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No me avergüenzo de ser complementarianista. Nunca ha sido una mala palabra para mí, porque he crecido viendo expresiones piadosas de ella en mi familia, y de escuchar los argumentos persuasivos de mis héroes del ministerio. Más que nada, los libros de C.S. Lewis como “Perelandra” han moldeado mi pensamiento sobre el género.

Aunque yo particularmente no enfatizo este punto en mi teología, a menudo genera una fuerte reacción cuando sale a flote. En mi entorno, en el sur de California, en realidad, es a menudo considerado como anticuado e inherentemente sexista. Y a través de nuestra cultura, parece ser cada vez más y más controversial el afirmar, lo que dice la declaración confesional de Coalición por el Evangelio, que “los hombres y las mujeres no son simplemente intercambiables, sino que se complementan entre sí de maneras mutuamente enriquecedoras”. Podríamos esperar una reacción aún más fuerte en los próximos años y décadas.

Pero como he crecido en mi amistad con personas en los diferentes lados de este tema, he observado muchos que son menos hostiles a la idea de complementarianismo y que sin embargo evitan el término. Hablo de personas que se sitúan entre complementarianismo y egalitarianismo; a menudo tienen un alto concepto de la Escritura; a menudo se oponen al feminismo agresivo; a menudo les gustan algunos ministros complementarianistas (digamos, Francis Chan o Tim Keller); incluso se pueden alinear muy de cerca al complementarianismo en papel. ¿Por qué, entonces, rechazan el término? A veces simplemente están confundidos o en conflicto sobre el tema; pero más a menudo, han tenido una mala experiencia con una persona en particular o grupo etiquetados como “complementarianistas”.

Creo que tenemos que colaborar con la gente en que piensan así de manera diferente a como lo hacemos con los egalitarios agresivos y los feministas. No estamos jugando con la verdad el escuchar algunas de sus críticas. Después de todo, algunos de los problemas a los que están reaccionando son reales. A veces complementarianstas hemos utilizado un lenguaje provocador y poco útil; a veces hemos sido insensibles en nuestro tono; a veces hemos exagerado lo que implica el complementarianismo; y trágicamente, en algunas culturas complementarianistas los dones y contribuciones de las mujeres han sido aplastados o al menos silenciados.

Por supuesto, muchas personas no estarán de acuerdo con el complementarianismo —a menudo con bastante vehemencia— no importa lo que digamos a hagamos. Pero la verdad es suficientemente ofensiva sin nuestra ayuda. No necesitamos añadir a su ofensividad con nuestras propias faltas y debilidades. Por lo tanto, aquí enumero cuatro peligros a los que debemos ser especialmente sensibles, incluso mientras nos mantenemos firmes de cara a la presión de nuestros críticos más agresivos.

1.  Estereotipando los roles de los géneros.

En culturas donde se abraza el complementarianismo, puede ser muy fácil confundir la esencia de la masculinidad o la feminidad con una expresión particular de la misma. Pero los matrimonios y las culturas eclesiasticas modeladas en base a convicciones complementarianistas no siempre tendrán el mismo aspecto; ellas toman forma y belleza al ser expresadas a través de determinadas personalidades, lugares culturales, y las dinámicas de la relación. Los principios fundamentales no cambian, por supuesto, pero la sensación exacta sí lo hace. Kathy Keller expone esto bien en “El significado del matrimonio”: “los roles básicos —de líder y ayudante— son vinculantes, pero cada pareja debe encontrar la manera cómo será expresado en su matrimonio”.

En una reciente entrevista sobre su libro sobre el tema, Andreas y Margaret Köstenberger lo expresaron así: “La Escritura nos da muchos detalles en cuanto a cómo el diseño de Dios para el hombre y la mujer debe de ser ejercido, por lo que una división tradicional del trabajo (mujeres en la cocina, cambiar pañales, los hombres en el trabajo dejando en las mujeres el trabajo de las tareas del hogar) no cuadra con el diseño bíblico”.

Para las personas que han crecido en un hogar en el que la mujer tiende a lavar los platos, lavar la ropa y limpiar, y el esposo tiende a trabajar en un empleo, cortar el césped, y hacer el cambio de aceite, puede ser demasiado natural el simplemente asumir que así es como siempre debe lucir el complementarismo. Así que debemos ser cuidadosos para aclarar a las personas —que en su mayoría no han estudiado este tema en profundidad— que abrazar el complementarianismo no siempre requiere abrazar este tipo de papeles culturalmente condicionados.

