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El Libro de Deuteronomio nos presenta un recuento del pacto y una renovación de contrato entre Dios y Su pueblo en un momento clave de la historia de Israel. El mismo nombre del libro significa “segunda ley”. En este libro, a través de una serie de discursos, Moisés advierte y recuerda a Israel los mandamientos de Dios antes de entrar a la esperada Tierra Prometida.

Por décadas, la nación sufrió el cautiverio de Egipto y luego anduvo por el desierto sin tener casa. Este tiempo no fue en vano: Dios los moldeaba y preparaba para entrar en la tierra de la promesa. Moisés se dirige al pueblo justo antes de entrar a la tierra.

Deuteronomio funciona como un epílogo y conclusión al ministerio de Moisés, recapitulando las enseñanzas del Torah (la ley de Moisés). Todos los estatutos, enseñanzas y temas son repasados con carácter de urgencia. Pero a diferencia del resto del Pentateuco, Dios no presenta ninguna nueva enseñanza aquí. Matthew Henry nos recuerda que en todo Deuteronomio nunca leemos: “El Señor dijo a Moisés”, sino que su propósito es que Su pueblo recuerde sus proezas, verdades y mandatos.

Moisés toma el papel de un viejo y cansado entrenador de fútbol que da su último discurso motivacional antes de entrar al campo de juego. Él ha entrenado a este equipo durante años, y han pasado por buenas y por malas. El momento decisivo había llegado.  Este era su último juego. A partir de aquí, Israel seguiría con nuevos líderes, pero no con Moisés.

Aunque nosotros no somos el pueblo de Israel, la recomendación de Moisés para nosotros sigue siendo importantísima. Al igual que Israel, nosotros necesitamos que la ley nos sea repetida una y otra vez. Ese es el valor de Deuteronomio para nuestra vida cristiana hoy, miles de años después.

1. Amar a Dios empuja nuestra obediencia.

Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. (Dt. 6:4-5)

El amor al Señor y la obediencia que naturalmente le sigue es uno de los temas más repetidos en el libro de Deuteronomio. Lo primero que hace Moisés en su esfuerzo de encomendar al pueblo a obedecer a Dios es ordenarles a amar a Dios.

El fin es ser obedientes, pero el único medio para hacerlo es amarle.

La relación entre amar y obedecer es muy estrecha: quien le ama, le obedece. Este concepto sería expandido aún más en el Nuevo Testamento, pero 1400 años antes, vemos vestigios de las enseñanzas de Cristo en el mensaje de Moisés (Jn. 14:21). La prioridad del mensaje es que entendamos que nuestra obediencia emana de nuestro amor por Dios.

Pero el amor que motoriza nuestra obediencia es también impulsado por un reconocimiento de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

2. Recordar sus obras motiva nuestro amor.

Comprendan ustedes hoy que no estoy hablando con sus hijos, los cuales no han visto la disciplina del Señor su Dios: Su grandeza, Su mano poderosa, Su brazo extendido, Sus señales y Sus obras que hizo en medio de Egipto a Faraón, rey de Egipto, y a toda su tierra; lo que hizo al ejército de Egipto, a sus caballos y a sus carros, al hacer que el agua del Mar Rojo los cubriera cuando los perseguían a ustedes, y el Señor los destruyó completamente… (Dt. 11:2b-4)

El discurso de Moisés en Deuteronomio es frondoso en agradecimiento y reverencia a las proezas del Señor; igual como deberían ser nuestras conversaciones, oraciones, y canciones.

¡Recuerden que fueron esclavos una vez! ¡Recuerden que el Señor los sacó de ahí! ¡Recuerden que Él abrió el mar en dos y que destruyó al ejercito más fuerte del mundo por ustedes! Nosotros igualmente tenemos mucho que recordar y agradecer.

La gloria de la independencia de Israel como nación no la ganó Israel. Nosotros tampoco hemos ganado nuestra independencia y libertad del pecado. Por tanto, nuestro agradecimiento es comendado y necesario.

3. Obedecer su ley trae bendición.

Y sucederá que si obedeces diligentemente al Señor tu Dios, cuidando de cumplir todos Sus mandamientos que yo te mando hoy, el Señor tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra. Y todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán, si obedeces al Señor tu Dios. (Dt. 28:1-2)

Esto no es evangelio de la prosperidad. Esto es bendición real, mucho más valiosa que riquezas o salud.

Al obedecer al Señor, no solo ejercemos nuestro amor por Él, sino que cumplimos el propósito por el cual fuimos creados.

Amar a Dios y obedecerle siempre es recompensado en bendición y crecimiento. Quizás no sea creciendo como nación, siendo más fértiles o produciendo más grano, pero tenemos la seguridad que al cumplir nuestro propósito, seremos bendecidos por Dios en formas inimaginables: como Job después de la aflicción (Job 42:7-17), como José en Egipto (Gn. 41), y como Pedro al tirar la red (Lc. 5:1-11).

Nosotros no somos el Israel de Moisés, pero tenemos algo que Israel no tuvo: un Líder, Patriarca y Rey más grande que Moisés. El sacrificio de Cristo posibilita nuestra obediencia. Nuestro amor y obediencia están informados por la Palabra, empoderados en Cristo y guiados en el Espíritu Santo.

Recordamos las últimas palabras de Moises:

Miren, hoy pongo delante de ustedes una bendición y una maldición: la bendición, si escuchan los mandamientos del Señor su Dios que les ordeno hoy; y la maldición, si no escuchan los mandamientos del Señor su Dios, sino que se apartan del camino que les ordeno hoy, para seguir a otros dioses que no han conocido. (Dt. 11:26-28)

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