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Números 28 – 29   y   Hechos 27 – 28

“Después habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: Ordena a los hijos de Israel, y diles: “Tendréis cuidado de presentar mi ofrenda, mi alimento para mis ofrendas encendidas, aroma agradable para mí, a su tiempo señalado”, Números 28:1-2.

Esta reflexión es en parte el resultado de un tema que escuché hace un tiempo atrás.

La vida es como un viaje en el que nuestro barco enfrenta tormentas inusitadas. Cuando nos enfrentamos a ellas, sentimos el temor al peligro, la pérdida y la inseguridad. En el pasaje del encabezado, Dios ordena que los compromisos para con Él se cumplan a cabalidad y en el tiempo establecido. No dudamos en obedecer a Dios cuando la vida es “una taza de leche”, pero cuando las nubes negras se ciernen sobre nuestro futuro… los cuestionamientos a Dios y su gobierno, la incredulidad a sus promesas y la amargura del posible abandono, hacen que dudemos de nuestros compromisos y pactos con el Señor y que al final quedemos desprovistos de herramientas espirituales que nos ayuden a vencer las circunstancias. Una cosa es clara:

¡EL CARÁCTER ES REVELADO EN LA CRISIS, NO SE HACE EN LA CRISIS!

Ningún soldado gana una batalla sin antes haber experimentado disciplina en los ejercicios militares. Ningún atleta recibe una medalla sin antes haber pasado privaciones y años de entrenamiento. La crisis solo hace relucir el carácter. Por ejemplo: Fue en las costas orientales de Sudáfrica, en donde se acuñó una de las frases más famosas entre los hombres de mar, cuando el buque de transporte británico BIRKENHEAD chocó contra un arrecife en 1852. El oficial al mando de la nave temía que los botes salvavidas que acogían a las mujeres y los niños naufragaran si los marinos también se apiñaban con ellos. En consecuencia, pidió a sus hombres que se – mantuvieran firmes – y se hundieran con el barco. Nadie se movió. Hubo 455 ahogados. La disciplina del BIRKENHEAD y las palabras legendarias: “LAS MUJERES Y LOS NIÑOS PRIMERO”, se ha convertido desde entonces en una parte sagrada de la cultura marinera, en una prueba de valor frente a la muerte. En una demostración de calma en medio de la crisis producto de un carácter forjado para enfrentar situaciones conflictivas.

El apóstol Pablo estaba en camino a Roma. Su petición de ser escuchado por César obligó a las autoridades a enviarle a la capital del Imperio junto con otros reos a cargo de un Centurión y un grupo de soldados. Ninguno de ellos sabía que una tremenda tormenta se cernía sobre el grupo. Aprenderemos a través de esta situación dramática porqué atravesar las tormentas de la vida siempre generan una serie de reflexiones que nos ayudan a entender la madera de la que estamos hechos… veamos algo al respecto. Hagámonos algunas preguntas:

¿Por qué experimentamos tormentas en la vida?

Hay muchas tormentas que nacen por razones ajenas a nosotros, pero las mayores y más continuas crisis tienen su epicentro en nuestras acciones y en el resultado de nuestras relaciones y decisiones.  La fecha de la navegación era aproximadamente por el mes de octubre, y el apóstol Pablo, que era un gran viajero, sabía que no era una buena época para remontar el océano en naves tan débiles como las de la época. Él no vaciló en señalar: “…Amigos, veo que de seguro este viaje va a ser con perjuicio y graves pérdidas, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas”, Hechos 27:10. Este era un consejo que tenía toda la sabiduría de un viajero impenitente y todo el sentido común que la evidencia y los antecedentes proporcionaban. Pero, a los “tormentosos” no les gusta la prudencia, sino que más bien siempre escuchan y dan mayor credibilidad a los expertos de este mundo. ¿Qué hizo el centurión? “Pero el centurión se persuadió más por lo dicho por el piloto y el capitán del barco, que por lo que Pablo decía”, Hechos 27:11. ¿Cuántos expertos nos han metido en líos en más de una oportunidad? Son los entendidos en grandes negocios, los que saben qué y cómo hacer las cosas, pero que en la hora de los culpables son los primeros en desaparecer del mapa. El problema con estos fogueados técnicos es que muchos de ellos solo desean hacer prevalecer sus intereses antes que el sentido común. Los marineros sabían bien del peligro tanto y más que Pablo, pero había dinero de por medio que era más fuerte y más poderoso que una posible tormenta.

En el mismo sentido, también nos metemos en tormentas porque siempre terminamos haciendo lo que hace la mayoría. Nada es más sagrado en nuestro tiempo que la opinión estadística. Nunca hemos sido más individualistas que en este último siglo, pero como nunca antes también se nos ha demostrado que el “rebañismo” estadístico y el rating son también características muy humanas que hablan de nuestra uniformidad. Lamentablemente, esta opinión que se hace ley por mayoría es muchas veces superficial y como dice el dicho “el mal de muchos es consuelo de tontos”.  ¿Qué opinó la mayoría?: “Y como el puerto no era adecuado para invernar, la mayoría tomó la decisión de hacerse a la mar desde allí…”, Hechos 27:12a. Fue la incomodidad antes que la seguridad lo que movió a la mayoría. Una opinión equivocada por más que sea mayoritaria no la convierte en verdad. Esto es algo que la sacrosanta estadística de nuestro tiempo no termina por entender.