Además, las divisiones de las labores en el hogar no son la única área en la que se aplica este principio. Por poner solo un ejemplo más, considere la posibilidad de estereotipo con respecto a la personalidad o temperamento. Entre los que operan una mentalidad más tradicional, a menudo se oyen afirmaciones como estas:

  • Los hombres son menos sensibles o menos emocionales que las mujeres.
  • Los hombres son menos conversadores que las mujeres.
  • A los hombres les gusta más los deportes más que a las mujeres.

Y así sucesivamente. Es lamentable cuando las personas tropiezan sobre el complementarianismo porque lo asocian con tales afirmaciones; que son estereotipos, no mandatos bíblicos.

2.  No distinguir claramente entre complementarismo con diversos tipos de patriarcalismo y jerarquismo.

Muchas personas en nuestra cultura piensan solo en dos categorías del significado de género: conservador vs. progresivo. Pero en verdad, el complementarianismo bíblico —como el evangelio que ejemplifica— trastornará ambas mentalidades progresistas y egalitarias, así como las mentalidades tradicionales y jerárquicas/patriarcales que tienden a asignar a los hombres un papel más básico en la sociedad que las mujeres. Se destacará como diferente, como precioso, como una alternativa, no solo en el Manhattan del siglo 21, sino también en la antigua India, Europa medieval, y en los Estados Unidos del 1950.

Porque podemos equivocarnos en múltiples direcciones, no basta con afirmar el complementarianismo sobre y contra el egalitarianismo. También debemos afirmar el complementarianismo sobre y contra cualquier otra alternativa a la belleza de Efesios 5. Si la gente solo nos escucha empujando en una dirección, hacemos más fácil para la gente el agruparnos junto con otros que empujan en la dirección opuesta. Decimos: “egalitarianismo está mal”; ellos escuchan, “hay que ser patriarcales”. Si diferenciamos la visión bíblica de género tanto de sus alternativas progresistas como conservadoras, posicionamos mejor a la gente a percibir sus matices, belleza y profundidad.

3. Defender al complementarianismo celosamente, pero fallar al no vivirlo hermosamente.

Hay un peligro real a mano cuando el objetivo (difícil) de defender al complementarianismo se vuelve tan importante en nuestra visión que pone al margen la meta (aún más difícil) de vivirlo en una manera hermosa y vivificante. La integridad teológica es difícil e importante; la piedad y el amor igualmente importantes, y probablemente más difíciles. Pero afirmar la verdad sin aplicarla a nosotros mismos no es solo incompleto: en realidad es un paso hacia atrás.

Debemos trabajar para demostrar que complementarianismo no es algo meramente bíblico, sino también hermoso. Nuestro objetivo no es meramente “fiel” o “correcto”; también es “sabio” y “atractivo”. En la medida en que dependa de nosotros, nuestras culturas eclesiásticas deben ser lugares donde la gente se sienta genuinamente bienvenida, valorada y segura. Sin duda, algunos verán cualquier expresión de complementarianismo como una amenaza. Pero otros podrían decir, al experimentar las culturas de iglesia siguiendo el ejemplo de Cristo (incluyendo su respeto por las mujeres), “Esto es precioso. Esto tiene sentido. Veo cómo esto puede funcionar”.

4. Fallar al no celebrar la contribución de las mujeres.

Deberíamos estar entusiasmados con las miles de maneras en las que Dios llama y utiliza a las mujeres. Con demasiada frecuencia, los complementarianistas dan esto por sentado, en lugar de tratarlo como algo en lo cual regocijarse. Y muchas iglesias complementarianistas son no solo “dirigidas por hombres”, sino que son “marcadamente masculinas” en sus distintas esferas ministeriales.

En la Biblia, las mujeres participan en el ministerio de muchas maneras diferentes. Por ejemplo: muchas mujeres en el Antiguo Testamento fueron profetizas (Miriam, Débora, Hulda, y así sucesivamente), y en el Nuevo Testamento el don de la profecía se da claramente a ambos, hombres y mujeres (Hechos 2:17-18, 21:9, 1 Corintios 11:5). En nuestro medio complementarianista, ¿buscamos dar cabida a algo como este ejemplo? Incluso si somos cesacionistas, ¿buscamos aplicar el principio? ¿Brindamos igual espacio para que ambos géneros puedan ejercer sus dones espirituales en el cuerpo de la Iglesia?

Que no tengamos más miedo en afirmar lo que está prohibido, que en prohibir lo que está afirmado. Y cualquiera que sea el error en el que estemos tentados sobre este tema, que el Señor nos dé la gracia para encontrar el estrecho sendero marcado por el coraje y la humildad, el camino que conduce tanto a la verdad como a la belleza.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Alicia Ferreira.
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