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Antes de empezar mis sermones, oro públicamente. También oro en privado mientras predico. ¿Se puede predicar y orar al mismo tiempo? ¡Claro que sí!

Varias cosas pasan por la mente del predicador que predica. No estoy seguro si el predicador piensa en varias cosas al mismo tiempo. Más bien, la mente salta y de forma rápida y constantemente se desplaza de un lado a otro; pensamientos buenos y malos, verdaderos y falsos, prudentes y necios.

Es por esto que yo oro a medida que predico.

Hay tres cosas fundamentales que necesito que Dios haga mientras predico.

Necesito que Dios guíe mis pensamientos.

¿Alguna vez has intentado orar solo para tener la mente inundada de distracciones? Lo mismo puede suceder en la predicación.

Todos tipo de pensamientos mundanos vienen a la mente. Los asistentes se ponen de pie y caminan. Bebés lloran. Los niños se pasan notas. Diáconos duermen. Otros parecen más interesados ​​en sus teléfonos celulares. Detectas visitantes nuevos. No ves a un miembro fiel en su lugar habitual. Empiezas a pensar en la semana pasada. O empiezas a pensar en la semana que viene.

Hay momentos de distracción en la predicación en la que le pido a Dios que mantenga mi mente abierta. Sin embargo, esta petición la hago en secreto y repetidamente a lo largo del mensaje. Las palabras que dices en la predicación son ofrendas de adoración. ¡Y también lo son los pensamientos que tienes a medida que predicas la Palabra! Necesitas que Dios traiga a tu memoria lo que te enseñó en privado. Necesitas que Dios te ayude a mantener la concentración. Es necesario que Dios reine en tus pensamientos errantes.

Necesito que Dios cuide mi corazón.

Predicar fielmente requiere de preparación mental y concentración. Por otra parte, exige devoción espiritual. No importa si tu cabeza está concentrada si tu corazón no lo está.

El predicador debe ofrecer al Señor un mensaje preparado, un cuerpo descansado, y un corazón consagrado. Así que examina tu corazón para encontrar cualquier pecado aun no confesado antes de pararte a predicar. Y continúa el examen espiritual a medida que predicas.

Es posible que no te sientas cómodo con el mensaje. Puede que tengas temor de sus rostros. Puedes encontrarte en un lugar donde la predicación está fuera de temporada. Es necesario que Dios cuide tu corazón del miedo, la preocupación, o el desaliento. O puede que la predicación del sermón vaya bien. Puede que la congregación reciba el mensaje. Existe la sensación de que Dios está trabajando. Necesitas que Dios proteja tu corazón del orgullo pecaminoso.

Necesito que Dios gobierne mis palabras.

Abogo por escribir manuscritos completos de los sermones para cada sermón. La escritura clara del mismo te cuidará de perder el hilo en el púlpito. Sin embargo, esto no significa que debas decir todo el manuscrito. Necesita que Dios edite lo que quiere quitar y lo que quiere añadir.

El apóstol Pablo a menudo pidió que se le dieran las palabras adecuadas (Ef.6:19-20; Col. 4:3-4). Esta, también, debe ser nuestra oración. El púlpito no es un escenario para tu actuación. Es el trono de la Palabra de Dios. El heraldo del Rey debe tener cuidado de no decir nada en la predicación que no sea cierto, o que sea imprudente o inútil.

Pararse a predicar es un negocio peligroso. El Señor juzgará a los maestros con mayor rigurosidad (Santiago 3:1). Hay no creyentes, cristianos bebé, y santos maduros en la congregación. Su predicación del evangelio es la fragancia de vida a los que se salvan, y fragancia de la muerte a los que se pierden. Nuestra predicación del evangelio debe ser fiel, clara y convincente. Necesitamos la ayuda de Dios para que sea así.

¿Qué oras tú mientras predicas?


Imagen tomada de Lightstock
Publicado originalmente en H. B. Charles, Jr. Traducido por Gabriela Fischer.
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