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Un misionero norteamericano entra en una pequeña comunidad en la selva ecuatoriana. Unas semanas después, su obra da fruto y junto a un grupo de 10 nuevos creyentes se reúnen en su primer servicio dominical. Claramente, la predicación tiene que ser entregada en el idioma de la comunidad, pero ¿cómo debe adorar esta nueva congregación? ¿Deben cantar himnos tradicionales norteamericanos o canciones con un estilo más familiar a la cultura? ¿Qué instrumentos deben utilizar? ¿Un órgano o instrumentos propios de la cultura?

La vida cristiana gira alrededor de la adoración; la forma en la que nos acercamos a ella domingo a domingo dice mucho acerca de nuestro conocimiento de Dios, de cómo vivimos personalmente, y de qué creemos como iglesia. Aunque la adoración no es solo música, la música es uno de los medios por los cuales el Señor nos ha instruido que le adoremos en el marco del servicio dominical. Los salmos dan amplio testimonio de esto, igual como Colosenses y Efesios.

Diferentes iglesias, en diferentes países, adoran de diferentes maneras. ¿Hay solo una forma correcta? Muchos decimos que ‘no’ con la boca, pero ‘sí’ con la forma en la que adoramos en la iglesia.

La adoración no es solo música

Lo primero que debemos entender es que la adoración no es un concepto exclusivamente musical —ni siquiera primeramente musical— sino un concepto relacional entre el hombre y Dios. William Temple escribió, “La adoración es la sumisión de toda nuestra naturaleza a Dios. Es la aceleración de la conciencia por su santidad; el alimento de la mente con su verdad; la purificación de la imaginación por su belleza; la apertura del corazón a su amor; la rendición de la voluntad por su propósito… el remedio supremo para la autocentralidad que es nuestro pecado original y la fuente de todo pecado actual”. Por otra parte, el teólogo David Peterson escribió, “La adoración del Dios verdadero y viviente es esencialmente un compromiso con Él dentro de los términos que Él propone y en la forma en la que solo Él hace posible”. Si nuestra adoración no es bíblica, no es adoración sino idolatría. Nuestra adoración no debe nunca atenerse a delineamentos meramente humanos, o correríamos el riesgo de presentar fuego extraño ante Dios.

Mucho antes de que el evangelio nos fuera revelado con toda claridad en el Nuevo Testamento, o que la gran comisión nos fuese encargada en Mateo, las Escrituras ya daban testimonio de quién es Dios y cómo desea ser adorado (Ex. 20:2-6; 1 Sam. 15:22; 1 Cro. 16:23-31; Is. 29:13; Sal. 29; 86:9-10; 100). En la Biblia, el tema de la adoración tiene una centralidad suprema. Esto es clave.

Mucho se ha discutido a lo largo de la historia con respecto a la música que usamos para adorar a Dios. Al buscar en la Palabra, a primera vista el tema no se hace mucho más fácil. Aunque el Antiguo Testamento tiene referencias musicales abundantes, el Nuevo no nos dice mucho. A pesar de esto, sabemos que el consejo de Dios es suficiente para su Iglesia, y en las Escrituras podemos encontrar la guía que necesitamos para adorar a nuestro Dios como a Él le place en cualquier contexto cultural.

Aquí expongo cuatro argumentos a favor de la diversidad musical en las iglesias.

1. A propósito, Dios no dejó una partitura inspirada

Si Dios es lo suficientemente poderoso para inspirar la escritura (1 Tim. 3:16), escribirla a través de hombres con diferentes talentos (2 Ped. 1:21) —incluyendo el musical—, y de preservarla durante siglos, ¿por qué no nos dejó una partitura inspirada? ¿Por qué no fue más específico?

