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Cuando los católicos escuchan el verdadero evangelio, generalmente enfrentan una lucha interior con sus temores religiosos y sus percepciones de sí mismos. En este artículo, me gustaría explicar en qué consiste esta lucha para que a la hora de compartir el evangelio con un amigo católico, podamos entender mejor su conflicto interior. A la vez, quisiera ofrecer unos consejos prácticos para evangelizar a católicos.

Dos grandes temores

A la hora de escuchar el evangelio, los católicos practicantes usualmente no tienen un problema con aceptarlo conceptualmente, pero hay dos temores que surgen en su corazón: dejar a la virgen María, y dejar de comulgar en la eucaristía. Estos temores no son solo cuestión de dogma ni para evitar se excomulgados, sino que para ellos es una cuestión de fe. Un católico realmente cree en la intercesión celestial de María y en la corporificación de Jesús en la hostia.

Parte del éxito que ha tenido el movimiento carismático y neocatecúmeno dentro de la iglesia católica ha consistido en responder las dudas “evangélicas” de sus feligreses, así como apaciguar los temores que ellos enfrentan. En general, estos movimientos fueron la respuesta estratégica de la iglesia de Roma para detener el éxodo masivo que estaba ocurriendo de sus filas hacia el protestantismo. Los carismáticos eliminaron aquellas cosas que los católicos “confundidos” ya no creían dogmaticamente, como por ejemplo las imágenes en los templos modernos; y a su vez establecieron prácticas que dichos “confundidos” admiraban de los evangélicos, surgiendo así los retiros para la “conversión por medio de la fe en Cristo”. Sin embargo, el éxito para el catolicismo de estos movimientos fue que, a la par de esas acciones, enseñan que para no perder “esa salvación por medio de la fe en Cristo” o “perseverar en ella” es necesario hacer dos cosas: tomar la comunión o eucaristía cada domingo, y hacer uso de la intercesión de la virgen María.

Con esto, la iglesia romana logró después de muchos años retener a los católicos “confundidos”, haciéndoles sentir que ahora pueden practicar lo que les atraía de los evangélicos sin exponerse a ser excomulgados. Esta mezcla semi-pelagiana entre la verdad de la justificación por medio de la fe con la mentira de la permanencia por obras está produciendo falsos creyentes todos los días.

Pero aun así los temores siguen presentes. Son reales, y deben de ser adecuadamente abordados, pues de lo contrario, aunque ellos escuchen el evangelio, sus dudas les anclarán a su religión.

Una engañosa percepción

El problema con la religión católica no es que se muestra mala en sí misma, sino que sus medios de gracia (los Sacramentos) conceden tal apariencia de piedad a quienes los practican, que Jesús se vuelve innecesario en sus vidas. Por esta razón, si alguien le dice a un buen católico: “Necesitas a Cristo”, él responderá con total seguridad: “¿Por qué? Si ya lo tengo y creo en Él”.

¿De donde viene tal convicción? No de la catequesis recibida, sino de la satisfacción experimentada por practicar la bondad, caridad, y demás buenas obras que demandan su religión como requisito para ser un buen cristiano. Por esto, siempre he dicho que es más fácil evangelizar a un católico nominal que a uno que sí lo practica, ya que, ¿cómo demostrarle a alguien que se ve bueno a sí mismo que delante de Dios no lo es? ¿Cómo demostrarle a alguien que las buenas obras que practica no son sino solo trapos de inmundicia delante de Dios? Ese es el reto bíblico a la hora de evangelizar a un buen católico, y es el reto que los verdaderos creyentes deben saber responder.

¿Cómo entonces evangelizar a mi amigo católico?

