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2 Samuel 15 – 17   y    Hebreos 7 – 8

Decía además Absalón: “¡Quién me nombrará juez en la tierra! Entonces todo hombre que tuviera pleito o causa alguna podría venir a mí y yo le haría justicia”

(2 Samuel 15:4)

Escuché por allí que hay algunas personas que cuando se convierten en candidato, se vuelven en los seres más delicados que existen sobre la faz de la tierra. Es tanta su preocupación por no mostrar ni la más mínima imperfección que calculan todos sus movimientos con la precisión de un esmerado bailarín. Saben que tienen que agradar a los demás y que deben convertir a cada persona en un futuro votante por su causa. Por eso, su vocabulario se mimetiza con el sentido común de la ciudadanía para que cada persona pueda decir “este tipo piensa bien… ¡piensa exactamente lo que yo estaba pensando!”. El problema está en que cuando gana, el cambio de candidato a gobernante es tanto como la mutación del doctor Jeckyll a mister Hyde.

No hay duda que hay buenos candidatos que buscan una oportunidad para servir a su gente. Pero hay otros cuya candidatura es mero egoísmo. El espíritu del mal candidato no solo ronda por los pasillos de los partidos políticos y los tiempos electorales, sino que también es un modo de vida asimilado por muchas personas con el que intentan alcanzar así sus objetivos. Viven en permanente “campaña” para lograr que la gente, que está a su alrededor, pueda entregarles el control de sus vidas o de todo aquello que ellos consideren de valor. Este afán desmedido por conseguir poder los obliga a manipular con sonrisas, apretones de manos y promesas, que luego no serán tomadas en cuenta debido a “intereses mayores que no pueden aplazarse” (los cuales para sorpresa de todos, siempre serán los de ellos).

Dentro de esta categoría, por ejemplo, está el novio que mientras candidateaba para esposo solía terminar cualquier conflicto con su prometida con estas palabras “lo que tú digas mi cielo”, pero que en cuanto se convirtió en marido la misma novia (ahora esposa) le cuenta a sus amigas con tristeza que su vida, al lado del celestial ex – candidato,  se “ha convertido en un verdadero infierno”. Es la historia del vendedor que nos ofrece un producto con tal amabilidad y zalamería, y también con tantas ‘garantías’, que no dudamos en comprarle. Lamentablemente, cuando queremos reclamar la ‘garantía’, el ex–vendedor y ahora gerente, no contesta los llamados y nos manda decir con la secretaria que leamos la letra chica del contrato. Son seres peligrosos y nocivos estos candidatos.

Absalón era uno de los hijos más prometedores de David. Lo malo es que tenía corazón de ‘mal candidato’. Nada deseaba más que suceder a su padre en el más breve plazo, y para lograrlo empezó, empezó una sucia y oscura campaña para lograr su cometido. Lo primero que hizo fue crearse un ejército de fantasía: “Aconteció después de esto que Absalón consiguió un carro y caballos, y cincuenta hombres que corrieran delante de él” (2 Sam. 15:1). Como todo candidato empezó a labrarse una imagen de guerrero y luchador, pero no se nos habla de ninguna batalla, de ningún enemigo al que vencer, sino de un grupito que podía participar de una que otra parada militar o de un desfile vistoso. La primera señal para descubrir un espíritu de candidato es observar si sus tan consabidos pergaminos son tales como para ser efectivos en la realidad de aquello que está ofreciendo. Absalón no creó su ejército para vencer a sus enemigos, sino para ganarse más amigos, y esto ya es un error.

La segunda característica  del candidato Absalón era una adulona e hipócrita preocupación por los problemas de los demás. Él, de manera muy astuta, se colocaba en la entrada de Jerusalén, en el lugar donde se realizaban los negocios y se solucionaban los problemas. Allí mostraba, como los candidatos modernos, una seudo preocupación in situ por los problemas de la gente. El texto del encabezado nos habla de su slogan de campaña: “¡Ojalá yo pudiera hacer justicia!”.

Sin embargo, la tercera señal de un candidato es la creación de una parafernalia casi teatral en sus supuestos actos espontáneos. Siempre terminan llegando con cámaras, periodistas, asesores de imagen y hasta maquilladores… aunque no estaba nada preparado. Esto hacía Absalón al conversar con la gente: “Mira, tu causa es buena y justa, pero nadie te va a escuchar de parte del reyY sucedía que cuando alguien se acercaba y se postraba ante él, él extendía su mano, lo levantaba y lo besaba. De esta manera Absalón trataba a todo Israelita que venía al rey para juicio. Así Absalón robó el corazón de los hombres de Israel” (2 Sam. 15:3,5-6).

Todo su mensaje se basaba en engreír a la gente, desacreditar a las autoridades y en besuquear y abrazar al pueblo. Pero hasta ahora ni su ejército de juguete, ni sus altisonantes palabras y gestos tienen el menor vínculo con la realidad y menos con la solución. Un corazón de candidato solo llega hasta aquí porque en realidad no le preocupa la gente, sino solo él mismo.

Absalón termina realizando una conspiración y un golpe de estado contra su propio padre. La cuarta señal de un corazón de candidato es que una persona así pierde todos los escrúpulos con tal de lograr el poder que tanto ansía. Un malvado asesor le recomienda eliminar a David, su padre, lo más rápido posible para conseguir el control total sobre Israel. Al escuchar a su consejero, Absalón no tuvo la menor duda: “Y el plan agradó a Absalón y a todos los ancianos de Israel” (2 Sam. 17:4). Y este es el mayor peligro de un corazón enajenado por el ‘espíritu de mal candidato’ que no es capaz de tener valores que sean superiores a sus propios intereses, que pierde todo sentido de la lealtad y respeto, y que no se da cuenta que al perder los principios superiores, él también empieza su proceso de autodestrucción.

Gracias a Dios, nuestra relación con Él está exenta de compromisos electorales. No hay nada que podamos hacer para comprar su aprobación, y Él no tiene ningún interés en mostrarse zalameramente vacío con nosotros. La única manera de relacionarnos con el Señor es a través del amor. La mayor manifestación del amor de Dios para con nosotros fue a través de Jesucristo. Y Él no fue un candidato. Su sacrificio fue real y efectivo. Su preocupación por la gente le hizo vivir entre los mortales y solucionar sus problemas, enseñándoles a vivir y sanando sus heridas; y ahora vive directamente en los corazones de todos aquellos que le entregaron la vida. Por nada del mundo dejará sus principios, lo que lo hace absolutamente leal y confiable. No se ha ganado el titulo de Señor por votación popular, sino por decisión divina, y esto para siempre:

Porque es evidente que nuestro Señor descendió de Judá, una tribu de la cual Moisés no dijo nada tocante a sacerdotesque ha llegado a serlo, no sobre la base de una ley de requisitos físicos, sino según el poder de una vida indestructible

Por eso, Jesús ha venido a ser fiador (la garantía) de un mejor pacto. Los sacerdotes anteriores eran más numerosos porque la muerte les impedía continuar, pero Jesús conserva Su sacerdocio inmutable (intransferible) puesto que permanece para siempre. Por lo cual El también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de El se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos” (Heb. 7:14,16,22-25).

Dante, el escritor de La Divina Comedia, en su último verso dice: “L´Amor che muove il Sole e l´altre stelle” (El amor que mueve el sol y las estrellas). Si tenemos verdadero amor no tenemos que candidatear y Dios que nos ama tanto no espera tampoco que nos luzcamos delante de Él para conseguir alguna dadiva. Yo me  considero un hijo de Dios, y esto no lo conseguí a través de una campaña, sino a través de Cristo, quién murió por mí.

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