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Innumerables cirugías en la infancia. Hospitalizaciones de un año de duración. Abuso verbal y físico de los compañeros del colegio. Múltiples abortos involuntarios como una joven esposa. La inesperada muerte de un hijo. Una enfermedad progresiva debilitante. Dolor que no desaparece. Traición. Un esposo que nunca regresó.

Si fuera por mí, habría escrito mi historia de manera diferente. No hubiera incluido ni una sola de esas frases. Cada línea representa algo duro. Desgarrador. Transformador.

Pero ahora, en retrospectiva, yo no borraría una sola línea.

Honestamente, es solo en retrospectiva que puedo hacer una declaración tan atrevida. A través de todos estos eventos devastadores, le rogué a Dios que me librara. Que salvara a mi bebé, que revertiera mi enfermedad, que trajera a mi esposo de vuelta. Cada vez Dios dijo “no”.

En vez de liberación

“No” no era la respuesta que yo quería. Yo estaba buscando respuestas milagrosas a mi oración: volver a la normalidad, el alivio del dolor. Yo quería el tipo de gracia que me librara de mis circunstancias.

Dios, en su misericordia, ofreció su gracia sustentadora.

Al principio yo la rechacé como insuficiente. Quería liberación. No sustento. Yo quería que el dolor se detuviera, no ser sostenida en medio del dolor. Yo era igual que los hijos de Israel que se regocijaron en la gracia de Dios en la separación del Mar Rojo, pero que se quejaron amargamente de su gracia sustentadora a través de la provisión del maná.

Con cada dolor de mi corazón quería un milagro como el del Mar Rojo. Un milagro que asombrara al mundo, que me recompensara por mi fidelidad, que hiciera mi vida gloriosa. No quería maná.

Pero Dios sabía qué era lo mejor. Cada día Él continuó poniendo maná ante mí. Al principio me quejé. Parecía un premio de consolación, no era la fiesta que yo había previsto. Estaba aburrida y cansada. Pero después de un tiempo comencé a probar el maná, lo recibí y saboreé su dulzura.

Un trabajo mucho más profundo

Este maná, esta gracia sustentadora, es lo que me sostuvo. Me revivió cuando era débil. Me condujo a mis rodillas. Y a diferencia de la gracia liberadora, que una vez recibida, sin querer me llevó a tener una mayor independencia de Dios, la gracia sustentadora me mantenía atada a Él. La necesitaba cada día. Como el maná, era nueva cada mañana.

Dios me ha liberado y ha respondido algunas oraciones con un rotundo “sí” en formas sobrenaturales que me han dejado con la boca abierta. Miro atrás hacia ellas con gratitud y admiración. Sin embargo, después de que fueron respondidas estas oraciones volví a mi vida cotidiana, a menudo menos dependiente de Dios. Pero las respuestas de “no” o “espera”, y aquellas respondidas casi imperceptiblemente a lo largo del tiempo han hecho un trabajo aún más profundo en mi alma. Ellas me han mantenido conectada al Dador y no a sus dádivas. Ellas me han obligado a buscarlo. Y al buscarle, he descubierto la intimidad de Su compañía.

En medio de mi dolor más profundo, en la oscuridad, la presencia de Dios ha sido inconfundible. A través de luchas terribles, Él me habla. Me consuela a través de Su Palabra. Me susurra en la oscuridad mientras estoy despierta en mi almohada manchada de lágrimas. Él canta hermosas canciones sobre mí de su amor.

La alegría de Su maná

Al principio, solo quiero que la agonía se vaya. No me regocijo en el momento. No me regocijo en absoluto. Pero a medida que me aferro a Dios y a sus promesas, Él me sustenta. La alegría al principio es elusiva. Tengo destellos de deleite, pero la mayoría son lentos y graduales.

Sin embargo, con el tiempo, me doy cuenta de que tengo un gozo inexplicable. No en mis circunstancias, sino en el Dios que se preocupa tan apasionadamente de mí. Comer el a veces indeseable, cotidiano y suave maná produce una alegría más allá de mis sueños o fantasías.

He descubierto que esta alegría, que a menudo es dada a luz desde el sufrimiento, nunca puede ser quitada y solo enriquece con el tiempo. Mis circunstancias no pueden disminuirla. Produce frutos duraderos como la paciencia, el carácter y la esperanza. Me atrae a Dios de maneras impresionantes. Siento un peso de gloria que está más allá de toda comparación.

Todavía oro ardientemente por la liberación, por las muchas cosas que anhelo ver cambiadas, tanto en mi vida como en el mundo. Eso es correcto. Es bíblico. Tenemos que llevar nuestras peticiones a Dios.

Pero así como yo anhelo la liberación, la gracia liberadora, también veo la exquisita bendición de la gracia sustentadora. No se trata de conseguir lo que quiero; se trata de que Dios me dé lo que desesperadamente necesito: a Él mismo.


Publicado originalmente para Desiring God. Traducido por Carlos A. Franco.
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