Finalmente, siempre una vida que se mete en tormentas voluntariamente es porque toma decisiones basadas en seguridades que son aparentes, superficiales e impacientes. Muchas de nuestras resoluciones son tomadas con entusiasmo pero con tan poco esfuerzo analítico que pronto se destiñe como la mala pintura ante la inclemencia del clima. Así pensaban los compañeros de viaje de Pablo: ”…por si les era posible arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira hacia el nordeste y el sudeste, y pasar el invierno allí. Cuando comenzó a soplar un moderado viento del sur, creyendo que habían logrado su propósito, levaron anclas y navegaban costeando a Creta”, Hechos 27:12b-13. ¡Cuán débiles argumentos para un viaje tan peligroso! ¡Cuidado! Una decisión basada en argumentos raquíticos puede generar catastróficas tormentas que luego nos dañen profundamente.

¿Cómo las tormentas afectan nuestras vidas?

Las tormentas siempre generan oscuridad y los elementos al manifestarse con violencia causan que nos quedemos a la deriva y nos desviemos de nuestro verdadero rumbo.  Una decisión mal pensada o equivocada siempre provocará desorden y convulsión y todo lo aparentemente sensato se tornará rápidamente en una tremenda pesadilla. “Pero no mucho después, desde tierra comenzó a soplar un viento huracanado que se llama Euroclidón, y siendo azotada la nave, y no pudiendo hacer frente al viento nos abandonamos a él y nos dejamos llevar a la deriva”, Hechos 27:14-15.

Cuando ya la tormenta es un hecho, y estamos metidos en el ojo del huracán, la vida se nos hace tan difícil que empezamos a perder las cosas importantes y todo lo valioso se torna quebradizo y frágil. “Al día siguiente, mientras éramos sacudidos furiosamente por la tormenta, comenzaron a arrojar la carga; y al tercer día, con sus propias manos arrojaron al mar los aparejos de la nave”, Hechos 27:18-19. Todo se resiente ante la crisis, eso nos hace pensar que el problema empieza a involucrar todas las áreas de la vida y como si todo y todos estuvieran en nuestra contra. Ante este sentimiento de indefensión perdemos toda esperanza y el stress de una situación dramática se convierte en angustia y depresión: “Como ni el sol ni las estrellas aparecieron por muchos días, y una tempestad no pequeña se abatía sobre nosotros, desde entonces fuimos abandonando toda esperanza de salvarnos”, Hechos 27:20.

¿De qué nos podemos aferrar en medio de una tormenta?

A nadie le gusta que le saquen en cara un consejo que no se ha tomado en cuenta, pero la mejor manera de salir de las crisis es volver a prestar atención a lo que neciamente dejamos de escuchar. Es importante escuchar las alternativas que no tomamos en cuenta y empujarnos a pensar no en términos de destrucción, sino de una inclaudicable restauración. Así lo expresó Pablo: “…Amigos, debierais haberme hecho caso y no haber zarpado de Creta, evitando así este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco”, Hechos 27:21b-22.

El apóstol no fue librado de la tormenta, no es que brillaba el sol en su camarote mientras le llovía al resto de la tripulación. Él experimentó con toda la nave el drama y la crisis producida por una decisión mal tomada. Sin embargo, Pablo nunca perdió totalmente la esperanza porque el Señor se mantuvo presente en medio de las tormentas. “Porque esta noche estuvo en mi presencia un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo…”, Hechos 27:23.

No hay tormenta que pueda alejar a Dios de nuestras vidas, no hay situación límite en la que Dios quiera desentenderse de nosotros. Somos de su propiedad, estamos bajo su cuidado sea cual fuere la situación en la que nos encontremos. Pero esta presencia no es garantía para ir a cualquier lugar o exponernos sin el más mínimo cuidado a cualquier experiencia. El Señor nos reclama obediencia y la búsqueda y el sometimiento a su voluntad que siempre es buena, agradable y perfecta. El cristiano debe saber que existe una gran seguridad en todo aquello que el Señor ha dicho, y en el propósito que  haya dispuesto para nuestras vidas. El apóstol tenía que comparecer ante el emperador romano y por eso estaba en ese viaje; Justamente, esa era la razón por la que el Señor garantizaba su arribo a Roma. ¿Hacia dónde va tu vida? ¿Cuál es la dirección que el Señor ha establecido para ti? ¿Cuál es la voluntad de Dios para tu devenir? La Palabra de Dios es lámpara para el camino, faro para distinguir el puerto en medio de la tormenta, prestarle atención nos dará salidas a nuestras crisis y consejo para no meternos en tormentas. “Por tanto, tened buen ánimo amigos, porque yo confío en Dios, que acontecerá exactamente como se me dijo”, Hechos 27:25.

Cuando uno está en crisis y las tormentas arrecian de manera inclemente sobre la vida, sabemos que la paz siempre tarda en llegar. Once días después de las bellas y esperanzadoras palabras de Pablo, no había señales de salvación para las personas que lo acompañaban en la ya arruinada nave, y la tormenta no daba señales de amainar. La nave finalmente se fue a pique pero las doscientas setenta y seis personas a bordo se salvaron a nado o sujeto a las tablas de la nave. No menospreciemos el consejo de Dios porque toda crisis personal siempre tendrá consecuencias, las pérdidas serán irreparables, pero el Señor siempre nos puede dar la oportunidad de volver a empezar.

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