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Deuteronomio 32 – 34   y   1 Corintios 13 – 14

“Pues la porción del SEÑOR es Su pueblo; Jacob es la parte de Su heredad. Lo encontró en tierra desierta, En la horrenda soledad de un desierto; Lo rodeó, cuidó de él, Lo guardó como a la niña de Sus ojos. Como un águila que despierta su nidada, Que revolotea sobre sus polluelos, Extendió Sus alas y los tomó, Los llevó sobre Su plumaje. El SEÑOR solo lo guió, Y con él no hubo dios extranjero”, Deuteronomio 32:9-12.

Fernando Villegas es un periodista chileno que escribe artículos de opinión que nunca dejan de generar polémica. Sinceramente, me gusta leerlos aunque no concuerde con algunas de sus encendidas frases, pero creo que muchos de sus comentarios son realmente pertinentes. En una de sus columnas hace ácidos comentarios sobre la labor de la iglesia:

Palabras, palabras y más palabras. También un poco de buenas maneras. La larga historia eclesiástica apenas habla sino con palabras y de palabras, a menudo ininteligibles palabras para definir cuestiones de la más profunda oscuridad… El ejercicio de expulsar a patadas a los mercaderes del templo solo puede practicarse una vez; de ahí en adelante debe narrarse de modo que hasta los mercaderes que lo oigan se sientan conmovidos… Debe graduarse el sermón de tal modo que cada quien sea capaz de ver el mal que lo corroe, pero al mismo tiempo no sentirse tan corrupto que se sienta más allá de toda esperanza de salvación…Debe, entonces, hacer llamados vagos para que parezca servir a todos y no rechazar a ninguno; debe hacer convocatorias vacías para que nadie se llene de esa ira que cierra el corazón; debe chapalear en la contradicción para que nadie sea arrastrado por la lógica de sus actos a sentirse  ya condenado. Sabia Iglesia, qué pocos entienden tu obra”.

“Palabras, palabras y más palabras” y “Chapalear en la contradicción” son palabras fuertes que hablan de la opinión del mundo con respecto a la inacción de la iglesia. Villegas justifica esta incapacidad debido a que ya la iglesia no goza del poder que ostentaba en la antigüedad. Pero, en honor a la verdad, nunca el llamado de la Iglesia dependió de las buenas relaciones políticas o las arcas llenas de dinero. Nunca el poder del mundo ha sido un buen aliado para que la iglesia cumpla su misión. Lamentablemente, hemos redefinido nuestro propósito y nos hemos quedado en las meras palabras, en la diplomacia del mensaje dulzón o solo en las buenas intenciones.

Es innegable que la Iglesia Universal realiza multitud de obras a favor de los que más lo necesitan y que son incontables los cristianos anónimos que ponen su grano de arena para alivianar del caos a nuestra alicaída humanidad, pero tampoco podemos dudar que la Iglesia como institución ha sido duramente cuestionada.

En el pasaje del encabezado nos encontramos con un Dios activo, que trabajó por la liberación de su pueblo y que cobijó a Israel mientras lo hacía fuerte. La misma demanda de amor se le plantea a la Iglesia en relación a su labor activa en el mundo. Nuestro pequeño planeta azul y sus habitantes necesitan de lo que la Iglesia tiene por compartir, pero considero que nuestro gran problema es que hemos convertido nuestro trabajo eclesiástico en un gran “sermón”, en palabras altisonantes sin poco contenido práctico. John Stott en su libro “La Fe Cristiana frente a los Desafíos Contemporáneos” cuenta la historia de una mujer que fue a pedir ayuda a una iglesia. Días después, ella envió esta poseía a las autoridades eclesiásticas:

Tuve hambre, y formaron una comisión para considerar mi problema.

Estuve en la cárcel, y se retiraron en silencio a orar por mi  libertad.

Estuve desnuda, y reflexionaron sobre la inmoralidad de mi aspecto.

Estuve enferma, y agradecieron de rodillas por su propia salud.

Necesitaba un techo, y me predicaron sobre el refugio del amor de Dios.

Estuve en soledad, y me abandonan para ir a orar por mí.

Parecen tan santos, tan cerca de Dios… pero yo todavía sufro hambre, frío y soledad.

El apóstol Pablo señaló tres cosas que sin amor se vuelven completamente estériles en la labor de la iglesia. La primera de ella es la mística: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe”, 1Corintios 13:1. Una expresión cúltica que no resulta del amor y por el amor es solo ruido, por más estremecedora que esta sea.

La segunda es la sabiduría: “Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy”, 1Corintios 13:2. Dominar grandes tópicos espirituales y sentirme un aliado cercano de Dios es nada cuando el amor no cubre nuestras expectativas e intenciones. Solo el amor nos da razones para vincularnos con el Creador y servir a la sociedad. Por eso, aun la filantropía y la abnegación son nada sin amor: “Y si diera todos mis bienes  para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha”, 1Corintios 13:3. Tanto la mística como la sabiduría y la filantropía son medios distintos para expresar el amor. Cuando el amor falta, estas tres herramientas se hacen inservibles como el auto último modelo al que se le terminó la gasolina.

Quisiera incluir una maravillosa cita de Viktor Frankl:

La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humano intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor”.

Quizás sea necesario redefinir nuestra agenda eclesiástica personal e institucional bajo las antiguas demandas del amor. Moisés antes de partir expresó con propiedad: “Acuérdate de los días pasados; Considera los años de todas las generaciones”, Deuteronomio 32:7. Vayamos a la Escritura milenaria y descubramos la acción en amor de Dios e imitemos su ejemplo. Un amor completo y con todas sus letras, un amor que no me convierta en “amo”, y tampoco en “yo me amo”, sino que sea un amor con todas las características del amor divino: ” El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”, 1Corintios 13:4-8a. Tal vez, lo único que nos falta es eso… amor. Lo malo es que es lo único que necesitamos para ser verdaderamente cristianos.

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