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Cómo Dios rompió mi adicción a ser “una buena persona”

Yo viví según “el evangelio de ser una buena persona” por demasiado tiempo. Pero Dios me buscó. Él utilizó a varias personas para mostrarme mi adicción a ser una “buena persona” y para mostrarme tanto Su verdadera naturaleza como la verdad de lo que había hecho por mí en la cruz. Usó a mi marido más que nadie.

A un año después de habernos casado, Kyle y yo tuvimos una discusión que cambió nuestras vidas. Le grité sobre algo insignificante y en lugar de devolverme el ataque, solo salió con calma de la habitación. Tan pronto como se había ido, me sentí avergonzada. ¿Por qué me había puesto tan furiosa por algo de tan poca importancia? ¿Por qué elegí ofender a mi marido de esa manera? Con el rabo entre las piernas, me acerqué a él.

“Lo siento”, le dije, rogando con mis ojos para que me liberara de lo que había hecho.

“Te perdono”, dijo, y lo dijo de corazón. Hasta sonrió cuando lo dijo.

”¿Eso es todo?”, pensé. ”¿No era necesaria una penitencia, ni una cara de reprobación, ninguna ley del silencio, ninguna acción que me avergonzara, nada? ¿Perdonar es así de fácil?”.

Mis ojos debieron haber revelado mi incertidumbre porque me tomó de la mano y me llevó a su regazo. Luego me envolvió con sus brazos, me miró a los ojos, y reiteró: “Yo te perdono. Te amo, Christine”.

Mientras nos abrazábamos, el Señor susurró a mi corazón, a ese corazón sordo hacia el verdadero perdón y la gracia: “No llevo un registro de errores ni sostengo tu pecado sobre tu cabeza. Cuando me confiesas algo, yo te perdono. Me deleito en ti”.

Dios, a través del libro de Gálatas, había comenzado a mostrarme lo poco que realmente entendía del evangelio. En lugar del verdadero evangelio, yo estaba viviendo lo que Pablo llamó el evangelio “pervertido”, uno de palabras y de religión muerta. Mi corazón y mi mente estaban empezando a despertar a la verdad porque mi marido se había hecho pastor, y nuestra nueva vida de ministerio mostraba con una luz brillante mis deseos de auto-suficiencia y mis intentos de auto-justificación. Pero yo no podía satisfacer las demandas del ministerio —desde luego, no podía amar— de acuerdo a la religión esforzada.

El faro de luz que condenaba y daba luz al mismo tiempo era Gálatas 5:4: “De Cristo se han separado, ustedes que procuran ser justificados por la ley; de la gracia han caído”. Así era exactamente cómo me sentía: como un extraño apartado de Cristo, con la nariz pegada al cristal, tratando desesperadamente de ganar lo que ya era mío. Al mismo tiempo rechazaba cualquier logro de Cristo a mi favor que me quitara la vergüenza por mis fracasos y mi obstinada auto-determinación.

Este pasaje describe la forma en que me había sentido la mayor parte de mi vida cristiana: enredada, oprimida bajo un pesado yugo, en esclavitud, en deuda, y sobre todo como si estuviera separada de Cristo. También me mostró por qué me sentía de esa manera: mi obsesión con ser “una buena persona” había anulado la obra de Cristo en mi vida. Porque yo no lo había hecho a su manera, lo había hecho a la mía propia.

Pero finalmente Él llegó a mí. Él me demostró que estaba sentada en la celda de una cárcel con la puerta abierta, pero seguía poniendo cadenas alrededor de mí misma en vez de correr libremente. Caminó a mi lado mientras yo descubría la inutilidad de tratar de ser buena por mí misma, y se ofreció a rescatarme, mostrándome la medida de gracia que Él ya me había dado en la cruz y en el momento en que yo creí. Pero Su manera, tal como Él me la reveló en Gálatas, en nada se parecía a mi manera. Podría seguir mi camino y estar frustrada para siempre en mis deudas sin fin, o podía aceptar Su camino de gracia y fe y del Espíritu.

Con el tiempo me di cuenta de que Él me amaba, no por lo que yo hacía, sino por lo que Él hizo por medio de Cristo en la cruz. Finalmente corrí salvajemente a sus brazos llenos de gracia. Lo que siempre había sentido como deber y obligación ahora se sentía como una libertad increíble.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Jesús Eddy Garcia.
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