hipótesis de la pasión

Ya que he estado hablando más abiertamente acerca de mi incertidumbre profesional, algunos amigos me han aconsejado, diciendo: “La vida es demasiado corta para perder el tiempo en un trabajo que no amas. Eres capaz y bien educada. Renuncia y encuentra algo nuevo”.

Cuando digo que no estoy segura de qué trabajo sería ese, su primera respuesta es casi siempre “¿Qué te apasiona?”. Pero no sé cómo responder a esa pregunta tampoco. De hecho, ni siquiera estoy segura de que es la pregunta que debemos hacernos. Después de todo, la hipótesis de la pasión —“la idea de que la clave de la felicidad en el trabajo es saber primero lo que te apasiona y luego encontrar un trabajo que se adapte a tu pasión”— está cargada de problemas.

En primer lugar, no hay pruebas de que tenemos pasiones preexistentes por descubrir. La mayoría de nosotros somos vocacionalmente ágiles y capaces de hacer un gran número de cosas.

En segundo lugar, centrarnos en nuestra pasión es egocéntrico. Es preguntarnos lo que el mundo puede ofrecernos, no lo que podemos ofrecer al mundo. Esta perspectiva nos hace hiperconscientes de lo que no nos gusta de algo.

En tercer lugar, no hay pruebas de que, si nos gusta hacer algo, vamos a amar hacerlo como un trabajo. Me apasiona correr, pero me encanta precisamente porque es entretenimiento, no un trabajo.

En cuarto lugar, la hipótesis de la pasión está llena de ansiedad y demasiada presión. Nos lleva a cuestionar nuestras elecciones y exagerar la importancia de cada paso que damos. Da a luz al miedo y la preocupación, no a la fe y la paz.

Por último, nuestras pasiones no son neutrales. Queremos las cosas equivocadas, y queremos las cosas correctas por las razones equivocadas. Jeremías nos dice que el corazón es engañoso por sobre todas las cosas (Jer. 17: 9), y Agustín dice que tenemos amores desordenados. Tenemos que ser escépticos acerca de nuestras pasiones.

Tres lentes a través de las cuales ver nuestro trabajo

En este momento, no me gusta mi trabajo, y no sé por qué. Podría ser que necesito “un año de reposo/sabático” después de trabajar durante 17 años consecutivos en trabajos intensos o de tratar de equilibrar dos puestos de trabajo y proyectos secundarios que requieren mucho tiempo. O podría ser que tengo que cambiar el trabajo que estoy haciendo.

Para procesar estas preguntas, estoy mirando mi trabajo a través de tres diferentes lentes: el corazón, la comunidad, y el mundo.

El corazón es nuestra relación con Dios. A través de este lente, consideramos las motivaciones de nuestro corazón, qué ídolos podemos tener o qué parte del evangelio podemos no estar creyendo en un nivel funcional. Este es un lente importante, ya que a menudo estamos tentados a pensar que el problema es nuestra situación laboral actual y que un nuevo puesto de trabajo debe ser la respuesta. Sin embargo, el problema puede ser nuestro corazón, no nuestro trabajo, y cambiar de empleo no va a resolver nuestro problema ya que nuestros ídolos viajan con nosotros.

La comunidad es nuestra relación con los demás. Es cómo el evangelio da forma a nuestro compromiso con nuestros colegas, clientes, lectores, proveedores, miembros de la junta directiva y otros. A través de este lente, consideramos cómo nos relacionamos con los demás, viéndolos como hechos a la imagen de Dios y dignos de respeto, honor y amor. A veces, por ejemplo, tenemos colegas particularmente desafiantes o clientes que hacen que nuestro trabajo sea más difícil. En esos momentos, conducirnos por el evangelio en nuestros corazones nos ayuda a ser más generosos, sabiendo que, mientras estábamos rotos, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8).

El mundo es nuestra relación con el trabajo en sí. Se centra en cómo el evangelio cambia nuestro enfoque del contenido de nuestro trabajo: desde la política hasta la educación, la plomería, el transporte y cualquier otra esfera en la que podamos trabajar. El evangelio cambia todo, no solo nuestros corazones. Tiene algo que decir sobre la ley en sí misma, no solo sobre los abogados (Prov. 16:11). Además, debemos pasar nuestro tiempo en un trabajo significativo, aun cuando reconocemos que no siempre veamos o experimentemos su significado más amplio.

Estos lentes de corazón, comunidad y mundo, a menudo se superponen y pueden causar confusión en cómo procesamos nuestros problemas laborales. Por ejemplo, un ídolo de aprobación o de logros (corazón) puede hacer que un aparentemente pequeño problema a resolver (mundo) como arreglar un inodoro, parezca insignificante y sin sentido, ¡a pesar de que es de vital importancia a la familia con el inodoro roto! En este caso, el trabajo en sí es glorioso y generoso, pero el corazón roto no lo procesa de esa manera. La solución, entonces, no es cambiar de trabajo, sino sanar el corazón enfermo.

En primer lugar, el corazón

En este momento, estoy centrándome principalmente en mi corazón, recordando que hubo un tiempo en que me gustaba mi trabajo y sabiendo que, si me deleito en el Señor y busco primeramente el reino de Dios y su justicia, entonces las demás cosas serán añadidas; incluyendo la claridad profesional (Mat. 6:33; Salmo 37:4)

Ya sea que estemos a la mitad de nuestra vida, como yo, preguntándonos por qué de repente estamos cuestionando nuestra vocación, o que seamos jóvenes y estemos preguntándonos si esto es todo lo que hay en la vida, o estemos retirados y sintiéndonos desacoplados y sin rumbo, no podemos culpar a nuestras circunstancias. Tenemos que invitar a Dios a examinar nuestros corazones y buscar cualquier extravío en nosotros (Sal. 139:23-24).

Tal doctrina de la vocación y madurez espiritual se aplica a todos nosotros, no porque nuestro trabajo sea igualmente satisfactorio y significativo, sino porque el mismo Dios es el Señor sobre todo. Una forma en la que podemos trabajar distintivamente en este mundo es no saltar de un trabajo a otro en busca de la mezcla perfecta de circunstancias satisfactorias. Más bien, podemos abrir nuestras manos y preguntarle a Aquel que nos ama y tiene la intención de santificarnos, dónde quiere que estemos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jaquie Tolley
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