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La resurrección es la bisagra en la que gira todo el cristianismo. Es la base sobre la que descansa todo: la piedra angular que une el cristianismo. De manera crucial, esto significa que cuando los cristianos afirman que Jesús resucitó de entre los muertos, están haciendo una afirmación histórica, no religiosa. Por supuesto, hay implicaciones “religiosas” unidas a esa afirmación, pero ninguna es válida si Jesús verdaderamente e históricamente no volvió a la vida después de estar muerto. Los primeros cristianos entendieron este punto. No estaban interesados ​​en inventar una bonita historia religiosa que animara a la gente, que les ayudara a vivir una vida mejor, y quizás les proporcionara una metáfora de la esperanza que florece de la desesperación que les ayudara a soportar las tormentas de la vida. No: los primeros cristianos querían que el mundo supiera que Jesús se había levantado de la tumba, y ellos mismos sabían que si eso no hubiese pasado, entonces todo lo que ellos defendían era algo vacío y falso y completamente fútil. Es como dijo Pablo en una de sus cartas:

“…y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes. Aún más, somos hallados testigos falsos de Dios, porque hemos testificado contra Dios que El resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es falsa; todavía están en sus pecados.Entonces también los que han dormido en Cristo están perdidos. Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima” (1 Co. 15:14-19).

En otras palabras, si Jesús no resucitó de entre los muertos, los cristianos son patéticos.

Pero aquí está la otra cara de la moneda: si Jesús sí resucitó de entre los muertos, entonces todo ser humano se enfrenta con la readidad de creer lo que Él dijo, de reconocerlo como Rey, y de someterse a Él como Salvador y Señor. Y, por supuesto, mi amigo, esto te incluye a ti.

Es por eso que es tan importante para ti —sí, tú mismo, ahí, leyendo esto— llegar a una decisión acerca de la resurrección de Jesús. No es suficiente retener mi juicio sobre algo tan importante. Tienes que pensarlo un poco y decidir: “Sí, creo que esto sucedió. Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, y creo que Él es quien decía ser,” o “No, no creo que sucedió, y rechazo Sus afirmaciones”. A veces se oye a algunas personas decir que es válido no tener ninguna opinión acerca de la resurrección porque nadie puede llegar a la verdad o mentira de afirmaciones religiosas. Pero como hemos dicho antes, los cristianos no están haciendo una afirmación religiosa cuando dicen que Jesús resucitó de la tumba. Están haciendo una afirmación histórica; están diciendo que la resurrección fue tan real como el imperio de Julio César. Es el tipo de afirmación que se puede pensar e investigar; puede ser juzgada, y se puede llegar a una conclusión al respecto.

¿Crees que sucedió, o no?

Esta es la verdad fundamental acerca de los cristianos: creemos firmemente que sí sucedió.

No creemos que los discípulos estaban experimentando ningún tipo de alucinación colectiva. Eso ni siquiera tiene sentido dada la cantidad de veces que distintas personas vieron a Jesús, el tiempo que transcurrió, y los distintos grupos de personas que lo vieron.

Tampoco creemos que fue un gran error. Lo último que los gobernantes judíos querían era un rumor de un Mesías resucitado flotando por ahí, así que lo primero que habrían hecho ante esto hubiese sido producir el cuerpo para poner fin al rumor. Ellos nunca lo hicieron. Y por otro lado, si de alguna manera Jesús se las arregló para sobrevivir la crucifixión, ¿qué probabilidades hay de que este hombre débil, herido, crucificado y apuñalado habría sido capaz de convencer a sus obstinados y escépticos seguidores que Él era el Señor de la Vida y el Conquistador de la Muerte? No es muy probable, diría yo.

Los cristianos tampoco creemos que los discípulos estaban perpetrando un engaño o un complot. Si así fuera, ¿qué exactamente estaban esperando ganar? Y ¿por qué no detener la mentira cuando quedó claro que no iban a conseguir lo que buscaban, tal vez, por ejemplo, justo antes de que los romanos cortaran sus cabezas o clavaran clavos a través de sus propias muñecas?

No, no fue una alucinación ni un error, ni un complot. Algo más sucedió, y fue algo que tuvo el poder de convertir a estos escépticos y cobardes hombres en mártires por Jesús, testigos oculares dispuestos a arriesgar todo por Él, y a padecer todo —incluso muertes tortuosa— con tal de decirle al mundo: “Este hombre Jesús fue crucificado, ¡pero ahora Él está vivo!”.

Pero el significado de la ascensión de Jesús al Cielo es tan importante como el hecho. No era solo una manera conveniente para Jesús desaparecer de la escena. Fue el acto de Dios de entronizarlo e investirlo de total y plena autoridad para gobernar y juzgar y, maravillosamente, ¡para salvar! Si te identificas a ti mismo como un pecador que merece la ira de Dios por su rebelión contra Él, entonces el hecho de que Jesús ahora se sienta en el trono del universo es una asombrosa y buena noticia. Esto significa que el gran Rey que en última instancia te juzgará y sentenciará, es también uno que te ama y que te invita a tomar la salvación, la misericordia y la gracia de Su mano.

Eso es lo que quiere decir la Biblia cuando dice: “…que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios Lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9). Esto significa que Jesús, el resucitado y reinante Rey, Aquel a quien Dios ha concedido todo poder en el cielo y en la tierra, tiene el derecho y la autoridad para salvar a las personas de sus pecados.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Gittel Estevez-Michelen.
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