¡Proclamando el evangelio! El evangelio es uno solo, es indivisible, verdadero y suficiente, por lo que no debe de ser mutilado o alterado, pues perdería su eficacia. Sin embargo, lo que sí debemos hacer con los católicos mientras les evangelizamos es responder con paciencia y doctrina bíblica las dudas anteriormente expuestas para que, si Dios lo permite, ellos puedan ver sus propios pecados y su verdadera necesidad de Cristo Jesús. ¿Cómo entonces hacer esto?

1. Hay que demostrarles su propio pecado.

Al igual que cualquier persona, la evangelización debe empezar con un reconocimiento personal de pecado. Para esto recomiendo que se lean el capítulo 2 y 3 de la carta a los Romanos. En estos capítulos, el apóstol Pablo desarrolla toda una defensa acerca de la depravación total en todos los seres humanos, desde aquellos que son moralmente buenos (Ro. 2:1-16) hasta los que son religiosos (Ro. 2:17-3:9). Luego concluye en las 14 acusaciones formales que Dios hace a la humanidad (Ro. 3:10-18) por la que todos nacen bajo condenación.

2. Es necesario convencerles de que sus “buenas obras” no lo son necesariamente ante Dios.

Textos como Isaías 64:6 y Proverbios 30:12, entre otros, ayudan a explicar que aunque una buena obra sea justa ante los hombres, no significa necesariamente que lo sea ante Dios. Los no creyentes que hacen “buenas obras” no las hacen para glorificar a Dios, sino para sentirse bien de sí mismos, por filantropía, religión o humanismo. Las únicas obras buenas que Dios califica como justas son aquellas que nacen de un corazón regenerado, cuya orientación y motivo en todo cuanto hace es magnificar la gloria de Dios ante los hombres (Mt. 5:16). Si alguien no ha sido redimido por la sangre del Cordero, todas sus buenas acciones siempre serán aborrecidas por Dios porque no le exaltan a Él, sino a sí mismos.

3. Es necesario quitarles el temor de que serán excomulgados por Dios.

Después de evangelizarlos, será necesario introducirles, con cuidado, a la doctrina de “la perseverancia de los santos” o “seguridad eterna”. A través de ella, les enseñaremos que el amor de Dios no es fluctuante, sino que es un amor eterno.  Que aquel que ha sido elegido por Dios no puede “caer de esta elección”, y que esa perseverancia no es por obras, sino que depende totalmente de la gracia misma de Dios. Cómo dice Romanos 8:30, “A los que predestinó, a ésos también llamó. A los que llamó, a ésos también justificó. A los que justificó, a ésos también glorificó”, y luego nos enseña que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39).

4. Hay que humanizar a la virgen María para disipar los distintos dogmas que la envuelven místicamente.

Aunque no considero sabio comenzar la conversación con un católico hablando de la virgen María, la oportunidad suele presentarse después predicarles el evangelio. Es necesario entonces abordar cuatro temas con ellos:

  1. Lo que significa la gracia de Dios como regalo “inmerecido”, y así explicar que lo que significa que María sea “llena de gracia”.
  2. Que Biblias católicas, como la muy respetada Nácar-Colunga, explican que María glorificó a Dios teniendo varios hijos con José su esposo.
  3. Que María vino a ser creyente por la fe en el Mesías que le fue anunciado y no antes, y que aunque más adelante pudo haber dudado de Jesús (Mr.3:21,31-34), al final, su presencia en pentecostés confirma que fue salva.
  4. Que la intercesión celestial de María es imposible, pues esa es una función sacerdotal asignada solo a Jesús, por ser el sumo sacerdote para siempre.

Sabemos que aun respondiendo sus dudas no podemos asegurar la salvación de nadie, pues es una obra soberana del Dios trino. Sin embargo, es nuestra responsabilidad presentarnos ante Dios y los hombres cada día como obreros que no tenemos de qué avergonzarnos, pues “trazamos correctamente” la Palabra de verdad. Al hacer eso, con amor y en oración, quizás Él se agrade en salvar a algunos de los perdidos entre los católicos.

Crédito de imagen: Lightstock.
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