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Todos sabemos que los hombres luchan con la lujuria. Pero ¿qué hay de las mujeres? Aun cuando es cada vez más común oír hablar de las luchas de las mujeres con el uso de la pornografía, muchas mujeres todavía perciben que tienen una ventaja moral sobre los hombres. Pero tales comparaciones no ayudan porque los hombres y las mujeres a menudo luchan de manera distinta.  Cuando una mujer hermosa entra en un salón o aparece en la pantalla o en un anuncio, todos los ojos se fijan en ella. Mientras que los hombres puedan quizás estar pensando en sexo, una mujer podría estar pensando, “¿me pregunto lo que sería tener un cuerpo como ese?”. Los hombres quieren el cuerpo, las mujeres quieren el cuerpo. Ellos quieren tener el cuerpo que atrae a todo el mundo. La lujuria puede ser un fuerte sentimiento de deseo sexual, o un fuerte deseo hacía algo. Sabemos cuándo un hombre ha pecado debido a que él toma el cuerpo que quiere a través de zambullirse en la pornografía o visitando a una prostituta. Pero, ¿cómo se refleja en una mujer su lujuria? Ella no puede tener el cuerpo que desea tener, entonces ¿qué hace? Su pecado permanece oculto la mayor parte del tiempo. Sin embargo, hay algunas señales reveladoras de su pecado que describiré en primera persona porque yo lucho con esto también.

Señales de lucha

Auto-compasión

La primera sensación que la lujuria produce en una mujer es la insatisfacción con su propio cuerpo. Hemos comparado nuestro cuerpo con el de otra persona, y hemos fracasado. Nos imaginamos que la otra mujer es más sexy, más segura de sí misma, y ​sobre todo en mejor situación. Esto nos conduce a la autocompasión.

Inseguridad

Sentir lástima por nosotras mismas nos hace sentir inseguras. Nos sentimos amenazadas en nuestra propia feminidad y empezamos a preocuparnos de que nuestro esposo o prometido o novio pueda encontrar una mujer más atractiva. Trasladamos este temor subjetivo a la realidad. Debido a que estoy luchando con la lujuria, asumo que mi pareja también debe estarlo, por lo que temo que nuestra relación se vea amenazada cada vez que encontramos a una mujer atractiva.

Crítica

Sentimos la necesidad de rebajar a las demás mujeres. Racionalizamos nuestra lucha por medio de igualar las condiciones en nuestras propias mentes. Pensamos de la siguiente manera: “Bueno, ella puede ser muy sexy, pero probablemente no es muy inteligente”, o, “Su cabello es perfecto, pero estoy muy feliz de que no tengo esas piernas”. Nunca diríamos algo cruel, pero lo pensamos para hacernos sentir mejor.

Activismo

Si nada de esto nos hace sentir mejor, nos embarcamos en un ciclo de automejoramiento que no tiene fin. Sentimos la necesidad de recuperar terreno porque nuestro lugar en la parte superior ha sido amenazado. Esta es una forma de justificación por obras en la que intentamos demostrarnos, primero a nosotras mismas; segundo, al mundo alrededor de nosotras; y por último, incluso a Dios mismo, que podemos cambiarnos a nosotras mismas a nuestra propia imagen, la imagen perfecta que hemos creado, aquella que tan desesperadamente queremos conseguir. Creamos nuevas metas de dieta, nuevas y mejores rutinas de ejercicio, y compramos ropa nueva y cosméticos para que podamos lucir más sexy.

Ponemos a Dios en interrogatorio

Es una cuestión de orgullo. Pensamos que merecemos algo mejor. Cuando era una adolescente luchando por aceptar mi cuerpo y todos sus cambios, mi madre me dijo, “¡Quejarte de tu figura es como abofetear a Dios en el rostro!”. Eso realmente me llamó la atención. Mi descontento con mi cuerpo estaba gritando a Dios: “¡Tú me hiciste mal!”. Pero como mi creador, ¿acaso no tenía derecho de hacerme como Él quería? ¿Acaso Dios no puede examinar su creación y declararla buena? ¿Quién era yo para contradecirle? Nuestros cuerpos son importantes para Dios, así que tenemos que cuidar de ellos como buenos mayordomos. Necesitamos comer bien, hacer ejercicio regularmente y dormir lo suficiente.

Sin embargo, la caída por el pecado afecta nuestros cuerpos y se envejecen, se arrugan, se desgastan, y finalmente mueren. Dios conoce este proceso y en su misericordia envió a Jesús a morir en la cruz para revertir los efectos mortales de la caída. Por medio de la resurrección, Dios nos ha asegurado que Él es poderoso en el proceso de hacer nuevas todas las cosas. Pero de manera interesante, Dios está en el negocio de renovarnos desde adentro hacia afuera, no de afuera hacia adentro. “Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día” (2 Corintios 4:16 NVI). Él comienza con el corazón porque es allí donde reside el problema central. Él ve en lo más profundo de nuestro corazón, en donde yacen esos pensamientos oscuros, lujuriosos y autodestructivos, y escogió sumergirse en esa cueva para hacer brillar Su luz.

Cuando empezamos a ver nuestros corazones a través de Sus propósitos redentores, comenzamos a ver en donde el Espíritu está iniciando el cambio, nos trae al arrepentimiento y nos da nuevos anhelos. El resto de los efectos de la caída será superado en el último día, y para entonces recibiremos cuerpos perfectos que encajen con nuestros corazones perfectos. Tal vez es por eso que Él constantemente nos frustra en nuestro esfuerzo de renovarnos desde afuera hacia adentro. Él quiere que nos demos cuenta que estamos hechas para algo mayor.

Ser una mujer autohecha, basada en los ideales que se exponen en las revistas femeninas o compararnos con otras mujeres no es la meta de Dios para nosotras. ¡Esa es una meta demasiado pequeña! De hecho, esas revistas pueden ser igual de malas para nuestras almas como lo es la pornografía para los hombres. En vez de eso, Dios nos transforma a la imagen de Su Hijo, Jesús, el hombre perfecto. Él quiere que experimentemos gozo en la forma en que destinó que seamos. Él cumple todos sus propósitos en nosotras.

No perdamos tiempo precioso tratando de ser alguien más. Estar satisfechas solamente en Dios hará que tú y yo seamos mujeres irresistiblemente atractivas, por dentro y por fuera, porque su amor brillará a través de nosotras para que el mundo pueda ver.

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