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Por la Biblia, los cristianos entendemos que todos estamos llamados a ministrar. La palabra “ministrar” tiene el primer sentido de servir a nuestro Señor Jesucristo. De manera particular, en este artículo nos enfocaremos en los distintivos que califican a un hombre llamado a un ministerio en específico: el ministerio de la Palabra (Ef. 4:11-12).

Realidades abrumadoras y desalentadoras

Una encuesta a mil pastores realizada por Leadership Magazine reveló que el 12% había cometido adulterio estando en el ministerio, y que el 23% había hecho algo que consideraban sexualmente inapropiado. En promedio, los ministros del evangelio en Norteamérica cambian de iglesia cada 2 años y medio. Estas son realidades abrumadoras, pero dejan ver algunas de las tentaciones y presiones del pastorado. Como si fuera poco, existen pasajes claves en la Biblia que desalientan el entrar al oficio ministerial.

“Hermanos míos, que no se hagan maestros muchos de ustedes, sabiendo que recibiremos un juicio más severo”, Santiago 3:1.

“No impongas las manos sobre nadie con ligereza, compartiendo así la responsabilidad por los pecados de otros”, 1 Timoteo 5:22a.

“Palabra fiel es ésta: si alguien aspira al cargo de obispo , buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable”, 1 Timoteo 3:1-2a, énfasis añadido.

Es evidente que las Escrituras no alientan a los hombres a ser ministros, más bien los advierten. A los ojos de Dios, el ministerio cristiano no es un asunto trivial. Es un “oficio sagrado”. De ahí las altas exigencias divinas a sus ministros del evangelio.

Características esenciales de un hombre llamado

Aunque existen otras, la Biblia nos muestra tres características apremiantes respecto a las calificaciones de un obrero aprobado por Dios. En el ministerio cristiano, la salvación es la plataforma, el llamamiento divino es el motor, y el carácter es el marco.

1. El ministro debe ser un hombre regenerado

El hombre llamado al ministerio debe ser convertido, regenerado, salvo. Esto puede sonar de perogrullo, pero es fundamental. ¿Te imaginas lo incongruente que sería para un hombre hablar de libertad y prometer libertad (2 Pe. 2:19), cuando él mismo es esclavo de sus propias lujurias y pecados? ¿No sería extraño que llamara a otros a seguir a Cristo como Señor, sin que él le haya rendido su vida en primer lugar?

La salvación se evidencia por una vida piadosa y consagrada. Esta cualidad no es exclusiva a los ministros, pero es indiscutible en los tales. El ministro debe ser alguien salvo.

2. El ministro debe ser un hombre llamado

La Biblia es clara: los dones y el llamamiento son de Dios; Él los imparte a sus santos (Ef. 4:11). Es el Señor quien “constituye”, es Él quien llama a sus ministros de justicia. Y también es Él quien capacita a sus santos para el ministerio. De hecho, no hay absolutamente nada de que algún ser humano deba gloriarse o distinguirse (1 Cor. 4:7), incluso el querer como el hacer es producido por “su buena voluntad” (Fil. 2:13).

¿Cómo se evidencia el llamado? Por lo menos de estas cinco formas:

  • Con la persuasión de que Dios es veraz (Heb. 11.6).
  • Con una irresistible necesidad de predicar, hasta el punto que podamos decir como Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Cor. 9.16).
  • Con un convincente y apasionado amor por Dios, por su Palabra y por la gente (Hch. 20:28-31; 1 Pe. 5:1-5).
  • Con un apego a la vida piadosa (1 Tim. 3:1-7).
  • Con una buena dosis de humildad, como su Maestro, quien es manso y humilde (Mt. 11:29).

3. El ministro debe ser un hombre piadoso

El carácter de un ministro del evangelio es una confirmación de la obra secreta de Dios en el corazón de tal hombre. El carácter de un ministro ha de observarse en cualidades impartidas por gracia que hacen a ese hombre ejemplar en su moral, ética y modo de conducirse como se resume en 1 Timoteo 3.1-7, Tito 1.5-9, 1 Tesalonicenses 2.1-8, etc. La iglesia debe tener completa confianza en al carácter piadoso del posible ministro.

El carácter maduro del regentado, que debe ser una cualidad intransable al momento del apartamiento para el ministerio, se puede definir como “integridad” o “irreprochabilidad”. La humildad y el temor a Dios son condiciones de la irreprochabilidad. ¿Eres tú “irreprensible” en todo? ¿Practicas la justicia, la verdad y el amor en humildad?

Distinguido hermano, si las características anteriores son realidades en tu vida, no tengo ninguna duda que eres llamado e investido por Dios al santo ministerio.

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