A Dios no se le olvidó adjuntar una partitura a los Salmos. Él decidió no hacerlo. El estilo musical que usemos en la adoración es una decisión importante, pero no es la más importante. El Señor sí nos dejó el mensaje que nuestras canciones tienen que proclamar: lo que Él es y lo que Él ha hecho en el evangelio (Col. 3:16; Ef. 5:19). Más allá de esto, decir que hay un estilo “de Dios”, a sabiendas que ese estilo no está en la Palabra, es negar la suficiencia de las Escrituras. La adoración a la manera de Dios se supedita no a un ritmo o armonía específica, sino a un mensaje.

2. Dios nos creó a su imagen, creativos

Nuestro creador nos ha dado la capacidad, el permiso, y el llamado de crear. Al hacerlo, le adoramos siendo imitadores de Él y siendo buenos mayordomos de los talentos que Él nos dió. Cuando el Espíritu imparte dones (1 Cor. 12:4, 11), lo hace con el propósito de que la Iglesia sea edificada, los santos sean perfeccionados y lleguen a la unidad de la fe, y para que el Hijo de Dios sea conocido (Ef. 4:12-13, 15).

Esto es tanto inspirador como confrontador: nuestra creatividad se subordina únicamente a la gloria de Dios en la Iglesia. Si nuestra creatividad musical no bendice a la Iglesia —y si no cumple con Efesios 4:12-15 y 1 Corintios 14— no está siendo utilizada correctamente.

3. Dios nunca se disgustó con la música, sino con el corazón

En Amós 5:23 vemos a Dios disgustarse con la música de su pueblo: “Aparten de mí el ruido de sus cánticos, pues no escucharé ni siquiera la música de sus arpas”. Sin embargo, la raíz del problema no era la música, sino los corazones que estaban apartados de Él (Am. 5:25-26). La música, por más bella que suene, si proviene de un corazón rebelde, es como simple ruido.

El disgusto de Dios nunca se enfoca en lo musical, sino en el corazón. El fuego extraño que Nadab y Abiú ofrecieron a Dios en Levítico 10:1-5 no fue un mero error técnico: fue una manifestación de la rebeldía de sus corazones, que quisieron adorar a Dios de una manera diferente a la que Él había estipulado. La desobediencia de Adán y Eva no fue un desliz “sin querer”: surgió de un deseo de ser como el Señor y negar lo que Él había dicho. Así mismo, el problema de la ofrenda de Caín fue que él no rindió los primeros frutos de su cosecha; él simplemente trajo una ofrenda, no la mejor ofrenda.

El problema de nuestra adoración no es tanto la música en sí misma, sino el corazón desenfocado que la presenta. Dios nunca dijo, “tu corazón está bien, pero ¡tienes cero talento!”. Esto es esperanzador (para unos más que para otros): Dios aceptará nuestra adoración aunque estemos fuera de tiempo o en el tono incorrecto.

Por supuesto: aunque lo más importante es el corazón, esto no significa que la música no importe. David, en el Salmo 33, hizo énfasis en la musicalidad: “Cántenle cántico nuevo; tañan con arte, con voz de júbilo”. Ignorar esto sería ser negligente con el llamado que Dios nos ha dado. Si tu corazón está agradecido, cántale un cántico nuevo. Y hazlo bien.

4. Dios se goza en la diversidad, Él la creó

Una de las escenas que mejor nos ilustra cómo será la adoración en el cielo —y cómo debe de ser aquí en la tierra— la vemos en Apocalipsis 7:9-10, “Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Clamaban a gran voz: ‘La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero’”.

“Toda lengua y nación” habla de lo universal de nuestra fe. ¿Por qué se nos dice “lengua y nación” si en el cielo seremos solo almas, y lo terrenal no importará más? Dios nos creó diferentes con un propósito, y Él se goza cuando conciliamos nuestras diferencias y nos unimos en Cristo (Ef. 2:11-22).

Que Dios nos ayude a que nuestra adoración refleje nuestra teología: Diferentes naciones, diferentes culturas, diferentes gustos, diferentes estilos, diferentes ritmos, un solo Dios. Y que podamos hacerlo como a Él le agrada: enfocados en Cristo, para la gloria de Dios, en la unidad y poder del Espíritu, y decentemente y orden.


Imagen: Lightstock
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