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1 Crónicas 1 – 9  y   Apocalipsis 15 – 16

Jabes fue más ilustre que sus hermanos, y su madre lo llamó Jabes, diciendo: “Porque lo di a luz con dolor.” (1 Crónicas 4:9)

Los nombres para las personas recién nacidas son sumamente curiosos: Guaguas le dicen en Chile, en el norte del Perú le dicen ñañitos, críos en otras partes, nenes en diferentes lugares; y seguramente ustedes podrán nutrir con otras palabras propias del vocabulario familiar o cultural que le dan color y significado al período más indefenso de nuestra historia personal.

La verdad es que no existen muchas historias de bebés que nosotros podamos recordar. Es un período privado de nuestra vida, del que los recuerdos sólo brotan de los labios de otras personas que dan cuentas de nuestras hazañas pueriles que son completamente ajenas a nuestra memoria. Los balbuceos, los primeros pasos, la aparición de los dientes, los golpes y las caídas, las sonajas y los biberones son un período “amnésico” del que nos enteramos por boca de nuestras madres, o de las terribles fotografías que nos tomaron nuestros padres sin ningún pudor ni autorización… ¿Quién no tiene bien escondida una foto desnudito, sin vergüenza y con una tremenda sonrisa?

En las listas de los primeros capítulos de Crónicas aparece una exhaustiva genealogía de los descendientes de Israel. Algunos nombres son impronunciables, otros absolutamente desconocidos y también algunos pocos personajes conocidos y sobresalientes componen la lista de descendientes que ocupa los nueve primeros capítulos del libro. Para nosotros hoy son sólo nombres antiguos, pero en su momento fueron también bebés, amados por sus madres, orgullo o sinsabor de sus padres, que crecieron y tuvieron sus luchas adolescentes, sus amores juveniles y sus logros o sus derrotas de adultos. Son personas que llegaron a la vejez llenos de recuerdos y cicatrices que la lucha por vivir les fueron dejando. Al final de sus días partieron para reunirse con sus antepasados y dar espacio para las futuras y renovadas generaciones. Desnudos llegaron y así partieron, pero no iguales a como llegaron. No, el barro fue moldeado, la vida tomó consistencia y cada ser humano deja este mundo con un legado, positivo o negativo, bajo el brazo.

Todos llegaron en igualdad de oportunidades y fue el esfuerzo, el desempeño, la oración y las convicciones de algunos de ellos lo que marcó la diferencia con sus contemporáneos. Allí está Jabes, de la familia de Judá, hombre reconocido como ilustre aunque su nombre signifique ‘dolor’. En el otro extremo está Amnón, hijo del rey David, su primogénito, debió ocupar el trono de Israel, pero la historia sólo lo menciona por ser un hombre esclavo de sus pasiones, cuya historia deshonrosa se cuenta con tristeza en el Primer Libro de Samuel. Dentro de las mismas familias encontramos hombres nobles y despreciables como en la de Judá que junto con Booz, el noble esposo de Rut, también forma parte de la familia “…Acar, el perturbador de Israel, que hizo mal en cuanto al anatema” (1 Cro. 2:7b).

David fue el séptimo de sus hermanos, pero el Señor que mira los corazones encontró en este hijo olvidado un hombre ‘conforme a su corazón’ y futuro monarca guerrero y poeta. Este rey tuvo 19 hijos, de ellos conocemos a Amnón, Absalón y Adonías por sus historias tristes y a Salomón por su sabiduría y gloria durante su reinado. Sin embargo, la necedad rodeó al hijo heredero de este sabio rey, Roboam, quién con su primer edicto destruyó la unidad del reino israelita. Al final, como hemos venido diciendo, cada ser humano no depende únicamente de la cuna o del “pedigrí”, sino de la formación de su carácter, del esfuerzo en la consecución de sus logros y, principalmente, de su comunión con Dios, personal, íntima e intransferible.

Cada uno de los muchos mencionados dejó diferentes legados y ninguno de ellos es igual al de otro. Cada persona y familia es distinta, pero todos llegamos al mundo con las manitos apretadas pero vacías para luego abrirlas al mundo y entregar a través de ellas su propio y distintivo grano de arena, como es el caso de …y Joacim, los hombres de Cozeba, Joás y Saraf, que gobernaban en Moab, y Jasubi Lehem. Y los registros son antiguos. Estos eran alfareros y habitantes de Netaím y Gedera; moraban allí con el rey para hacer su trabajo.” (1 Cro. 4:22-23).

Hace un tiempo hablaba con una persona que me decía que existen dos clases de descendientes de inmigrantes. Primero están los que creen que vienen de noble cuna y que viven soñando con recorrer los palacios que dejaron sus antepasados en tierras lejanas. En segundo lugar están los que reconocen que los que los antecedieron llegaron sin nada a las nuevas tierras, sin nobleza y aun sin saber escribir sus nombres por sí mismos, pero con el carácter, el empeño y la fortaleza para dejar sembrada la futura prosperidad de sus descendientes. Hombres y mujeres cuya valía no estaba en el apellido o en lo imponente de sus palacios, sino en la grandeza del corazón que los impulsó a vencer el miedo, convirtiéndolo en esperanza por un mañana mejor.

¿Qué lugar ocupa tu nombre en tu propia genealogía? ¿Qué está dejando tu paso por este pequeño planeta azul? Algunos le tratan de encontrar sentido a la vida cuando les anunciaron una enfermedad terminal y ya no hay mucho por hacer. Otros esperan la muerte para ‘donar’ sus riquezas a obras de caridad que negaron con egoísmo mientras estuvieron vivos. Algunos escriben testamentos en los que se tratan con dureza a los que en vida no pudieron contener o no quisieron educar. Lo importante es descubrir qué hacemos con la vida y esto es algo que debemos descubrir con carácter de urgencia antes de que la vida haga algo con nosotros.

Pero ese sentido de propósito y futuro no yace en nuestro corazón, sino en nuestro Creador y Redentor. Sin su guía a través de su Palabra y nuestro sometimiento a Él y a su Voluntad no estaremos más que vagando por la vida sin poder darle real sentido a una existencia que, bajo el sol, aparentemente solo nos lleva a la tumba. Por eso, una verdadera vida es solo aquella que, habiendo obtenido la preciosa salvación en Cristo, puede unirse al cantico de Moisés, reconociendo al Cordero, y diciendo: “ ¡Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios, todopoderoso! ¡justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de las naciones! ¡Oh Señor, ¿Quién no te temerá y glorificará tu nombre? Pues solo tú eres santo; porque TODAS LAS NACIONES VENDRAN Y ADORARAN EN TU PRESENCIA, pues tus justos juicios han sido revelados” (Ap. 15:3b-4).

Es importante saber que nuestro Salvador, dijo: “¡Estén alerta! Vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, no sea que ande desnudo y vean su vergüenza” (Ap. 16:15). El vendrá de repente…y si Él viniera hoy… ¿Qué es lo que te encontraría haciendo? Finalmente, tanto los que aparecen en esta larga lista de Crónicas y todos los seres humanos, incluyéndote a ti, al final de los tiempos, compareceremos delante de nuestro Señor porque sus historias y nuestras historias estarán delante de nuestro buen y justo Dios. 

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